Hna. Loreley Ifrán Álvarez cvi
Í N D I C E
0.- INTRODUCCIÓN
1.- DIRECCIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
1.1.- FUNDAMENTACIÓN
1.1.1.- LA SAGRADA ESCRITURA
1.1.2.- LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LA
TRADICIÓN DE LA IGLESIA (PENSAMIENTO DE LOS PADRES Y DE LOS SANTOS)
1.1.3.- LOS
PAPAS Y EL MAGISTERIO
2.-
LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL
2.1.-
QUÉ ES LA DIRECIÓN ESPIRITUAL
2.2.-
ACTORES PRINCIPALES EN LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL
2.3.-
LA FORMACIÓN DEL DIRECTOR ESPIRITUAL
a)
Formación propia como preparación específica para una relación de ayuda
b)
Formación propia como experiencia simultánea a una relación de ayuda
3.- DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN
JEANNE DE MATEL
3.1.- INFLUENCIA DE LOS JESUITAS EN SU DIRECCIÓN
ESPIRITUAL
3.1.1.- ANTECEDENTES
A. LA DEVOCIÓN DE JEANNE DE MATEL A SAN IGNACIO DE
LOYOLA
B. INFLUENCIA ESPIRITUAL DE
SAN LUIS GONZAGA Y SAN JUAN BERCHMANS
C.
APRECIO POR LA COMPAÑÍA DE JÉSUS.
A MODO DE CONCLUSIÓN
3.2.- DIRECTORES ESPIRITUALES DESPUÉS DE LA FUNDACIÓN (1625-1670)
3.3.- DIRECTORES ESPIRITUALES Y CONFESORES ELEGIDOS
POR JEANNE DE MATEL
3.4.- DIRECTORES Y CONFESORES NO ELEGIDOS POR LA
SIERVA DE DIOS
3.5.- LOS HIJOS ESPIRITUALES DE JEANNE DE MATEL
3.6.- CARACTERÍSTICAS DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL DE
JEANNE DE MATEL
4.- DIRECCIÓN ESPIRITUAL Y
RELIGIOSAS DEL VERBO ENCARNADO HOY
4.1.- NECESIDAD DE UNA DIRECCIÓN
ESPIRITUAL
4.2.- DIRECCIÓN ESPIRITUAL, UNA
POSIBILIDAD PARA LA RELIGIOSA DEL VERBO ENCARNADO. ¿UN NUEVO CAMINO DE
ENCARNACIÓN?
5.- CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
DIRECCIÓN
ESPIRITUAL EN JEANNE DE MATEL Y EN LAS RELIGIOSAS DEL VERBO ENCARNADO
0.- INTRODUCCIÓN
La práctica de la dirección
espiritual es uno de los tesoros más valiosos de la bimilenaria tradición de la
Iglesia, semillero de vocaciones a la vida consagrada, de sacerdotes
fervorosos, de laicos de alto vuelo e incidencia social, de apóstoles de todo género,
en fin, de genuinos santos. Es el arte de llevar las almas por los interiores e
invisibles caminos del espíritu hacia la unión con Dios.
El
Papa Benedicto XVI, en una audiencia a la comunidad de la Facultad Pontificia
Teológica del “Teresianum” de Roma, el 19 de marzo de 2011, destacó la
importancia que reviste para los fieles el hecho de recibir una dirección
espiritual. Desde siempre, indicó, la
Iglesia recomienda la práctica de la dirección espiritual, “no sólo a los que
deseen seguir al Señor de cerca, sino para todo cristiano que quiera vivir con
responsabilidad el propio Bautismo, es decir la vida nueva en Cristo”.
“Todos, de hecho, y en
modo particular los que han acogido la llamada divina para seguirlo más de
cerca, necesita estar acompañado de una guía segura en la doctrina y experta en
las cosas de Dios”, que “puede ayudar a defenderse de subjetivismos fáciles,
poniendo a disposición sus conocimientos y experiencias en el seguimiento a
Jesús”.
“Se trata de instaurar
la misma relación personal que el Señor tenía con sus discípulos, el especial
lazo con el que Él les condujo, tras de sí, para abrazar la voluntad del Padre,
para abrazar, esto es, la cruz”.
“También vosotros,
queridos amigos, en la medida en la que seáis llamados a este deber
insustituible, haced un tesoro de todo lo que habéis aprendido durante estos
años de estudio, para acompañar a todos los que la providencia os confíe,
ayudándoles en el discernimiento de los espíritus y en la capacidad de secundar
los impulsos del Espíritu Santo, con el objetivo de conducirlos a la plenitud
de la gracia hasta alcanzar la medida de la plenitud de Cristo”, dijo a sus
invitados y nos dice a nosotros hoy.
Quizá sea también un
llamado especial para este centro de espiritualidad mateliana formando para
este servicio y fomentándolo entre sus alumnos, especialmente en las Religiosas
del Verbo Encarnado, que pueden participar de algo que es propio de Jeanne de
Matel y que quizá haya pasado algo desapercibido en el transcurrir de la
historia. Por eso a lo largo de este trabajo conoceremos a la Madre de Matel en
este contexto de la dirección espiritual que nos ayude a profundizar mejor su
itinerario espiritual en la plena realización de su vocación de fundadora.
Así pues no se trata de hacer un
estudio exhaustivo de lo que es la dirección espiritual en general, sino más
bien algo que nos haga vislumbrar la importancia de esta dirección en la vida
espiritual de Jeanne de Matel, como dirigida y su papel, menos conocido, como “directora espiritual”.
Así como considerar la dirección espiritual
un nuevo camino de encarnación para las religiosas del Verbo Encarnado
aquí y ahora.
1.- DIRECCIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
El acompañamiento espiritual es una práctica muy antigua en la tradición
judeo-cristiana como un medio para encontrar a Dios.
Por tanto, no debe confundirse con otras realidades humanas, que utilizan
nombres similares: en el lenguaje de la Iglesia dirigir, acompañar
espiritualmente tiene un sentido propio y específico.
La dirección espiritual se dirige al mismo tiempo, a la inteligencia -para
que esté iluminada por la fe viva, y descubra con esa luz el camino personal y
los medios adecuados para recorrerlo-, y a la voluntad, para afirmarla de tal
forma que pueda corresponder libre, personal, responsable y generosamente a los impulsos de la
gracia.
Hay que tener siempre presente que el verdadero y único modelo de la
santidad cristiana es Jesucristo, y que toda labor de dirección y acompañamiento
espiritual consiste en procurar que cada cristiano tenga una amistad personal e
íntima, de verdadero amor, a su manera, con Cristo, hasta querer
identificarse con El.
1.1.- FUNDAMENTACIÓN
1.1.1.- LA SAGRADA ESCRITURA
La dirección y acompañamiento espiritual en un sentido amplio y genérico,
hunde sus raíces en las recomendaciones de la Sagrada Escritura, donde
tenemos consejos y ejemplos de cierta dirección espiritual.
En el Antiguo Testamento leemos:
“Trata
a un varón piadoso, de quien conoces que sigue los caminos del Señor, cuyo
corazón es semejante al tuyo y te compadecerá si te ve caído. Y permanece firme
en lo que resuelvas, porque ninguno será para ti más fiel que él. El alma de
este hombre piadoso ve mejor las cosas que siete centinelas en lo alto de una
atalaya. Y en todas ellas ora por ti al Altísimo, para que te dirija por la
senda de la verdad”. Ecl. 37, 15-19.
“Mas valen dos que uno solo, porque mejor logran el fruto de su trabajo. Si
uno cae el otro le levanta; pero ¡ay del que está solo, que, si cae, no tiene
quien le levante!” Ecl 4, 9-10.
“Sigue el consejo de los prudentes y no desprecies ningún buen consejo”. Tob
4, 18.
Los
primeros cristianos recibieron ese acompañamiento del mismo Jesucristo. Dijeron los discípulos de Emaús: “¿No es verdad que nuestro corazón se enardecía, cuando nos hablaba en
el camino y nos explicaba la Escritura?” Lc 24, 32.
En la Iglesia primitiva ya existe la figura del hombre que acompaña en el
camino hacia Dios.
San Pablo, después de su conversión, recibe este mensaje: “Levántate y
entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer [...]. Fue Ananías y entró
en la casa, e imponiéndole las manos, le dijo: Hermano Pablo, el Señor Jesús
[...], me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo”.
Hch 9, 6.17
Y al convertirse en el “Apóstol de las gentes”, san Pablo se comporta como
un pastor y como un director espiritual de los primeros cristianos, a
los que ayuda –haciéndose todo para todos- a identificarse con Cristo, que es
la finalidad del acompañamiento espiritual.
Me hago débil con los débiles para ganar a los débiles; me hago todo para
todos para salvarlos a todos. I Cor 9, 22.
Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Fil 2, 5.
Con ocasión de algunos desórdenes en la
comunidad de Corinto, Pablo induce a los creyentes a entrar dentro de sí mismos
y a valorar en su intimidad en donde Cristo "habita y habla", si ese
desorden en la comunidad está o no de acuerdo con su situación de fe (cf 2 Cor
13,5). Es ese Espíritu, tan presente en el acto de dirigirlos, el que los
creyentes no deben jamás "apagar" (1 Tes 5,19). Aunque el hombre
espiritual no deba ser juzgado por nadie (cf 1 Cor 2,15), el cristiano tendrá
que verificar la autenticidad de la guía interior, comprobándola con el
"fruto del Espíritu" que, a diferencia de las obras tan conocidas de
la carne, es "caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, continencia" (Gál 5,22); en una palabra, ese hombre interior
que el Espíritu plasma a imagen del propio Cristo.
Concebida de este modo, la dirección
espiritual se sitúa y se realiza en un clima de respeto ilimitado y de profunda
discreción, convirtiéndose en ayuda, estímulo y colaboración para que el creyente
se abra libremente a la gracia, haga suya la palabra de Dios que ha escuchado y
pueda así crecer y madurar en él la sabiduría de Cristo. Pablo, recordando el
intenso ministerio que había desarrollado en Tesalónica, subraya con
expresiones muy significativas la atención que ha dedicado a cada uno de los
cristianos. Ha sido bondadoso con ellos, lo mismo que una madre alimenta y
cuida de sus propias criaturas; lo mismo que hace un padre con sus hijos. Pablo
ha exhortado a "cada uno", animándolo o conjurándolo a portarse de
manera digna de ese Dios que llama a su reino y a su gloria (cf 1 Tes
2,7.11-12). En este pasaje nos parece vislumbrar los fundamentos bíblicos de
una auténtica dirección espiritual, dirigida a personalizar la palabra de Dios
y a superar aquellos impedimentos que pueden ser obstáculo para una respuesta
pronta y generosa. También a los ancianos de Éfeso les dirá Pablo con acentos conmovedores:
"Por lo cual, velen acordándose de que durante tres años no he cesado
noche y día de exhortar con lágrimas a cada uno de ustedes"(He
20,31).
