INTRODUCCIÓN:
En las Constituciones de la Congregación de Religiosas del Verbo Encarnado, en el Capítulo I, titulado: “NUESTRO CARISMA”, encontramos el artículo 3º que dice: “El amor que nos une al Verbo Encarnado debe llevarnos a contemplarlo y adorarlo en el anonadamiento de la Encarnación y seguirlo especialmente en su vida de humildad, sencillez, dulzura, pureza y caridad; en el espíritu de las Bienaventuranzas del Evangelio, espíritu que es de mansedumbre, de paz y misericordia”.
Y en el Capítulo II, titulado:”NUESTRA CONSAGRACIÓN”, artículo 38: “Por la obediencia consagrada hacemos presente entre los hombres la sumisión del Hijo de Dios, quien al despojarse de Sí mismo, tomó la condición de Siervo y se hizo obediente hasta la muerte de Cruz. La contemplación de Jesús debe llevarnos a buscar como Él, la voluntad del Padre”.
Con el deseo de profundizar en el trasfondo teológico del contenido de estos artículos, he elegido como tema para este trabajo el “Himno de Filipenses- La Encarnación, kénosis del Hijo”. Pero antes de entrar propiamente en materia quiero decir algunas palabras referentes a su autor: San Pablo, mismas que nos servirán de Introducción.
Al leer a San Pablo impacta su profundo conocimiento de la Persona de Jesucristo y de sus misterios, como si lo hubiera visto en vida y convivido con Él, y sorprende también su apasionamiento por darlo a conocer y predicar su mensaje. Los apuntes dados en clase nos dicen que dicho conocimiento le fue dado al apóstol por el mismo Jesús Resucitado en el acontecimiento de Damasco (1), cuyo encuentro con Él selló la vida y actividad de Pablo, dándole un giro de 360°.
El Papa Benedicto XVI nos dice en su primera encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (2).
Bárbara Andrade, filósofa y doctora en Teología Sistemática, en su libro: Dios en medio de nosotros, dedica unas páginas al tema del encuentro como experiencia. Por lo limitado de este trabajo, sólo citaré algunas expresiones iluminadoras de lo que puede significar un encuentro:
-“El lugar más privilegiado para encontrarse a sí mismo…”
-“En este encuentro con el tú, las posibilidades de cada uno se concentran y se concretizan de modo insuperable…”
-“El encuentro es un don, un libre ofrecerse al otro y así recibirse de él…”
-“El encuentro es creador, en él acontece la creación del nuevo yo de ambos…”
-“El encuentro ilumina y transforma la realidad personal…y ahora se convierte en algo nuevo…”
-“El Dios personal es ‘total comunión desde el encuentro’, y así también actúa. Lo que Dios es, hace por nosotros, así es autocomunicación…”
-“Sólo por lo que Dios hace por y en nosotros, podemos saber Quien es…”
-“Cristo, el Hijo, hace en nosotros lo que Él mismo es…, a este llegar a ser nuevo, se le puede llamar sustitución de nuestra propia realidad por la del Hijo…”
-“El kerigma crea conversión, que es conversión a la Cruz, porque sólo desde la Cruz parte la gracia de la comunión desde el encuentro…” (3).
Si todo encuentro con Cristo provoca en la persona un cambio, el de Pablo fue inaudito, radical, porque Jesús Resucitado, directamente y por pura gracia, cambió su corazón, revelándole el misterio de su Persona Encarnada. Desde ese encuentro, Pablo fue otro, hasta poder llegar a decir: “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida terrena, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” Ga 2, 20. El fundamento y fin de la teología paulina es, entonces, Cristo Resucitado, Vivo en él, y Viviente en la Iglesia (4).
LA KÉNOSIS DE LA ENCARNACIÓN
Antes de desarrollar este punto veamos el significado de la palabra kénosis:
Kénosis es un término procedente de la expresión griega ekenosen eauton=se anonadó, o, más exactamente: se vació, empleada por san Pablo para indicar el empobrecimiento voluntario de Cristo en la Encarnación (Flp 2, 7) (5)
La Encarnación es el misterio central de la fe cristiana, que el Padre, en su benevolencia, nos ha revelado por su Hijo. El Hijo, a su vez, nos ha mostrado el gran amor que el Padre nos tiene y nos lo ha manifestado a través de su misma Persona encarnada, La que se nos ha entregado como don gratuito de parte de la Santísima Trinidad. “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la ley, para liberarnos del dominio de la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios…” Ga 4, 4-5.
