
Como todo consagrado he tenido siempre el deseo de hacer una reflexión de quién es Jesús para mí. No hace mucho quería poder hablar, dar testimonio de un Jesús que impactara e hiciera huella en las personas con las que yo convivía, sentía que nada de lo que yo leía me satisfacía y que lo que en mi pobre experiencia era el motor, centro y razón de mi existencia estaba siendo inexplicable.
Recuerdo la experiencia que me ayudó a dar el paso y responder al Señor en la vida Religiosa. Me di cuenta que era yo amada profundamente por Jesús, me sentí consentida, procurada, cuidada y muy pero muy bendecida desde el momento de mi concepción. Soy la primogénita y mis padres esperaban ansiosos mi llegada. Fui rodeada de un ambiente lleno de amor y protección siempre. Cuando me preguntaba por qué quería ser religiosa, mi respuesta comenzó a ser: “Porque es lo único que puedo hacer para responder a tanto amor que he recibido”. Nada era suficiente de lo que pudiera yo hacer o dar, sino sólo ofreciendo la vida misma.
Por eso quiero comenzar esta síntesis no diciendo quién es Jesús para mí, sino más bien quién soy yo para Jesús, pues ha sido esa experiencia la que le ha dado sentido a mi Consagración y a toda mi existencia. Al saberme amada por Él en cada momento de su vida, me ha ido configurando como la mujer que soy. Es desde Él, que encuentro identidad, es desde lo que somos para Él, que mi vocación misionera ha encontrado fuerza y vigor. ¿Cómo callarme esto si me quema por dentro? ¿Cómo no ser un grito de la única Verdad que puede liberar y salvar?
La siguiente premisa me parece importantísima para poder comprender o más bien acercarnos al misterio de Dios: A Jesús no se le puede comprender si no es en la dimensión del amor incondicional, él es el reflejo del Padre, el Hijo amado enviado con el único fin de revelarnos la inmensidad del amor de Dios uno y Trino, Dios que es familia y es comunidad. Si esto no es aceptado, nada de lo que sigue a continuación tiene sentido.
Te Encarnaste por mi…
Yo soy la creatura y tú eres el Creador. Hay en mí una conciencia muy clara de la enorme distancia que nos separa. Pero parece que tú también eres conciente de esta distancia y quieres romperla, quieres cercanía, quieres igualdad, quieres intimidad conmigo. Dios, debes estar loco, mira que dejar tu posición divina para acercarte a mí. ¿Es que de verdad lo valgo? Todo un Dios se despoja, se anonada, se abaja a la creatura, con el único fin de que yo pueda participar de tu divinidad, el que pueda ser hija contigo, el Hijo. Te has hecho de mi barro, pero cuando me miro, mi barro me parece tan distinto al tuyo, el mío es como más frágil, más débil, pero también veo que al hacerte de mi barro la consistencia del mío cambia. Me revelas todo un proyecto de dignificación desde tu abajamiento.
Ahora decir que soy humano, ya no significa que soy débil sino que hay todo un proyecto de elevación y divinización. Por ti, que me amas de igual a igual he adquirido una nueva vida, una vida en el Espíritu.
Naciste de Mujer…
En ese abajamiento quisiste la colaboración del género humano, y elegiste a una mujer, alguien como yo que tuviera la capacidad de acogerte, cuidarte, nutrirte y hasta introducirte con ternura y cariño en la dulce tarea de ser hombre. Ella sería la libre colaboradora del más grande de los acontecimientos que habrían de salvar a toda la humanidad. En ella has querido confiar en todas las mujeres, has querido confiar en mí para continuar tu Encarnación. María, mujer sencilla del pueblo de Nazareth, abierta totalmente a la acción del Espíritu. Te acompañó en todos los momentos de tu vida, fue capaz de romper con las estructuras de pecado con su humildad y mansedumbre. Ella es también la prototipo de la mujer consagrada. Todo lo que ella es, yo estoy llamada a ser, es el modelo, ejemplo y estimulo. Y eso lo ves en mí. Así como te fiaste en ella, has depositado en mi tu confianza, me has considerado capaz. Y con María quiero decir “Hágase en mí según tu palabra”.
Viviste en familia…
En Nazareth tu familia lo era todo, fue allí donde naciste, creciste y fuiste adquiriendo identidad judía, y descubriendo también una especial filiación divina. Necesitabas el ambiente de un hogar lleno de amor, respeto y confianza, José y María fueron esa pareja que con sus cuidados y ejemplo prepararon la tierra para que floreciera en ti el hombre Jesús de Nazareth, hijo de José. Un matrimonio religioso conocedor de las costumbres de la fe judía, te fueron introduciendo en los misterios del pueblo elegido y su relación con Yahvéh. Y allí algo se fue despertando en ti, aprendiste a saborear la sed de trascendencia y espera mesiánica de tu pueblo. También la familia extensa fue importante en tu misión, Juan tu primo, y los demás que mas tarde se fueron uniendo a tu grupo de seguidores como Santiago, José, Judas y Simón.
En tu familia la mujer tenía un lugar muy especial, no como en otras familias, tu madre fue respetada y protegida; cuando quedó embarazada por el poder del Espíritu Santo, tu padre nunca quiso ponerla en evidencia y cuando en sueños se le rebeló su paternidad espiritual, la acogió con inmenso amor y supo protegerlos aun en medio de la persecución y los peligros.