1.1.2.- LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LA
TRADICIÓN DE LA IGLESIA (PENSAMIENTO DE LOS PADRES Y DE LOS SANTOS)
En la tradición de la Iglesia, la
práctica de que quienes aspiran a la perfección tengan un guía espiritual se
remonta a los primeros siglos cuando los grandes directores de almas fueron los
monjes del desierto: los santos Pacomio, Dositeo, Sabas, Doroteo, Juan Clímaco,
Juan Damasceno, etc., fueron todos grandes maestros del espíritu. Incluso
seglares, con los emperadores a la cabeza, hicieron dirección espiritual, como
nos recuerdan las tradiciones monásticas y las colecciones de sus apotegmas. La
doctrina de la dirección espiritual nace con ellos y se continúa
ininterrumpidamente a lo largo de toda la historia de la Iglesia hasta nuestros
días. Entre los monjes del desierto la dirección espiritual llegó a ser
considerada no ya un privilegio sino propiamente como un estricto deber del
hombre que se retira a la soledad; y la privación del consejo espiritual de los
ancianos o la falta de absoluta sinceridad con ellos era vista como ocasión
segura de ilusiones, exageraciones y errores funestos. Ya San Antonio Abad
decía: “He visto a monjes que, después de muchos años de trabajos, cayeron y
llegaron hasta la locura por haber contado con sus propias obras y no haber
aceptado el mandamiento de Dios que dice: Interroga a tu padre y te lo
enseñará” (Dt 32,7). Paladio, en la “Historia lausíaca” escribe: “Los que
están faltos de dirección, caen como las hojas que empuja el viento sin rumbo
fijo”.
La
experiencia del Oriente cristiano no tardó en influir también en Occidente,
inspirando a ciertas personas que destacaron por su intenso trabajo pastoral y
por su empeño en crear un tipo de vida religiosa que se adecuase al hombre
latino: Ambrosio de Milán, Jerónimo el Dálmata, Agustín de Hipona, el propio
Pelagio y Paulino de Nola, que establecen en los nuevos monasterios la
dirección espiritual. En la institución benedictina, especificada más tarde por
la reforma de Bernardo de Claraval, apareció la prestigiosa figura del abad,
padre espiritual de los monjes y guía en su búsqueda de Dios como el Absoluto y
el Bien supremo. No es posible silenciar la escuela franciscana; en ella, de
forma original, que a veces se aparta de los modelos establecidos, como en
Francisco de Asís y en Buenaventura de Bagnoregio, el padre espiritual se
presenta como un hermano, aunque los hijos lo consideran y lo tratan como un
padre. La
evolución adopta sucesivamente nuevas configuraciones, más destacadas y con
mayor incidencia en la vida espiritual y en su organización, durante el período
de la reforma católica, en el que surgen maestros de enorme prestigio como
Ignacio de Loyola, con la institución de los "ejercicios
espirituales" y la estructura de la misma Compañía de Jesús; como Juan de
la Cruz y Teresa de Ávila. La Edad de Oro de la dirección espiritual está
constituida por los siglos XVI y XVII, cuando los principales artífices de la
Reforma católica divulgaron ampliamente los beneficios que la dirección
espiritual trae a las almas que quieren progresar en la vida cristiana.
Situamos a Jeanne de Matel en el s. XVII que cuenta con grandes maestros de
vida espiritual que ejercen una influencia raras veces conseguida
posteriormente: Francisco de Sales, Pedro de Bérulle, J. Pedro Camus, J. J.
Olier, Vicente de Paúl, Juan Eudes.
También hay que señalar el impulso
que reciben las antiguas órdenes monásticas y mendicantes y las congregaciones
más recientes, las órdenes terceras laicales, el clero secular y muchos laicos
hombres y mujeres. Siguen luego, en el s. XVIII, Juan Bautista de La Salle y
Alfonso de Ligorio, fundadores de institutos religiosos; en el s. XlX. el santo
cura de Ars, Juan María Vianney; san Juan Bosco, que supo conocer
magistralmente a los jóvenes, y Augusto lluvelin, padre espiritual de Carlos de
Foucauld. En el s. XX tenemos un abanico de insignes maestros espirituales,
como L. Guanella, C. Marmion, E. Poppe. L. Grandmaison, J. B. Chautard, F.
Gibert, L. Orione, Leopoldo da Castelnuovo, G. Calabria, G. Alberione.
Los santos de todos los
siglos han recomendado vivamente la dirección espiritual.
San Juan Crisóstomo (Catena Aurea, vol. III,
p. 132) recuerda que somos malos jueces de nosotros mismos. "Uno comprende enseguida la culpa de otro, pero con dificultad se da
cuenta de la suya; un hombre es imparcial en causa ajena, pero se perturba en
la propia".
San Pedro
de Alcántara (Tratado de la oración y meditación, II, 5) habla
de la necesidad de contar con la ayuda de un guía experimentado. "Una de las cosas más arduas y
dificultosas que hay en esta vida es saber ir a Dios y tratar familiarmente con
Él. Por esto no se puede este camino andar sin alguna buena guía".
Santa
Teresa (Camino de perfección, 18, 8) dice que con un buen
director espiritual se avanza más rápidamente en unión con Dios. "Si quiere o pretende ser contemplativa
ha menester para ir muy acertada dejar su voluntad con toda determinación en un
confesor que sea tal. Porque esto es ya cosa muy sabida, que aprovechan mas de
esta suerte en un año que sin esto en muchos".
San Juan de
la Cruz (Llama de amor viva, 3, n. 30) recomienda buscar como
acompañante espiritual a una persona sabia, discreta y experimentada en el
trato con Dios. "Y adviértase que
para este camino, a lo menos para lo más subido de él y aún para lo mediano,
apenas se hallará a un guía cabal según todas las partes que ha menester,
porque, además de ser sabio y discreto, es menester que sea
experimentado. Porque para guiar el espíritu, aunque el fundamento es el
saber y la discreción, si no hay experiencia de lo que es puro y verdadero
espíritu, no atinará a encaminar al alma en el [camino que lleva hacia Dios],
cuando Dios se lo da, ni aún lo entenderá".
San José María
Escribá de Balaguer (Camino, n. 59) recuerda que el espíritu propio
es mal consejero. "Conviene que
conozcas esta doctrina segura: el espíritu propio es mal consejero, mal
piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los
escollos de la vida interior. Por eso es voluntad de Dios que la dirección de
la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca
a puerto seguro". "La tarea de dirección espiritual hay que
orientarla no dedicándose a fabricar criaturas que carecen de juicio propio, y
que se limitan a ejecutar materialmente lo que otro les dice; por el contrario,
la dirección espiritual debe tender a formar personas de criterio. Y el
criterio supone madurez, firmeza de convicciones, conocimiento suficiente de la
doctrina, delicadeza de espíritu, educación de la voluntad" (Conversaciones, 93).
Así pues, los grandes santos
y maestros de la tradición católica han entendido en clave de obediencia el
valor de la dirección espiritual. Como ejemplo, San Vicente
Ferrer dice (+1419): «Es mucho de notar
que el siervo de Dios, si tuviese un maestro que le instruyese o enseñase, por
el consejo y orden del cual se rigiese y cuya obediencia, así en cosas grandes
como pequeñas, con rigor siguiese, con mayor facilidad y en más breve tiempo
podría llegar a la perfección, que si él propio se quisiese aprovechar a sí,
aunque para esto tenga el mejor y más agudo entendimiento y los mejores y más
espirituales libros... Y más digo, que Cristo, sin el cual no somos poderosos
de hacer cosa alguna, jamás en tal caso concederá su gracia y favor al que
tiene quien le pueda instruir y guiar, y lo menosprecia o hace poco caso de
aprovecharse de tal guía, creyendo que harto suficientemente puede valerse de
sí, y por sí solo puede rastrear y hallar lo que para su salvación le conviene»
(Tratado de la vida espiritual VI).
1.1.3.- LOS PAPAS Y EL MAGISTERIO
Los
Papas han recomendado vivamente el acompañamiento espiritual en su
Magisterio.
León XIII,
Práctica de la humildad, 28. "Convéncete de que no eres un buen consejero de ti
mismo y, por eso, teme y desconfía de tus opiniones, que tienen una raíz mala y
corrompida. Con esta persuasión, busca el consejo, en lo posible, de hombres
sabios y de buena conciencia, y prefiere ser gobernado por uno que sea mejor
que tú, a seguir tu propio parecer".
Pío XII, Menti nostrae, 23-IX-1950. "En el camino de la vida espiritual no
os fiéis de vosotros mismos, sino que, con sencillez y docilidad, pedid consejo
y aceptad la ayuda de quien, con sabia moderación, puede guiar vuestra alma,
indicaros los peligros, sugeriros los remedios oportunos, y en todas las
dificultades internas y externas os puede dirigir rectamente y encaminaros a
ser cada día más perfectos [...]. Sin esta prudente guía de la conciencia, de
modo ordinario, es muy difícil secundar convenientemente los impulsos del Espíritu
Santo y de la gracia divina".
Juan Pablo II, Carta
a los seminaristas de España, Valencia 8-XI-1982.
"En la propia vida no faltan las oscuridades e
incluso debilidades. Es el momento de la dirección espiritual personal. Si se
habla confiadamente, si se exponen con sencillez las propias luchas interiores,
se sale siempre adelante, y no habrá obstáculo ni tentación que logre apartaros
de Cristo".
El Concilio
Vaticano II recomienda el acompañamiento
espiritual a todos: sacerdotes, religiosos y laicos que buscan la santidad en
medio de los afanes del mundo.
El Catecismo de
la Iglesia enseña en el punto 2695 que la "dirección
espiritual" asegura en la Iglesia una ayuda para la
oración.