Con la palabra Hijo, Pablo confiesa la divinidad de Jesús de Nazaret, lo cual significa que hay un Padre que es Quien lo envía al mundo con una misión específica, y aquí se podría desarrollar toda una teología sobre la preexistencia divina de Jesús; pero, aceptando esta afirmación nos limitaremos a decir por ahora que en el pensamiento paulino el envío del Hijo es simultáneamente el envío del Hijo y del Espíritu del Hijo, o sea que los Tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo, están siempre presentes en este misterio de nuestra salvación: “La Encarnación, en este sentir y pensar de la Escritura, es la inserción de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu, con igual fuerza y divinidad en medio del cosmos, que es decir en el corazón del creyente…” (6)
“El Dios Trino, con la Encarnación del Hijo, no sólo ha venido en auxilio del mundo, sino que se ha revelado a Sí mismo en su más honda peculiaridad” (7). Es en la Encarnación donde se encuentra la máxima Revelación de Dios, que asume en su totalidad la condición humana, puesto que Dios se revela en un cuerpo semejante al nuestro, mismo que tuvo que cargar con todas las necesidades humanas, como nosotros: sentir hambre y frío, tener necesidad de dormir, descansar, experimentar el sufrimiento, ser obediente a la voluntad del Padre, a costa de incomprensiones, críticas, rechazos y persecuciones, hasta dar la vida y morir con un género de muerte ignominiosa.
En la carta a los Filipenses, capítulo 2º, vv 7-8, Pablo nos habla de todo este vaciamiento de Jesús: “Se despojó de Sí mismo tomando condición de Siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a Sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz”.
Una de las finalidades de la Encarnación de Jesús es la salvación y santificación de la humanidad entera. Para esto fue preciso, según el plan de Dios, el vaciamiento, abajamiento de Jesús en una condición de humillación. Sin embargo, Cristo no se somete a esta condición humillada como a una ley que tuviera que obedecer necesariamente; por su misma condición de Hijo de Dios podría haber hecho a un lado esta elección, pero asume la condición de Siervo, libre y voluntariamente. . La kénosis supone una humildad esencial que coloca a Jesús en una actitud de total obediencia y adoración al Padre.
A esta forma de vida de Jesús es a la que Pablo invita a los filipenses a vivir: “Tengan los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús” Flp 2, 5. Se trata de vivir y actuar como Jesús vivió y actuó. La Iglesia de Filipos era una Iglesia amenazada desde fuera por los propagandistas cristianos que intentaban la ruina del Evangelio de Pablo imponiendo las prácticas judías; este ataque exige una defensa que ha de darse comunitariamente, firmes en el mismo espíritu y luchando unidos por la fidelidad a la ‘buena noticia’ (Flp 1, 27). Para obtener esta unión en el amor hay que tener una actitud de humildad mutua, oponiéndose a la búsqueda egoísta de intereses, y considerando a los demás como superiores. Esta actitud es la que conviene y la que se impone al que está en Cristo Jesús. (8).
SIERVO DE YAHVÉ E HIJO DEL HOMBRE
Estos dos títulos procedentes de dos líneas mesiánicas revelan el verdadero sentido del Verbo Encarnado en su calidad de Dios verdadero y Hombre verdadero.
La gloria del Hijo del Hombre es tal que la humillación no la mengua porque esta gloria trasciende a toda humillación, incluso cuando se vea privada de su esplendor. La condición humana del Siervo de Dios, en el himno de Filipenses 2, alaba a Cristo, no por haber utilizado su igualdad con Dios para desplegar su poder, sino por haber asumido, más bien la condición de esclavo. Cristo se ha vaciado voluntariamente de su modo de existencia divina, ha abandonado el ejercicio del poder que no pertenece más que a Dios, ha cambiado este modo de existencia por la condición obediente de esclavo. (9).
En Isaías 53, 8 encontramos que el Siervo muere por nuestros pecados. El título de Siervo se refiere a un proceso de humillación que conduce a una exaltación: el Siervo se entrega voluntariamente a la muerte y, como consecuencia, ve una posteridad. La relación entre humillación y exaltación reposa en el título de Siervo. Jesús es exaltado por ser “Siervo”. El vínculo entre humillación y exaltación se basa en el ser mismo de quien vive este proceso. La muerte, que es la manifestación suprema de la humillación del Siervo, se convierte en victoria como consecuencia de su glorificación.
Si el Siervo padece esa humillación no es por resignación ante un destino, sino por sumisión a la voluntad de Dios en la obediencia. Esta obediencia se traduce concretamente para el Siervo en la asunción de los pecados de la humanidad. Siendo Él inocente, libremente toma los pecados de los seres humanos convirtiéndose su muerte en ‘sacrificio expiatorio’. El Siervo es aquel que obedece: Dios tiene la iniciativa, Dios suscita al Siervo a fin de que entre plenamente en su plan de liberación y que salve a todas las naciones con su servicio.