También en eso me has bendecido a mí, nací en el seno de una familia llena de amor, mis padres han vivido su sacramento intensamente en unión contigo. Es en la fe practicada en mi familia donde te descubrí y me entusiasme por todo lo tuyo, mis padres han sido siempre reflejo del amor divino, y con mis hermanos aprendí a compartir y crecer en fraternidad. Es desde la familia donde partimos a la experiencia de la familia religiosa y a la Iglesia. Soy para ti, hija de familia, con la experiencia del amor humano y de la formación necesaria para la convivencia fraterna y constructiva.
Optaste por los pobres y necesitados.-
Tu pasión por el Reino te llevo a quererlo comunicar a todos los hombres y mujeres, y nunca hiciste acepción de personas, al contrario, tu mensaje fue dirigido a todo el pueblo; pero no todos lo recibieron igual. De una manera especial los pobres, y oprimidos por diversas causas fueron los principales receptores de tu mensaje, lo acogieron con sencillez y sin exigencias, como quien esta totalmente necesitado. Tuviste siempre la capacidad de relacionarte con todo mundo, pero fue evidente en ti tu predilección por los pobres y los pequeños. En muchos de tus milagros son los pobres los beneficiados, en tus palabras siempre dejaste ver un Reino donde los pobres serían bienaventurados. En tu cercanía con ellos, recobraron la dignidad perdida y arrebatada. La compasión ha sido el rasgo característico de tu entrega al pobre. Fuiste un grito de la misericordia del Padre para los pequeños.
No puedo decir que yo haya nacido pobre materialmente hablando, siempre tuvimos lo necesario y nunca nos falto nada, crecí sin lujos pero tampoco experimenté la ausencia de lo necesario. Pero siempre me diste la sensibilidad de solidarizarme con el que sufre, de gozar en su servicio y de querer compartirte con ellos. Puedo decir con toda certeza que me hablaste en ellos, que mi vocación se fue formando trabajando con el pobre. Y siempre en mi vida religiosa ellos han sido los destinatarios de mi servicio apostólico. Me has ido llevando a un compromiso de opción y solidaridad con el que menos tiene y mis mayores alegrías han sido descubrirte caminando junto a ellos. Porque estoy segura que este ha sido el camino por el que me has llevado, sabes que en esta opción siempre cuentas conmigo y estoy disponible con tu gracia.
Viviste en profunda unión con tu Padre…
Descubriste en tus noches de oración la experiencia de un Padre que te amaba entrañablemente y pasaste largas horas frente a El, eras un apasionado que no descansaba si no era en el amado. Él era el centro de tu vida y así lo quisiste comunicar con todas tus fuerzas. No era sólo el que llamaras a Dios Padre, sino era evidente que al hablar del Abbá, se notaba en ti una intimidad fuera de serie con el tres veces santo, tu rostro irradiaba esa compenetración con tu Padre y eso molestó a quienes se llamaban especialistas en la ley.
Toda tu actividad apostólica estuvo enraizada en estos momentos de intimidad y abandono en Él. Las parábolas más hermosas del evangelio nos narran esas características increíbles de tu Padre. El Misericordioso el que se enternece con sus hijos, el que espera, perdona, acoge, celebra.
Tus apóstoles quedaron impactados de tu oración, el solo verte era motivo de gozo y una invitación a la intimidad divina. Les enseñaste a orar y a abandonarse a él como tu lo hiciste.
Antes de hacer cualquier cosa te retirabas a orar y eso lo aprendieron bien tus seguidores y lo seguimos entendiendo nosotros. Cualquier actividad que realicemos si no es fruto de la oración es mero altruismo o activismo pero no es construcción del Reino. No podemos ser misioneros si no oramos, si no nos desgastamos frente a ti de rodillas.
Moriste y resucitaste por mí…
Dices en tu evangelio que “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, y tú no escatimaste para nada dar tu vida por nosotros. No buscaste la muerte, ésta fue consecuencia de tu fidelidad a la misión asumida, tu fidelidad a la verdad y a tu Padre. Fue el camino del sufrimiento y del anonadamiento que asumiste desde la Encarnación y se vio coronado en la entrega sublime en el Calvario.
¿Pudiste habernos salvado de otra manera? Probablemente, pero este fue el camino que nos manifestó la inmensidad de tu amor. “Me amó y se entregó por mi”, fue la gran conquista, con tu muerte diste fin a la muerte y el Padre te resucitó haciéndote Señor del Universo. Pablo dice que moriste por nuestros pecados y resucitaste al tercer día y esto se convirtió para él en la única razón de su entrega y misión. Es el triunfo que ha transformado a toda la Creación y ha unido el cielo y la tierra.
Hay mucho más que podría yo decir, porque en cada pasaje de tu vida Jesús, descubro mi razón de vivir, mi razón de ser mujer, mi razón de ser consagrada, es tu entrega por amor a mi y a mis hermanos que le da identidad a mi existencia, que motiva mi acción apostólica y mi vida en comunidad. Me hace sentirme Iglesia, y comprometerme con ella y en ella. Vuelvo a la pregunta, ¿Quién soy para ti? Si tú has sido capaz de dar tanto por mí, si te has derramado en amor y ternura, si te has abajado y me has exaltado hasta hacerme Hija del Padre. Vaya que soy importante. Solo te suplico Jesús que no me dejes de tu mano, pues bastante indigna soy, por mi sola no soy digna de merecerte. Es en tu amor y misericordia que vivo con la confianza de seguir adelante y poder abrirme totalmente a tu acción en mí y a través de mí. Y así, ser tu misionera de la Encarnación.
Malena González cvi