Se
lee en el punto 2690: El Espíritu Santo
da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a
este bien común que es la oración (dirección espiritual). Aquellos y aquellas
que han sido dotados de tales dones son verdaderos servidores de la Tradición
viva de la oración:
Por
eso, el alma que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de San Juan
de la Cruz, debe "considerar bien
entre qué manos se pone porque tal sea el maestro, tal será el discípulo; tal
sea el padre, tal será el hijo". Y añade: "No sólo el director debe
ser sabio y prudente sino también experimentado... Si el guía espiritual no
tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las
almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá"
(Llama estrofa 3).
El magisterio de la Iglesia ha tratado
varias veces de este tema, aprobando y animando la práctica de la dirección
espiritual y condenando algunas doctrinas no favorables o contrarias a la misma
(cf Carta apostólica Testem
benevolentiae, 22 enero 1899). En
los seminarios y en los institutos religiosos los documentos oficiales exigen
la dirección espiritual.
Es muy oportuno recordar en este
contexto algunas afirmaciones del Vaticano II que definen la conciencia como "el núcleo más secreto y el sagrario
del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el
recinto más íntimo de aquélla", "donde Dios habla, en los oídos del
corazón" y le invita: "haz esto, evita aquello" (GS 18).
Todo cristiano está individualmente, en su interior, "movido por el Espíritu de Dios" y bajo este impulso y
esta guía debe "obedecer a la voz
del Padre" (LG 41); es el propio hombre quien "decide su propio destino, bajo la mirada de Dios" (GS
14). En definitiva, sólo él puede percibir cuál es el carisma específico y
único que ha recibido del Espíritu (cf LG 12) y cómo, en virtud de ese carisma,
tiene que desarrollarse, madurar e insertarse, mediante el ejercicio de su
propia misión, en la única vida y misión de la Iglesia (cf LG 31). A la luz de
estas afirmaciones, que tienden a aclarar el concepto de autoridad en la
Iglesia, a afirmar y subrayar la dignidad de la conciencia y la responsabilidad
personal y la acción del Espíritu Santo en cada uno de los creyentes, las
tareas de la dirección espiritual parecen ser las siguientes: ayudar al
cristiano a descubrir sus propios "oídos del corazón", a desarrollar
este oído interior por medio del cual entra en contacto con el Espíritu de
Cristo, a mantener vivo este contacto y, en él, a dejarse mover y guiar, con
prontitud total y sin condiciones, en la dirección que el Espíritu quiera.
Pablo VI, en la exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi del 8 de diciembre de
1975 (n. 46), estimula a descubrir y reinventar el servicio del padre
espiritual y demuestra una especial atención a "aquellos sacerdotes que a
través del sacramento de la penitencia o a través del diálogo pastoral se
muestran dispuestos a guiar a las personas por los caminos del evangelio, a
confirmarlas en sus esfuerzos, a levantarlas si están caídas, a atenderlas
siempre con discernimiento y disponibilidad".
La dirección espiritual
plena abre, pues, a los fieles, religiosos y laicos, un camino de perfección
recomendado siempre por los santos y por la Iglesia; un camino que sólo puede
recorrerse buscando la santidad con toda el alma; en espíritu de humildad,
manifestando sinceramente todo lo que sea conveniente, sin fiarse de uno mismo;
en espíritu de fe, reconociendo con facilidad al Señor Jesucristo en el guía
espiritual que él ofrece; en espíritu de obediencia y de abnegación de sí
mismo, muriendo al propio juicio y voluntad, para abrirse así con una docilidad
incondicional al Espíritu Santo. Ésta es la dirección espiritual, que
la Iglesia de ayer y de hoy, en Oriente y Occidente, ha visto siempre como un humilde
y admirable medio para el perfeccionamiento espiritual (+I. Hausherr, Direction
spirituelle en Orient).
La Presbiterorum Ordinis al
hablar del trabajo para despertar vocaciones al sacerdocio dice que “para
lograr este fin, es de la mayor utilidad la diligente y prudente dirección
espiritual”; otros documentos la indican como medio ideal para que cada joven
adquiera “una educación de la interioridad”. Y al mencionar los medios para
fomentar la propia vida espiritual recomienda que “estimen altamente la
dirección espiritual”. Por su parte diversos documentos la recomiendan para la
formación adecuada de los seminaristas, especialmente en orden al celibato
sacerdotal. Lo mismo se dice de los religiosos.
2.-
LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL
2.1.-
QUÉ ES LA DIRECIÓN ESPIRITUAL
Severino
Ma. Alonso, religioso claretiano, al hablar del proyecto personal, dedica un
apartado a este tema, que nos da luz sobre lo que es realmente la dirección
espiritual.
La dirección espiritual -otros
prefieren hablar de acompañamiento espiritual- es un medio global de
crecimiento en el Espíritu y de configuración con Jesucristo. Un medio global,
porque comprende todos los demás. Y especialmente eficaz. No debería intentarse
suplantar y ni siquiera suplir este medio, tan tradicional en los caminos del
Espíritu, por otros, aunque parezcan más modernos y estén más de moda.
Lamentablemente, para muchos religiosos y religiosas, el nuevo director
espiritual -y a sueldo- es el psicólogo o el psiquiatra. Y, lo que es más
grave, cualquier psicólogo o cualquier psiquiatra.
La Congregación para los Religiosos
e Institutos Seculares advirtió ya en 1980, hablando de la dimensión
contemplativa de la vida religiosa:
"La dirección espiritual, en
sentido estricto, merece recobrar su propia función en el desarrollo espiritual
y contemplativo de las personas. De hecho, nunca podrá ser sustituida por
inventos psíquicos o pedagógicos. Por eso, aquella dirección de conciencia,
para la cual el PC 14 reclama la debida libertad, habrá de ser facilitada por
la disponibilidad de personas competentes y cualificadas".
Diez años más tarde, la misma
Congregación, en el documento Orientaciones sobre la formación en los
Institutos religiosos, repitió, casi literalmente, las anteriores afirmaciones,
reiterando la necesidad insustituible de la dirección espiritual para "el
discernimiento de la acción de Dios, la guía del religioso en las vías divinas
y la alimentación de la vida con una doctrina sólida y con la práctica de la
oración" (PI 63).
La verdadera dirección espiritual
tiene como fin iluminar, alentar, orientar, estimular, ayudar a discernir y
hacer crecer humana y espiritualmente a la persona, mediante un acompañamiento
cercano y personal. El director no puede, en ningún caso, suplantar y ni
siquiera suplir a la persona interesada, ni asumir las responsabilidades que a
ella le corresponden. Hacerlo así, sería condenarla a la perpetua adolescencia.
Debe, por el contrario, ayudarle decididamente, con todos los medios a su
alcance, a conseguir una recia personalidad integral, que se caracteriza por la
recta independencia a nivel de pensamiento, de libertad y de amor. O sea, debe
cultivar su espíritu crítico, su sentido de responsabilidad y, sobre todo, debe
seguir y acompañar el proceso de orientación de su afectividad.
El
director espiritual debe ser y saberse un simple instrumento, y un instrumento
enteramente dócil, del Espíritu Santo, que es el primero y, en realidad, el
único director. Por eso, ha de mantenerse en comunión viva con él, en total
limpieza de alma, por medio de la oración, para poder secundar -sin
interferencias- sus inspiraciones.
La dirección o el acompañamiento
espiritual tiene que centrarse, sin duda alguna, en la persona. Y el director
tiene que ser alguien cercano, acogedor, dialogante; que inspire y dé
confianza, sin exigirla nunca; que sepa comprender, sin necesidad de estar de
acuerdo con las situaciones que se le presentan; alguien que cree firmemente -y
que sabe comunicar esta fe y esta convicción- que en toda persona, aun en la
más castigada por la vida y con experiencias más dolorosas y negativas, queda
un fondo insobornable de libertad, que se traduce en una verdadera capacidad de
reacción y en una posibilidad activa de cambio, ya que hay en su interior
recursos suficientes -muchas veces en estado latente- para este cambio.
La comunicación personal -oral o
escrita- debe ser frecuente y regular. Nunca debe pasar mucho tiempo sin
mantener esta comunicación, sabiendo que la simple frecuencia y la regularidad
ya producen efectos verdaderamente saludables, pues son una permanente
invitación y un constante impulso a seguir adelante en un proceso de
autosuperación. A cada persona -y en abierto diálogo con ella, a fin de descubrir
lo que más le conviene o tal vez necesita- debería señalársele un plazo límite
para esta comunicación, exigiéndole fidelidad al mismo. La seriedad de la
dirección espiritual, por parte de la persona interesada, puede muy bien
comprobarse por el cumplimiento o no de esta primera exigencia.
2.2.-
ACTORES PRINCIPALES EN LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL
Como si de una obra se tratara, “mi
vida con Dios”, la dirección espiritual tiene un elenco de actores, el
acompañado, que trata de acercarse a Dios y el Señor que espera permanentemente
al acompañado y es su modelo. Hay que contar con el “malo invitado” que trata
de que no se unan el acompañado con el Señor. Y nos preguntamos por el verdadero
acompañante, es decir, el que consuela, el que sopla, suficientemente lejos
para no interferir en la obra, para verla en perspectiva y suficientemente
cerca para aconsejar, recordar, indicar y tener una relación afectiva con el
acompañado, es el Espíritu Santo.
El director
espiritual debe huir de cualquier tipo de personalismo del que ya
hablaba san Agustín (Trat. Evang. S. Juan, 123). “Los que conducen
las ovejas de Cristo como si fuesen propias y no de Cristo, demuestran que se
aman a sí mismos y no al Señor”.
“Mi
papel se reduce –escribía Dom Columba Marmion– a rezar mucho; a señalar los escollos que
pueden encontrar las almas mejor intencionadas, a aconsejarlas en los casos
oscuros y, finalmente, a estimularlas a que se entreguen sin reservas a Dios”.
San Francisco de Sales las resume
diciendo que el director “ha de estar
lleno de caridad, de ciencia y de prudencia; si careciere de cualquiera de
éstas, habrá peligro en la dirección”. El motivo no es otro que la seria
responsabilidad que asume ante Dios todo director espiritual. Consciente de
esto, escribía a una dirigida Columba Marmion: “Usted no olvide que, al tomarla bajo mi dirección, cargo con toda la
responsabilidad de su alma delante de Dios. Tome por tanto la costumbre, desde
ahora, de encomendarme con todo fervor a Nuestro Señor a fin de que le
pertenezca enteramente y que no me domine otro deseo que el de cumplir en todo
su divina voluntad”. Y a otra persona:
“Así como yo... tomo sobre mí la responsabilidad de su alma, así también debe
Usted rogar por mí a fin de que Jesús llegue a ser el verdadero maestro de mi
vida interior y que viva en absoluta dependencia de su Espíritu”.