El título de Hijo del Hombre le da al Siervo toda su seriedad. Jesús asume la Pasión no como una necesidad ineludible sino voluntariamente y con una libertad tanto más real cuanto que no obedece por cobardía ante el curso de los acontecimientos, sino por elección. La trascendencia de su Mesianidad revela hasta qué punto el servicio es una elección libre: “El Padre me ama porque Yo doy mi vida para recuperarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; Soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo. Esta es la misión que recibí de mi Padre” Jn. 10, 17-18. La kénosis de Cristo no atenta en nada a su poder, que es totalmente otra cosa que el poder del mundo.
Significado de la kénosis de la Cruz
La Encarnación de Jesús está orientada a la Pasión. La salvación del ser hombre por Cristo no puede realizarse definitivamente en el acto de la Encarnación ni a lo largo de su vida mortal: únicamente puede realizarse en el hecho de la muerte” (10). La Cruz constituye el centro de la Historia de la salvación porque en ella se cumple la promesa de la Redención y es el centro de la historia de la humanidad porque en el cuerpo del Crucificado reconcilia a toda la humanidad necesitada de Redención
“Jesús no busca la humillación por la humillación. A este hombre, animado de una intensa necesidad vital, al que nada induce a la negación, le cuesta terriblemente morir y morir en la Cruz. La muerte para el tiene un fin: anuncia la resurrección, al mismo tiempo que la muerte y tras la humillación ve resplandecer la gloria de la redención” (11).
EL TEXTO DE FILIPENSES 2 EN LOS ESCRITOS DE JEANNE DE MATEL
Me ha parecido interesante encontrar en el “Diario Espiritual” de la Madre de Matel, alusiones o comentarios del texto que venimos estudiando. A continuación los cito textualmente para hacer, finalmente, un breve comentario al respecto, a manera de conclusión.
“Deseemos más bien ser reconocidas como nada y tenidas por tal. Estemos contentas de ser menospreciadas. En esto se manifestará la verdad, y vendrá la divina misericordia. Alguien se anticipó a la verdad: fue Jesucristo, el Verbo eterno y Encarnado, el cual, viendo nuestra nada, vino a revestirse de ella. Porque habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo, el cual teniendo la naturaleza de Dios…(Flp. 2, 6)” (12).
“Así como mi humanidad dejó su propio soporte, deben renunciar a ellas mismas y vivir sólo para Mí, y que todo su amor sea para su Salvador Crucificado. Si ellas son levantadas en esta cruz de amor, serán mis queridísimas esposas y verdaderas imitadoras…” (13)
“…Cristo Jesús, … se humilló hasta la muerte de Cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre (Flp 2, 9), ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, confesando que está victorioso y sentado en un trono de grandeza a la diestra de su divino Padre. Sin hacer rapiña es igual al Padre y merecedor de esta misma gloria que participa a sus santos, para los que adquirió esta felicidad por medio de sus padecimientos voluntarios” (14).
“Cuando los apóstoles volvieron de su asombro (en el Tabor), sólo vieron a Jesús. Comprendí que no debía ver en todas las criaturas sino al mismo Jesús, y éste transfigurado en sus dolores. Aprendí que debía sentir en mí lo que Él había sentido según el dicho del apóstol: Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios, sino que se despojó de Sí mismo tomando condición de Siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a Sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz. Por eso Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos (Flp 2, 5-10)” (15)
“Todo concurre a la gloria de la cruz y del Crucificado. San Pablo, que se glorió en ella, afirmó que el Salvador se hizo obediente a su Padre hasta morir en la Cruz, por lo que fue exaltado y recibió un nombre sobre todo nombre: Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por lo cual también Dios le ensalzó, y le dio un nombre superior a todo nombre (Flp 2, 8-9)” (16)
CONCLUSIÓN:
Volviendo al pensamiento con el que he comenzado este trabajo, a saber, profundizar en la teología de Filipenses 2, que está como trasfondo en los artículos 3º y 38 de las Constituciones de las Religiosas del Verbo Encarnado, sintetizo algunas ideas a manera de conclusión:
-Al hacer un recorrido, a vuelo de pájaro, por las 572 páginas del Diario Espiritual de la Venerable Madre Jeanne Chézard de Matel, descubro una fuerte influencia de la teología paulina, porque además del texto de Filipenses, me he encontrado que Jeanne cita innumerables veces, las otras Cartas de San Pablo, y a él mismo lo pone continuamente de ejemplo, por su entrega incondicional a Jesucristo y a la causa del Evangelio de la gracia, por su gran amor a las comunidades cristianas, por su espíritu de abnegación, arrojo y sacrificio, hasta el punto de estar dispuesto, en todo momento, a dar la vida por el Señor Resucitado a Quien debe su conversión, y por su deseo de dejarse transformar totalmente por Él.