Santa Teresa decía: “todo el remedio del alma está en tratar con amigos de Dios”.
Algunas características del director espiritual.
Espíritu fraternal. El acompañante es un
compañero de camino del acompañado, ni mejor ni superior, sólo distinto. Es
necesario saber, creer y vivir que sólo Dios es Padre y nosotros todos somos
hermanos. Nuestra ayuda es una función pasajera para que el acompañado llegue a
ser más libre, más de Dios y de los hombres, con la libertad de los hijos de
Dios.
Espíritu de servicio. El acompañamiento es un
servicio delicado. Vivir con el acompañado los altos y bajos de su vida; es el
servicio de la paciencia, mientras el acompañado adquiere la sensibilidad y el
gusto por la obra de Dios y toma conciencia de esta realidad novedosa y
delicada de cómo Dios opera; es el servicio de la ternura de Dios para los
hombres, de manera que el acompañado se sienta querido y cuidado con fuerza y
delicadeza.
Entremos
ahora directamente en las cualidades que debe tener la persona que hace
dirección espiritual:
1) Espíritu de fe
El texto de la carta a los Hebreos
(11,6), es necesaria la fe para quien quiere acercarse a Dios, también
vale como aplicación particular a la actitud del dirigido espiritual. La fe ha
de ser la actitud fundamental en la relación con el director espiritual. El
espíritu de fe es fundamental cuando debe enfrentar las tentaciones que pueden
surgir contra el director espiritual: desconfianza infundada, rechazo de sus
consejos ascéticos, descubrimiento de sus defectos (que como todo ser humano
tiene) inflados por el espíritu diabólico, etc. Es igualmente necesario este
espíritu en el caso de que surjan movimientos contrarios, es decir, apegarse
humana y afectivamente a un determinado director, caer en un trato puramente
natural con él, etc.
2) Confianza, sencillez, sinceridad y
discreción
La confianza con el director es esencial
a la dirección. Santa Teresa, hablando del confesor, decía tener por principio
normativo esta actitud: “tengo por gran principio de aprovechar mucho tener
amor al confesor”.
Escribía San Francisco de Sales: “Tratad
con él (el director) con franqueza, con sinceridad y fidelidad, manifestándole
claramente vuestro bien y vuestro mal, sin fingimiento ni disimulación...
depositad en él toda vuestra confianza mezclada de un respeto sagrado, de tal
modo que el respeto no disminuya la confianza ni ésta el respeto”. Algo semejante
enseña San Juan de Ávila: “... fiadle con mucha seguridad vuestro corazón, y no
escondáis cosa de él, buena ni mala; la buena, para que la encamine y os avise;
la mala, para que os la corrija”.
Santa Teresa, por su parte, añadía: “Lo
que es mucho menester, hermanas, es que andéis con gran llaneza y verdad (…) en
contar la oración. Porque si no hay esto, no aseguro que vais bien, ni que es
Dios el que os enseña; que es muy amigo que al que está en su lugar, se trate
con la verdad y claridad que consigo mismo, deseando entienda todos sus
pensamientos. ¡Cuánto más las obras por pequeñas que sean!”. Dom Columba
Marmion escribía en una oportunidad: “El alma que se abre enteramente a quien
el Señor le dio por guía no tiene por qué temer ser víctima de ilusiones”.
Y San Juan de la Cruz: “...Cualquier
cosa que el alma reciba, de cualquier manera que sea, por vía sobrenatural,
clara y rasa, entera y sencillamente ha de comunicarla luego con el maestro
espiritual... Y esto por tres causas: la primera, porque... muchas cosas
comunica Dios, cuyo efecto y fuerza y luz y seguridad, no la confirma del todo
en el alma hasta que, como habemos dicho, se trate con quien Dios tiene puesto
por juez espiritual de aquel alma, que es el que tiene poder de atarla o
desatarla y aprobar y reprobar en ella... La segunda causa es porque
ordinariamente ha menester el alma doctrina sobre las cosas que le acaecen,
para encaminarla por aquella vía a la desnudez y pobreza espiritual que es la
noche oscura. Porque si esta doctrina le va faltando, dado que el alma no
quiera las tales cosas, sin entenderse se iría endureciendo en la vía
espiritual y haciéndose a la del sentido, acerca del cual, en parte, pasan las
tales cosas distintas. La tercera causa es porque para la humildad y sujeción y
mortificación del alma conviene dar parte de todo, aunque de todo ello no haga
caso ni lo tenga en nada. Porque hay algunas almas que sienten mucho en decir
las tales cosas, por parecerles que no son nada, y no saben cómo las tomará la
persona con quien las han de tratar; lo cual es poca humildad, y, por el mismo
caso, es menester sujetarse a decirlo. (Y hay otras) que sienten mucha
vergüenza en decirlo, porque no vean que tienen ellas aquellas cosas que
parecen de santos, y otras cosas que en decirlo sienten, y, por eso, que no hay
para qué lo decir, pues no hacen ellas caso de ello; y, por el mismo caso,
conviene que se mortifiquen y lo digan, hasta que estén humildes, llanas y
blandas y prontas en decirlo, y después siempre lo dirán con facilidad”.
3) Obediencia
La obediencia garantiza la eficacia de
la dirección. Es, por tanto, la obligación fundamental del dirigido. Hasta el
punto tal es esto necesario que la actitud de algunos santos, como Santa
Teresa, no deja de ser sorprendente. Así, por ejemplo, dice: “Siempre que el
Señor me mandaba una cosa en la oración, si el confesor me decía otra, me
tornaba el mismo Señor a decir que le obedeciese; después Su Majestad le volvía
para que me lo tornase a mandar”. Aquí se percibe cómo y cuánto en la Iglesia
la gracia y los dones divinos respetan la jerarquía.
Por
eso, insiste Santa Teresa, no ha de emprender nada el alma de cuanto le
prescriba el mismo Dios, mientras no se lo autorice el confesor. Y si éste no
autoriza, el alma no queda más obligada, pues ahí está la voluntad divina, ya
que si Dios realmente quiere que el alma haga alguna cosa que el confesor no ve
de la misma manera, cuando quiere y como quiera puede cambiar el corazón del
director o confesor.
2.3.-
LA FORMACIÓN DEL DIRECTOR ESPIRITUAL
En este tema se deja entrever la
necesidad de una formación personal del director o directora espiritual y de
algunas áreas privilegiadas de dicha formación. El planteamiento que hace
Amedeo Cencini sobre el tema puede darnos luz en nuestra reflexión.
Comienza diciendo que existe una
cuestión importante en este tema, referente a la identidad del director
espiritual, ¿debe ser un competente o un carismático, un profesional en su
función de ayudar o un hombre de Dios, una cosa más que la otra o las dos cosas
al mismo tiempo? En otras palabras, ¿todos pueden ser directores espirituales o
solamente algunos; el ministerio ordenado o la consagración religiosa capacitan
automáticamente para desempeñar este servicio? Cualquiera que sea la opción escogida
en este planteamiento, condicionará el concepto y el modo de formación del
director espiritual.
Resultará útil entre otras cosas,
establecer una cierta distinción entre la formación entendida como preparación
para ejercer una función determinada y la formación personal como experiencia
instantánea y sucesiva al cometido desempeñado.
a) Formación propia como
preparación específica para una relación de ayuda
Se
da por descontado que quien se dedica al cuidado de las almas debe recibir precedentemente
una adecuada formación.
Pero lo que no se puede asegurar
ciertamente es que exista de hecho una preparación específica para esta
relación de ayuda y para la dirección espiritual.
En los seminarios y centros de
estudios teológicos, existe todavía un grave desequilibrio entre contenidos y métodos, parece como si
las cuestiones referentes al método práctico haya que considerarlas de
naturaleza inferior a las relativas a la reflexión teórica. Olvidando que la
pedagogía moderna viene repitiendo desde hace tiempo: método y contenido están estrechamente vinculados; el
modo de exponer una verdad está indisolublemente unido al contenido de la
verdad misma.
Ahora
bien, es evidente también que la dirección espiritual es en sí misma una
metodología. Habrá sin duda quien diga que es suficiente que el director
espiritual sea un hombre de Dios, que basta con la gracia de estado, que no es
tan importante la reflexión sobre el método, que es suficiente adaptarse a la
personalidad del dirigido, que la dirección espiritual no es psicoterapia, etc.
Todo cierto. El director es ante todo hombre de Dios; sin la gracia (sea o no
de estado) no podemos hacer nada. Pero esto no tiene que estar en
contraposición a la necesidad de una formación específica para el ministerio de
la dirección espiritual. Más aún, el deber ser hombre o mujer espiritual y
abierto a la acción liberadora de la gracia es, incluso, un nuevo motivo para
exigir tal preparación, y para que sea adecuada lo más posible al servicio que
hay que prestar. El guía espiritual debería estar, pues, capacitado para desempeñar algunas funciones:
- Ante todo debería ser capaz de
discernir su situación personal, su dialéctica de base, las áreas de su
personalidad menos libres y, por lo mismo, más vulnerables, sus zonas de
inmadurez e inconsistencia, a fin de evitar su proyección -algo verdaderamente
grave- sobre la persona a quien dirige.
- Un guía espiritual debe también
saber discernir en el otro la presencia de conflictos e inmadureces, incluso
inconscientes. No basta con observar la conducta exterior, o contentarse con lo
que la persona diga de sí misma. Es indispensable que perciba, más allá de la
conducta fácilmente observable, las motivaciones más profundas, las necesidades
subyacentes, las tensiones ocultas, los temores inconfesables, etc. porque es
precisamente en estos niveles donde se descubre la verdadera identidad del
sujeto. Nunca hay que olvidar que el director espiritual no es el que decide en
nombre de la persona dirigida, sino el que ayuda a crecer a lo largo del
camino, en función de una elección que deberá hacer el mismo interesado; en
consecuencia, deberá intentar captar dónde se hayan las raíces del problema en
las diversas fases, cuál es el área en la que el individuo necesita un mayor
crecimiento, qué es lo que impide una opción libre, etc.
- Pero de poco serviría todo esto
si el director espiritual no se hallase en condiciones de ayudar a la persona a
discernir sobre sí misma, a descubrir y aceptar su yo actual en todos los
aspectos, tanto los más evidentes como los ocultos. La dirección espiritual
debe llevar al sujeto a aprender un método mediante el cual aprenda a
conocerse, a no auto engañarse acerca de las motivaciones reales de sus
opciones o de la falta de ellas, de sus deseos o de la pobreza de sus deseos.
- Finalmente al director
espiritual se le exige que sepa ayudar al sujeto a resolver sus propias
dificultades. Y como tales dificultades están frecuentemente en lo más profundo, inconscientes, el director
deberá tener una preparación adecuada en ese sentido. No se trata de
convertirse en psicólogo, sino de aprender a prestar un servicio integral a la
persona que busca, prestándola, además de la ayuda para que logre una vida
espiritual consciente, la ayuda necesaria para liberarla de las influencias
negativas de la vida inconsciente. No con imposiciones, sino proponiendo
simplemente en toda opción un camino de libertad, para que toda decisión marque
un crecimiento en la libertad de la auto trascendencia del amor.
Es evidente que todo esto, además
de una preparación específica de naturaleza probablemente interdisciplinar,
supone que el futuro director espiritual pueda seguir él mismo un camino de
dirección espiritual con otro guía que tenga estas competencias y que, mientras
le hace crecer, le "enseña" también un método.
No hay mejor modo de
"aprender" un método que constatar y experimentar su eficacia sobre
uno mismo, y no sólo con la cabeza, sino con el corazón y la voluntad, y con
toda la sensibilidad humana. Este método es algo más que un conjunto lógico de
operaciones, es itinerario hacia Dios.
Desde este punto de vista podemos
decir que ningún curso de propedéutica para la dirección espiritual puede sustituir a la experiencia de dejarse
guiar por un director espiritual.
Sólo el que ha sido
"hijo" (y en cierto modo continúa siéndolo) puede ser
"padre" en el espíritu.
En todo caso la formación para la
dirección espiritual hay que entenderla, según este primer sentido, como un
conjunto de nociones teórico-prácticas, unido a la experiencia personal de un
camino recorrido, con un guía, que precede al ejercicio de este ministerio y
que de algún modo capacita para él. Formación permanente, partiendo siempre de
esta acepción, será el recurso a estas nociones o puesta al día de las mismas
con vistas a un servicio cada vez más cualificado y al ritmo de los tiempos.
Pero formación del director
espiritual puede y debe querer decir además otra cosa.
b) Formación propia como
experiencia simultánea a una relación de ayuda
Acompañar a una persona a lo largo
de su vida espiritual es verdadera y propia experiencia de formación personal
para el acompañamiento mismo.
Hablamos de formación en el
sentido más amplio del término: formación como experiencia de Dios, como
conocimiento propio, como individuación de las propias debilidades y pobrezas,
como aceptación del otro, etc., no simplemente como aprendizaje de una técnica
o experiencia que se deriva de la práctica.
No hay que caer en la presunción,
a veces muy sutil e impalpable, de ser los "maestros de Israel" cuyo
papel fijo y reconocido es el de guiar al pueblo, o "los alumnos del
santuario" que saben como penetrar en el "sancta sanctorum" y
cómo introducir a los demás.
Es decisivo, por el contrario,
convertirnos hoy a la idea de ser peregrinos en la fe en compañía de otros
hermanos con los cuales compartimos la fatiga del camino, en permanente estado
de búsqueda, cada uno con una sabiduría que comunicar a los otros, y que no es
propia, pues es la historia que Dios está escribiendo en su vida, la pasión de
Dios que "busca" a esa criatura y se halla inscrita en su ser.
La dirección espiritual es una
experiencia absolutamente privilegiada desde este punto de vista: ella permite
acercarse a esta "historia", contemplar las etapas, localizar los
rastros de la presencia de Dios, a veces casi invisibles, descubriendo el
sentido de esta historia, la "dirección" que el Padre la está imprimiendo,
para que llegue a ser manifestación plena de su pasión por los hombres. El
director espiritual contempla esta historia, que es siempre para él historia
nueva, teofanía inédita, descubrimiento de algo que no sabía, zarza ardiendo a
la que se acerca quitándose las sandalias y quedándose a distancia, porque es
"tierra sagrada"... Algo muy distinto a ser maestro de Israel o
alumno del santuario.
El director espiritual está allí
simplemente para ayudar al hermano en el descubrimiento de estos signos, y para
darle un nombre; está allí para hacer patente el sentido de la propuesta de
Dios para que se cumpla en él el proyecto del Padre. Comparte un trecho del
camino, o la experiencia propia y personal historia, pero siempre con la
discreción y el respeto del que sabe hallarse ente el misterio y lo inédito.
Y en la contemplación admirada de
esta original historia de amor, el director espiritual descubre que ella lo
afecta, lo alcanza también a él; que no es un objeto externo que hay que
analizar o juzgar, ante el que puede permanecer indiferente o tratar con
suficiencia. Es como un capítulo de su misma historia, es un fragmento precioso
que enriquece su conocimiento de Dios, que a partir de este momento se le
revela y lo interpela de un mido nuevo. Como si él mismo, el director
espiritual, captase mejor y con mayor plenitud su identidad y su misma vocación
a través de este misterio, hasta el punto de preguntarse, si es más lo que da o
lo que recibe... Y el otro, aquel a quién él "dirige", fuese
mediación, paso obligatorio, original experiencia de lo divino.
Un honesto director espiritual que
toma conciencia de su papel no puede ayudar a adoptar ciertas
actitudes,-atención e invocación, confianza y libertad, deseo y pasión,
compasión y acción- sin hacer, al mismo tiempo, su camino personal de
discernimiento y maduración vocacional, es decir, de crecimiento en la fe.
Entonces la dirección espiritual
no sería ya simple relación de ayuda, por muy cualificada que sea, o por el
ofrecimiento de aportaciones en sentido único, entre superior e inferior, sino
verdadera y propia experiencia de Dios por parte de dos seres que, con roles y
modos diversos "encuentran" juntos a Dios el uno en el otro, ese Dios
que, desde siempre en la historia de la salvación, ha mostrado que prefiere el
camino de la mediación humana para revelarse al hombre.
En esta concepción de la dirección
espiritual y de la praxis que de ella se deriva, es probable que no sólo los
"dirigidos" puedan descubrir su propio camino hacia Dios, sino que
también el mismo director espiritual pueda redescubrir plenamente su propia
identidad y misión, de hombre de Dios y hermano o hermana de quien busca a
Dios.
c) Actitudes y estilo de acompañar: desde las
Ciencias Humanas
Recibir al otro con hondura
Acoger desde lo hondo a la persona acompañada y de tal
forma que esta lo note, sin enjuiciar o moralizar, es decir incondicionalmente.
La clarificación de la problemática es posterior y fruto de esto mismo. Esta
actitud debe manifestarse a lo largo de todo el proceso, pero de manera
especial al iniciarlo. Esto permite a la persona ser ella misma, lo que resulta
ser una experiencia liberadora.
Ser uno mismo
Desempeñar roles en el acompañamiento no resulta, esta
no es destreza exterior. El testimonio honesto es básico y contagioso. Ser
autentico y coherente- esforzándose conscientemente y con humilde fe- es la
tarea. El acompañamiento se realiza por la calidad de la relación, más que por
las palabras.
En sintonía con los sentimientos propios
Lo que siente y lo que experimenta la persona mientras
acompaña o fuera de la sesión, es una señal, apunta a algo que merece ser descifrado.
No se llega lejos ayudando solamente con la cabeza y no desde la hondura de uno
mismo. Sin dejarse afectar, quien acompaña no podría comprender con profundidad
a quién quiere ayudar; y sin lucidez sobre lo que le dicen los sentimientos
peligraría el sentido de la relación.
Confiar en las intuiciones y tomarlas en serio
Como los grandes deseos, sobrevienen, no es algo que
uno elabore, sino que surge como don del ser. Es un don que pone el Señor en la
persona que acompaña. Habría que tomarla en serio con sentido común,
discernimiento y sentido de fe, sin temor paralizante que no deja lugar a la
novedad.
Tolerar las frustraciones con espíritu de gratuidad
Quien acompaña está invitado a desarrollar una
tolerancia a la frustración y a estar preparado a experimentar alguna vez
envidia, celos, pena, desconcierto, gozo, satisfacción…ante reacciones de la
persona acompañada; esto durante la misma entrevista o fuera de ella, lo cual
pide gratuidad en la ayuda, una actitud que evita crear dependencias y reaccionar
a la defensiva. Tolerar la frustración y mantener la gratuidad en el proceso
del acompañamiento espiritual son actitudes que van juntas y suponen personas
maduras centradas en Jesucristo.
Fomentar la capacidad de asombro y mirada
contemplativa
Asombrarse del camino de Dios, distinto y original en
cada persona, facilita el estar abierto a lo que el Señor realiza en esa
persona con su personalidad, su historia, sus fortalezas, y debilidades. Esta mirada hace descubrir realidades hondas
en la persona acompañada, más allá del mero proceso analítico. Nos invita a ver
a la otra persona con los ojos de Dios.
No apropiarse de la experiencia de acompañar
No querer apropiarse de la persona ni del proceso
mismo del acompañamiento. Esto es verdad para toda relación de ayuda. El
acompañamiento espiritual lo caracteriza la apertura a lo que Dios quiere en la
vida de quién está caminando, allí donde los grandes deseos de la persona
apuntan a los deseos de Dios para ella. Esto supone un acompañamiento libre, desinteresado,
capaz de tomar o soltar opciones, solamente buscando el bien del otro
APERTURA, MANEJO Y
CIERRE en cada encuentro.
La apertura en la
entrevista. Hay ajustes entre los participantes, hay esperanzas y desconfianza, se
plantean expectativas y se trata de comprenderlas. Durante la apertura la
relación es mucho más fluida, el acompañado muestra creciente interés por el
presente y presiona hacia el futuro. El acompañado necesita un soporte para su
yo y el acompañante funciona como yo auxiliar, que debe transmitir seguridad.
El modo de conducir la apertura debe adaptarse a las
circunstancias específicas de cada acompañado. Es indispensable ser flexible y
adaptable para llevar la entrevista constructivamente. Utiliza las destrezas de
acogida, establece rapport, plataforma emocional que permite que los afectos
del acompañado estén al servicio del objetivo, clima ideal para que la persona
pueda expresar sus pensamientos, emociones, gustos, expectativas, sin miedo a
ser rechazado.