-La teología que sustenta la fe de la Madre de Matel es la fe de la Iglesia, misma que se apoya fundamentalmente en la Palabra de Dios; por tanto, sus religiosas debemos movernos dentro del marco de esta fe y, a semejanza de ella, beber de las aguas más nítidas que nos ofrece la Escritura Sagrada.
-De acuerdo a los artículos de las Constituciones que cito, las religiosas del Verbo Encarnado debemos contemplar y vivir, a la luz de su Resurrección, los sagrados misterios de Jesucristo, desde su entrada a este mundo hasta la consumación de la obra que le encomendó el Padre y que culmina con su Misterio Pascual, de una manera apasionada, como Pablo, estando dispuestas a dar la vida, principalmente por la obediencia a la voluntad de Dios y en orden a la salvación de la humanidad para que todos los hombres y mujeres lleguen al conocimiento de la verdad y puedan también alcanzar la estatura de Cristo.
-El testimonio de Jesús, Verbo Encarnado, nos invita a seguirlo en sus actitudes, de servicio (pues no ha venido a ser servido sino a servir), de obediencia, pobreza, humildad, mansedumbre, amor, misericordia, sencillez de vida, etc.
Que Jesús, manso y humilde de Corazón, haga nuestro corazón semejante al Suyo; le pedimos esta gracia.
REFERENCIAS.
(1) Cfr. Rufino María Grández, El Hijo Encarnado en los escritos paulinos y Hebreos, Folleto I/II, Apuntes de clase, Segundo Curso de Verano 2008, Diplomado en Espiritualidad Mateliana, Pág. 8.
(2) Ibid, Pág 8.
(3) Cfr. Bárbara Andrade, Dios en medio de Nosotros, parte II, No. 3; Parte VII, No. 4
(4) Cfr. Rufino María Grández, Apuntes, pág. 11.
(5) L. Bouyer, Diccionario de Teología, pág. 391.
(6) Rufino María Grández, Apuntes, Pág 17
(7) J. Martínez Gordo, La Gloria del Crucificado, la Teología de H. U. von Baltasar, Pág. 115.
(8) Simón Legasse, La carta a los Filipenses, Pág. 22
(9) Christian Duquoc, Cristología, Ensayo dogmático sobre Jesús de Nazareth, el Mesías, Pág. 144.
(10) H. U. von Baltasar, El Misterio Pascual, Pág. 668.
(11) F. X. DURRWELL, El Cristo Redentor, Pág. 265.
(12) Jeanne Chézard de Matel, Diario Espiritual, Pág. 76
(13) Jeanne Chézard de Matel, Diario, Pág. 102
(14) Jeanne Chézard de Matel, Diario, Págs. 132-133
(15) Jeanne Chézard de Matel, Diario,Págs. 287-288
(16) Jeanne Chézard de matel, Diario, Pág. 441.
BIBLIOGRAFÍA:
ANDRADE BÁRBARA, Dios en medio de Nosotros, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1999.
BALTASAR H. U. von, El Misterio Pascual, en Mysterium Salutis, Vol III, Cristiandad, Madrid.
BOUYER L., Diccionario de Teología, Herder, Barcelona, 1983.
CHÉZARD DE MATEL JEANNE, Diario Espiritual, en Obras Completas, Vol. 4, Edición Privada, México, D. F., 1997.
DURRWELL F. X., El Cristo Redentor,
DUQUOC CHRISTIAN, Cristología, Ensayo dogmático sobre Jesús de Nazareth, el Mesías, Sígueme, Salmanca, 1981.
GRÁNDEZ RUFINO MARÍA, El Hijo Encarnado en los escritos paulinos y Hebreos, Folleto I/II, Apuntes de clase, Segundo Curso de Verano, Diplomado en Espiritualidad Mateliana, U. P. M., Julio de 2008.
LEGASSE SIMÓN, La carta a los Filipenses, No. 33 de Cuadernos Bíblicos, Verbo Divino, Estella 1981.
MARTÍNEZ GORDO, J, La Gloria del Crucificado, la Teología de H. U. von Baltasar,
Descleé de Brouwer, 1997.
Hna. María Elena Llamosas
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