El manejo: se desarrolla la
transferencia y contratransferencia con un extensísimo abanico de matices,
sutilezas, contradicciones y contrariedades. Interviene la interpretación que
es legítima si tiende a remover un bloqueo concreto de la tarea que se está
realizando. Siempre toca la diferencia entre el funcionamiento adulto y el
funcionamiento infantil, esto es ineludible y doloroso. Hay que reflejar al
acompañado su ansiedad sentida, porque utiliza un mecanismo de defensa que
ataca, desvirtúa y perturba el funcionamiento del objeto.
Cierre: se propone que el
acompañando alcance el crecimiento mental, un cambio de carácter y la expresión
de la personalidad. Las entrevistas cesan cuando la persona se aproxima
suficientemente a sus metas, es protegida de una posible caída y obtiene los
instrumentos necesarios para continuar por sí misma el resto de sus días
(autoanalísis). A semejanza de un ciclo vital, un proceso de acompañamiento
certero pasa por las etapas de nacimiento, desarrollo y muerte. Hablar de
cierre es hablar de un proceso de muerte que supone un duelo que se ha de
asimilar, cuyas etapas son: negación, enojo, negociación, depresión y
aceptación. Exige al acompañante un compromiso afectivo que brinde el espacio y
el tiempo adecuados, además de un soporte emocional práctico.
“Marcamos con fuego en la memoria los pocos
contactos que hemos tenido, en los años opacos de rutina y de pecado, con almas
que hicieron más sabias a nuestra alma; que dijeron lo que pensábamos; que nos
enseñaron lo que sabíamos; que nos dieron la oportunidad de ser lo que
interiormente éramos”[1]
Madurez espiritual para escuchar
Apasionadas por Jesús:
Opción afectiva que orienta nuestra razón y canaliza
nuestra energía, que va a ser respuesta a un amor primero: “conocer
internamente al Señor para amarlo y seguirlo” (San Ignacio)
“Me abracé al mediador entre Dios y los hombres:
Cristo Jesús” (San Agustín)
Necesitamos conocer, gustar, haber madurado el mensaje
de Jesús, su persona, su vida, su manera de relacionarse, su proyecto, su
muerte y resurrección.
Llamadas a ser gustadores de la Palabra, maestros, de
la Palabra, para así saber leer la vida y los acontecimientos con ojos
novedosos, cristianos.
Abiertas al misterio
Somos un misterio inalcanzable. No logramos conocernos
y entender lo que somos y hacemos y menos llegamos a entender a los demás.
Necesitamos entrar en el misterio del dolor, del pecado propio, y de la cruz.
Mediar
El verdadero acompañante es el Espíritu Santo, lo
nuestro es la mediación, nos toca estar ahí como verdaderas pedagogas que
escuchan, que acogen, procesan lo que llega, se sitúan al lado y del lado de la
persona; no delante ni detrás. Se le ayuda a dar pasos hacia delante, a su
ritmo, de forma metódica y pautada, sin presionar ni abandonar, sin forzar ni
aflojar.
Se realiza en una actitud de apertura para escuchar,
ofrecer preguntas abiertas que ayuden a explayarse, reflejos oportunos que
ayudan a profundizar. Operaciones tales como: asociar, relacionar, disociar en
un momento para identificar todo lo que acontece en una situación; hacer
síntesis, ampliar perspectiva, abrir horizonte, reinterpretar vivencias,
verificar, etc. Todo esto se pone en juego en cada encuentro. Pide lucidez para
descubrir el momento de ofrecer tareas y pautas para la vida, siempre con la
finalidad de ayuda, según el momento en que la hermana esté.
Estos encuentros no pueden darse si no es algo
previamente acordado y decidido por ambas partes.
Supone un sacrificio de tiempo y de entrega
incondicional sin buscar nada para sí ni desear nada por el otro.
Clarificar
Poner palabra y dejar que la palabra sea pronunciada y
escuchada. Se hace ayudando a los otros a hacerse las preguntas adecuadas, a
conectar los sentimientos con la razón, a simbolizar con la palabra la
experiencia, aproximándonos, casi sin darnos cuenta, a lo que es la
interioridad.
La clarificación es la experiencia de poder vivir
desde el centro de nosotros mismos, proyectados y relacionados con los otros,
ya que nos sentimos diferenciados y nos sabemos diferenciar. Así se hace
posible la conexión y la relación con la vida.
La clarificación pide centrar en cada conversación
aquello que verdaderamente afecta, impresiona, inquieta, entristece, alegra,
interesa. Se puede hablar de muchas cosas, pero cada encuentro tiene un tema
específico.
Cada director espiritual superiora debe aprender a
escuchar con empatía inteligible y compresiva.
Vincular
Es la experiencia de hacerse compañera del otro en
todo el itinerario, implica el compromiso de claramente acordado de encontrarse
las dos personas, con periodicidad previamente fijada de forma flexible
(encuadre). No se trata de fingir, tampoco de forzarse; cada uno debe acertar a
saber ser uno mismo al lado del otro, no guiado por las propias ansiedades
emocionales-
Es necesario mirar la vida y la persona con los ojos
de Dios. El acompañamiento a través de la escucha en la vida diaria pide
mística y compromiso, confianza y respeto.
3.- DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN
JEANNE DE MATEL
3.1.- INFLUENCIA DE LOS
JESUITAS EN SU DIRECCIÓN ESPIRITUAL
3.1.1.- ANTECEDENTES
Conocemos
la relación de Jeanne de Matel con los Jesuitas, es indudable que ellos
ejercieron una gran influencia en su formación espiritual. Existe una cantidad
considerable de documento que acreditan esta relación, generalmente son cartas
que ofrecen una nueva luz sobre la personalidad de la madre de Matel. Existen
109 cartas y la intervención de 60 padres jesuitas que nombra la sierva de
Dios, desde 1611 hasta 1663.
Se
impone la necesidad de saber cómo llegó a tener tanta relación y
correspondencia con tantos jesuitas. Los puntos preliminares de esta relación
son principalmente tres:
a)
LA
DEVOCIÓN DE JEANNE DE MATEL A SAN IGNACIO DE LOYOLA
La devoción a Ignacio de Loyola, su fama de
santidad y milagros habían logrado en la época del nacimiento de la Madre de
Matel, que se comenzaran los procesos ordinarios para su beatificación. Como
sabemos fue beatificado por el Papa Pablo V, y lo canonizó Gregorio XV el 12 de
marzo de 1622. Así pues la Jeanne de Matel tuvo ocasión de crecer en esta
devoción y conocimiento, cuando los jesuitas fundaron un colegio de Roanne en
1611. “Jeanne eut donc toute facilité de recourir aux lumières de ces hábiles
et saints directeurs, grâce précieuse pour una âme conduite en des voies si
extraordinaires et qui lui fut providenciellement continué presque toute sa
vie” (Penaud, I, p. 72.). El trato habitual con sus confesores y directores
jesuitas, desde que ella tenía 15 años, ayudó a la sierva de Dios a conocer y
profundizar la vida ejemplar de San Ignacio de Loyola. La primera vez que ella
lo nombra en su autobiografía es
recordando la gracia que recibió durante su oración el 24 y 27 de agosto de
1620: “Tout ainsi que j´ai choisi le bienheureux st. Ignace pour instituer una
Compagnie d´hommes qui honore mon nom, je t´ai choisie pour dresser una
Congrégation de filles” (La sierva de Dios, Autobiogra., p. 162). Dedicó a San
Ignacio algunos trozos de sus escritos que nos muestran el culto filial que le
tributaba, escribió en 1636.
La figura
de San Ignacio de Loyola dentro de la dirección espiritual se prolongará a lo
largo de los siglos, a través de sus ejercicios espirituales, y en especial por
las reglas de discernimiento. Los ejercicios espirituales expresan la
espiritualidad ignaciana, es decir, la de dar siempre lo mejor a Dios.
Esta espiritualidad san Ignacio la ejerció
sobre sus dirigidos, siempre en el ámbito de la más completa libertad, poniendo
delante de ellos la figura amable de Cristo en sus diversas facetas de su vida:
desde la encarnación hasta la resurrección, pasando lógicamente por la pasión y
muerte, en dónde san Ignacio suele detenerse para lograr arrancar al alma las
decisiones necesarias para llevar a cabo una transformación de vida.
El director espiritual, para san Ignacio,
debe ser un hombre de Dios, debe escrutar con diligencia los caminos por los
que Dios está conduciendo al alma. Es un “testigo de Dios” que admira con
respeto la acción de Dios en las almas, es también un árbitro que debe
discernir los movimientos interiores del alma, dando gran importancia al hecho
de la persona dirigida manifieste abiertamente las mociones que experimenta en
su alma. El lugar para ejercitar la dirección espiritual eran los ejercicios
espirituales, donde describe unas “reglas del discernimiento de espíritus”.
Suponemos que esto describe también a cada uno de los directores espirituales
de Jeanne de Matel.
Así
pues esto nos lleva a pensar que para Jeanne de Matel le eran muy familiares
los ejercicios espirituales de San Ignacio así como el método de discernimiento
ignaciano que aprendería de sus directores jesuitas. El acompañado está
permanentemente afectado por situaciones de discernimiento, de toma de
decisiones. El acompañante ayuda al discernimiento dando luz respecto a lo que
realmente ocurre e identificando la acción de los espíritus. Es indispensable
conocer las reglas, los conceptos y recomendaciones en torno al discernimiento que
Jeanne de Matel no sólo conocía en teoría sino también en la práctica.
b) INFLUENCIA ESPIRITUAL
DE SAN LUIS GONZAGA Y SAN JUAN BERCHMANS
La madre de Matel describe la experiencia verdadera de
fraternal ayuda espiritual del beato Luis Gonzaga, beatificado el 2 de octubre
de 1621 y del joven jesuita Juan Berchmans, muerto en olor de santidad el 13 de
agosto de 1621. (Aunque la madre se refiere a él como el santo, fue beatificado en 1865 y canonizado el 15 de
enero de 1888). Escribe sobre ellos en su diario espiritual el 21 de junio de
1633, lo tituló así: Des gràces et assistance que j´ai reçues de la divine
bonté par l´aide et intercession des bienhereux Louis Gonzague et saint Jean
Berchmans de la Compagnie de Jésus”. El primero le obtiene la amorosa devoción
al Santísimo Sacramento y el segundo la había alejado de aficionarse a un
confesor.
c) APRECIO POR LA
COMPAÑÍA DE JÉSUS.
Se conserva una
carta donde se ve la estima que tenía a la Compañía, pues solicitó pertenecer a
ella cuando tenía 25 años, como hija de
la Compañía y en esta carta el P. Jacquinot le dice que ha obtenido para ella
esa gracia. “Notre r.p. général vous a accordé la participation que je lui ai
demnadé pour vous (…). Vous êtes donc maintenant telle que vous avez désiré,
accepté pour fille de la Compagnie en notre Seigneur”.
Antes de conocer
la voluntad de Dios respecto al nombre de la congregación, deseó y consintió que se les llamara Filles de Jesús, lo cual
abandonó cuando comprendió que debería llamarse del Verbo Encarnado siendo así
fiel a su carisma de fundadora.
El trato de
Jeanne de Matel con los jesuitas fue en varios niveles: directores espirituales
y discernidores de sus escritos y estados místicos, confesores, cooperadores en
su obra de fundadora, y amigos espirituales.
En la Positio
existe un apartado en los que aparecen todos los nombres de los Jesuitas que
tuvieron relación con ella, el año o los años de comunicación, el motivo del
encuentro, documentos y lugares de donde se enviaban cartas a la sierva de
Dios.
Las cartas que
nos pueden ser de mayor utilidad en este estudio son las que se catalogaron
como CARTAS DE DIRECCIÓN ESPIRITUAL. Son 74, desde 1616 hasta 1663, en ellas se
encuentran todos los temas de la teología espiritual.
A MODO DE
CONCLUSIÓN
Vista la relación
de la Madre de Matel con los jesuitas podemos deducir que estaba muy
familiarizada con el método jesuita en la dirección espiritual, así pues nos
puede llevar a pensar que ella conoce las
“Reglas para en alguna manera sentir
y conocer las varias mociones que en el ánima se causan:
las buenas para recibir y las malas para lanzar” de San Ignacio
de Loyola.
La
madre de Matel nunca cesan esas mociones, es decir, esos movimientos o
inclinaciones del alma que experimenta en su vida, la consolación, es decir,
esa moción interior, profunda, con la cual la persona se siente dispuesta a
amar y servir, porque experimenta con profundidad el amor a su creador y Señor.
Hay una alegría interna y un aumento de
fe, esperanza y amor. Hay una paz y un equilibrio difíciles de adquirir, porque
son un regalo de Dios. La desolación será lo contrario. Será la
oscuridad, la tentación, la confusión, la inquietud y la agitación, la
desconfianza... uno se experimenta como separado y alejado de su Creador y
Señor. Todo esto queda reflejado a lo largo de sus escritos, leemos algunos
ejemplos.












3.2.- DIRECTORES ESPIRITUALES DESPUÉS DE LA FUNDACIÓN (1625-1670)
Es
de vital importancia seguir el itinerario espiritual de Jeanne de Matel en la
plena realización de su vocación como fundadora, porque esto marcará su vida en
todos los sentidos.
Como
sabemos era objeto de continúas gracias especiales que formaban habitualmente
parte de vida espiritual. Esto la hizo buscar una dirección espiritual sabia y
continúa que encontró especialmente en los jesuitas.
“La joven, en el discernimiento de los estados
extraordinarios a los cuales Dios la había elevado, no se fiaba únicamente de
sus propias luces. (…). Conocemos los nombres de estos directores. Seguramente
formaban parte del número de teólogos más notables y destacados de la época,
tenemos varias cartas escritas por ella
a estos personajes de élite” (Cf. CRISTIANI, Une grande mystique lyonnaise,
Lyon 1947, pp.19-22)
Se
puede deducir por sus escritos que su relación con ellos era muy duradera, y no
dejaba de consultarlos, incluso cuando dejaba de recibir la dirección continúa.
En este proceso de comprensión de su vocación de fundadora en ningún momento
dejó de escoger hombres sabios y prudentes que la dirigieran. Aunque cuando
fueron mayores sus sufrimientos en los últimos años de su vida, se vio privada
del derecho de dirigirse a sus directores habituales y aceptar, de parte de los
que la gobernaban, los que le imponían, lo cual aceptaba con un fuerte espíritu
de fe.
Así
pues, para tener una panorámica lo más completa posible, es necesario tomar en
cuenta a los directores espirituales y confesores elegidos por ella, de los que
no fueron elegidos, de los hijos espirituales y de las fuentes principales de
la dirección espiritual.
3.3.- DIRECTORES ESPIRITUALES Y CONFESORES ELEGIDOS POR JEANNE DE MATEL
Podemos decir que todos sus directores eran
portadores de una gran personalidad y que ejercieron una gran influencia
espiritual para ella, a partir del momento de su fundación.
Haciendo un recorrido por todos los escritos que
tenemos de la Madre de Matel, encontramos a los siguientes directores:
ü P. Nicolás Dupont, SJ
ü P. Claude de Lingendes, SJ
ü P. Joseph Gibalin, SJ
ü P. Jean Baptiste Carré, OP
a) P. Nicolás Dupont, S.J.
Por los archivos de los jesuitas, conocemos los datos siguientes: Nació en
Chaumont en la diócesis de Langres el
año 1586; entró en la Compañía de Jesús el 10 de diciembre de 1604; hizo la
tercera probación en Lyon en 1619. Formó parte de la comunidad de Roanne de
1623 a 1625 que fue cuando conoció y
ayudó a la madre. La madre habla de él
cuando al inicio deseaba conocer la voluntad de Dios respecto al tiempo
adecuado de comenzar la fundación. “Mi confesor que era por aquél entonces el
reverendo padre Nicolás Dupont…” Y en otra parte dice que los reverendos padres
Dupont et Bonvalot, jesuitas, hicieron bien en apresurarla para que saliera de
su casa antes de recibir la respuesta de su padre que estaba en París puesto
que él no consentía su salida de la casa, lo cual la afligía mucho. Se
conservan los originales de 4 cartas del Padre Dupont entre los años 1625 y 1627,
donde manifiesta la gran estima en la que la tiene, la confianza en sus
oraciones y el interés por la obra. El mensaje espiritual se puede resumir en: ser valiente para hacer siempre lo que
Dios le pide e informar cómo es su trato con Dios, su vida de oración y si
avanza en la fundación.
b) Claude de Lingendes, S.J.
Nació en Moulins el 11 de septiembre de 1591, entró en la Compañía en 1607 en
Lyon y profesó el 13 de junio de 1627, muere en París el 12 de abril en 1660.
Existen dos cartas por las que sabemos que conoció a Jeanne de Matel una en
1623 y otra en 1631. Y la madre habla de él en su autobiografía (pag. 270), cuando hizo su
primer viaje a París. En un principio se le consideró como un gran enemigo, “le
prince des orateurs sacrés de son temps, et l´un de plus excellents directeurs
dans les voies de la perfetion”. Dirigió
a la madre durante su estancia en París. La estimaba mucho, alentaba s
su dirigida a dar una respuesta cada vez más generosa al Dios que la colmaba de
tantas gracias y favores especiales; la invitaba a buscar el silencio, el retiro y la oración en medio
de los viajes y trabajos de las fundaciones; le recomendaba buscar agradar sólo
a Dios, obedecer a todos y guardar su corazón a Dios.
c) Joseph Gibalin, S.J.
Nació en Gévaudan el 28 de febrero de 1593, ingresó en la Compañía en 1607 y
profesó en mayo de 1671. Murió en Lyon el 15 de diciembre de 1671. Gran
teólogo, maestro y escritor, primero conoció a la madre de Matel de oídas lo que bastó para que se convirtiera en su
adversario, esta enemistad era conocida por la madre. La forma de vencerla era
mediante la oración, Dios escuchó su súplica y supo que le concedería en el
Padre Gibalin un gran protector y director espiritual. En 1632, le invitó a
predicar en el convento con motivo de la fiesta de Navidad. El resultado fue,
que regresando al colegio, se dedicó a orar, consultar autores místicos, hablar
con los mejores teólogos de Lyon sobre las cosas extraordinarias que le pasaban
a la Madre de Matel y “lorsqu´il fut entièrement convaincu que tout était
l´oeuvre de Dieu, il reconnut franchement son erreur”. Así pues el Padre
Gibalin conoció a la Madre cuando sus experiencias místicas ya la habían
forjado y eran conocidas las opiniones de algunas personas muy autorizadas,
como el p. Coton, p. Jacquinot, etc. La dirección de este Padre fue muy
apreciada por Jeanne de Matel y una de las más duraderas. Se conservan cuatro
cartas, de la madre a él.
d) Jean-Baptiste Carré, OP.
Fue uno de los más importantes directores de la Madre de Matel durante su
estancia en París, lo conoció por medio de la duquesa de la Rocheguyon quien la invitó a dirigirse con él. Era
humilde, de gran caridad, asceta, con grandes cualidades para dirigir a otros,
llevando de nuevo el fervor a los fríos, enfervorizando más a los adelantados
en el camino de la perfección, haciendo el bien a todos, capaz de amar a sus
más grandes enemigos. En la autobiografía Jeanne de Matel habla de él como su
confesor, bienhechor de lo material y espiritual del monasterio de París,
consejero comprensivo, juez de sus estados místicos.
3.4.- DIRECTORES Y
CONFESORES NO ELEGIDOS POR LA SIERVA DE DIOS
Hay un hecho poco común que se dio en la
vida de Jeanne de Matel, la de tener confesores y directores espirituales
impuestos. Algunos se ofrecieron caritativamente y amigablemente, otros se
impusieron con su autoridad. A unos y a otros se sometió con espíritu de fe y
humilde obediencia.
1.- Mgr. Alphonse-Louis, cardenal
de Richelieu, Arzobispo de Lyon. La dirigió del 1º de diciembre 1641 a junio de
1642. Impuso su dirección y no le permitía dirigirse con sus padres espirituales
para cerciorarse de la autenticidad de sus escritos. La obediencia, humildad,
paciencia y amor a la autoridad fueron un ejemplo vivo para todas las hermanas
testigos de este hecho. A pesar de estar enferma cumplió lo mandado, entregando
la autobiografía den junio de 1642. La prontitud extrañó sobremanera al
Cardenal, que inmediatamente revocó la prohibición de comunicarse con el padre
Gibalin. La verdad es que no se han encontrado cartas que nos ayuden a
comprender esta dirección espiritual, ni la Madre hace referencia alguna a esta
relación en ninguno de sus escritos.
2.- Mgr. Pierre Scarron, obispo
de Grenoble. Esta dirección espiritual fue ofrecida a la Madre cuando estuvo en
Grenoble, pero no fue impuesta. Tenía un verdadero interés paternal. Ella
siempre le tuvo especial cariño, confianza, agradecimiento y sincera obediencia
como testimonia una de las cartas. Esta dirección duró de febrero a julio de
1643, aunque la comunicación epistolar continuó, así lo menciona la Madre
Saint-Pierre en sus escritos.
3.- Mrg. Jean d´Estrade, obispo
de Condom. Lo conoció en Paris, en casa del Sr. De la Piardière a donde ella y
las hermanas se refugiaron en tiempo de las guerras civiles, en junio de 1652.
Cuando la conoció sintió una gran veneración hacia ella y se propuso ayudarla
en todo lo que pudiera. Esta dirección espiritual que se podría llamar
ocasional, fue continua a partir de ese encuentro providencial. Le escribía
casi todos los días para saber las gracias abundantes que Dios le comunicaba. La
madre de Matel habla de la bondad, paciencia y caridad de este obispo. No se
sabe cuánto tiempo siguió recibiendo esta ayuda espiritual.
Los directores y confesores de la
Madre de Matel son retirados en su lecho de muerte. Así pues en sus últimos años
se vio privada de recibir las visitas de sus directores espirituales que fueron
alejados de ella. A partir de 1663 hasta 1670 ya no pudo ver a sus directores
con libertad.
3.5.- LOS HIJOS ESPIRITUALES
DE JEANNE DE MATEL
La contemplación continúa de los
misterios del Verbo Encarnado produjo en la Madre de Matel una gran atracción
hacia el silencio y el retiro. La conversación con las personas no era otra
cosa que la continuación de su oración. Muchas personas de su tiempo se
sintieron atraídas hacia ella, buscando
su dirección y conversación espiritual, lo cual no era insólito pues ya se daba
en esta gran siglo de renovación espiritual el hecho de que fervorosos laicos,
como Jean de Bernières-Louvigny, se dedicaran con sencillez y seriedad a la dirección
espiritual. En el POSITIO sólo se hablan de seis personas entre todas las que
se podrían citar como sus hijos espirituales:
1.- Pierre Séguier. (Canciller y
guarda sellos del rey, murió en 1672). Conoció a la madre de Matel por medio
del abbé de Césary, quien le comunicó que ella tenía revelación de los cargos
importantes que debía ejercer en la corte.
Quiso conocerla y juzgar por sí mismo, de la virtud y gracias de Dios,
que su amigo admiraba en ella. El canciller la visitaba reconociendo en ella
una virtud eminente que le atraía y le hacía pensar en la santidad. Todo ello
unido a un respetuoso y filial amor. Fue notable en él, la devoción a
Jesucristo, hizo construir una capilla donde cada 25 de cada mes, se recordaban
los misterios de la infancia de Jesús, según la doctrina del cardenal de
Bérulle. Desde que la conoció buscó leer sus escritos y diario espiritual donde
encontraba una unción especial y su lectura le encendía todavía más en el amor
de Dios y de la Sagrada Escritura. Reconoció haber recibido muchos favores y
gracias espirituales en las conversaciones con la madre.
2.- Daniel Priézac. (Consejero
de estado y escritor, profesor en la facultad de derecho y miembro de la
Academia Francesa). Escritor distinguido pero poco preocupado por su vida
cristiana. Las frecuentes conversaciones con la madre lo ayudaron a convertirse
de corazón y distinguirse en una devoción muy especial a la Virgen María.
Siguiendo sus consejos como espiritual, deseaba servir a Dios con la mayor
generosidad. Le tenía tanta confianza que le comunicaba hasta sus más secretos
pensamientos y por ella se decidió a escribir una obra que tuvo tres volúmenes,
titula “Los privilegios de la Virgen
madre de Dios”. Se conservan cartas de ambos, llenas de reconocimiento y
amor a la perfección.
3.- Antoine Rossignol (gran
diplomático, trabajó en la corte, donde tantos Luis XIII como Luis XIV lo
estimaron muchísimo. Llegó a ejercer el cargo de Maître de comptes). Conoció a
la madre en Lyon. Era un buen cristiano y poseía la intuición de lo
sobrenatural y discernía bien todo lo que era de Dios. Al tratar con Jeanne de
Matel, le pareció que la obra de la fundación era una obra divina y
espontáneamente quiso hacer, por devoción, voto
de procurar la gloria del Verbo Encarnado, ayudando en todo lo que él
pudiera, a la obra de las fundaciones.
Pidió
a la Madre de Matel que lo recibiera entre el número de hijos espirituales,
cuando estaba en París. Al aceptarlo, él la confió sus prácticas de devoción y
el estado de su oración. Ella se preocupó de hacerle progresar y sostenerle en
la práctica de la oración, la frecuencia de los sacramentos, la devoción al
misterio de la Encarnación y de la Eucaristía, a lo cual, respondió con gran
fidelidad hasta el día de su muerte.
4.- Jacques de la Piardière,
abbé de Verneuil (en su juventud quiso ser religioso y encontrar a alguien que
le quisiera ayudar a seguir por el camino de la santidad; se casó, tuve cuatro
hijos, al morir su esposa, él tenía 38 años. Poco después estudió la carreta
eclesiástica preparado por san Vicente de Paul, el 19 de marzo de 1652 celebró
su primera misa en el convento del Verbo Encarnado de París, donde estaba la
Madre de Matel). Buscaba la conversación edificante con la madre. La conoció
siendo casado y ministro de finanzas, encontró en ella más de lo que había
deseado y le suplicó le admitiera bajo su dirección. El don de la oración era
lo que más anhelaba y Jeanne de Matel no cesaba de animarlo para obtenerlo de
Dios. Ella experimentaba que el Señor ponía en sus labios una bendición
particular para hablarle de las divinas misericordias. Él, por su parte, al
escucharla, se sentía lejos de la tierra, penetrado de unción y devoción.
Comenzó a comulgar más seguido y según el testimonio de la misma Madre, en
menos de seis meses alcanzó un grado comparado al de la sexta morada del libro
de Santa Teresa. Desprendido de las riquezas; su mortificación y amor a Dios
eran notables. Por ella supo que llegaría al sacerdocio. Cuando la madre de
Matel le confió el deseo que había tenido de la extensión de la Orden en una
rama masculina, se esforzó por llevarlo a cabo, incluso compró una casa para la
primera comunidad, pero murió sin lograr establecerla. Se conservan 10 cartas
de la madre y dos de él. Murió en olor de santidad en octubre de 1662,
contagiado por atender a una religiosa ursulina que estaba para morir.
5.- Germain Habert, abbé de
Cérisy. (Miembro de la academia francesa, primer biógrafo del cardenal de
Bérulle, capellán de la familia Séguier, de quien hemos hablado anteriormente).
Conoció a la madre en 1629, amigo del padre Gibalin, supo en unas de sus
conversaciones con él, que la madre había tenido la revelación de que Pierre
Séguier sería guarda sellos del rey y canciller de Francia. Impresionado por
esa novedad tan inesperada, deseó y pidió visitarla y se presentó el 8 de
septiembre de 1642. Al llegar, se encontró que la madre estaba en el recibidor
con el padre Gibalin, dándole cuenta de los favores que Dios la había concedido
ese mismo día. Cuando entró el padre Habert, el padre Gibalin le pidió a la
madre que repitiera lo que acababa de contarle, lo cual hizo por obediencia.
Quedó impresionado, la tuvo en gran estima y, poco a poco, fue descubriendo la
experiencia que ella tenía de la vida espiritual, unida a una sencillez y
humildad que lo deslumbraban.
La
madre de Matel lo recibió como hijo espiritual: “ À Monsieur l´abbé qui avait
conçu une forte dilection pour moi que son âme et la mienne furent conglutinées
par la charité, comme celle de Jonathan à celle de David”. La correspondencia
de la madre hacia este hijo predilecto es muy abundante: 47 cartas.
6.- Prieur Louis Bernardon.
Aparece en la autobiografía de la Madre como capellán, el día que ella tiene
que hacer un viaje, ya que estaba ordenado en ese tiempo, que las religiosas
que viajaban, debían acompañarse de un sacerdote que celebrara la misa en las
que ellas pudieran comulgar. Después la madre habla de él, con motivo de un
éxtasis, que la sorprendió en el momento en que el prieur Bernardon llegaba al
convento pidiendo hablar con ella. Por la veneración que tenía a la madre,
aceptó ser confesor de la comunidad de Lyon (ministerio que ejerció durante 42
años), y acompañarla en sus viajes. En los últimos años de la Sierva de Dios,
estuvo en París cerca de ella como hijo, hermano y padre espiritual, hasta que
la malicia de los que hacían sufrir a la madre le prohibieron verla.
3.6.- CARACTERÍSTICAS DE LA
DIRECCIÓN ESPIRITUAL DE JEANNE DE MATEL
Al
estudiar la relación de la Sierva de Dios con sus directores espirituales,
después de la fundación, encontramos que ella sigue comunicando a sus
directores sus experiencias en la oración, en la confesión y comunión diaria,
avisando del conocimiento que tiene de lo que va a venir con sencillez y
candor. Es el momento de hablar sobre la dirección espiritual que ella recibió y
a la que sus hijos espirituales venían a buscar en ella.
a) DIRECCIÓN
ESPIRITUAL RECIBIDA DE SUS DIRECTORES. Las
características de esta dirección se pueden estudiar en los escritos y cartas
de la Sierva de Dios y en la innumerable correspondencia que recibía de sus
directores. Con una verdadera prudencia sobrenatural, los confesores ofrecían
una dirección espiritual dinámica y orientadora. Su vida mística se vio
favorecida por el ambiente religioso francés, cuyos místicos estaban más
abiertos a estas vías extraordinarias y no tenían miedo a la inquisición, ni
acentuaban una espiritualidad cerradamente ascética. En los primeros años de la
fundación, 1625-1635, las cartas que recibe son de aliento firme, sin rodeos,
benéficas para desarrollar la vida interior que la conducía continuamente a lo
fundamental.
De
1643 a 1669, la influencia o gracia de una espiritualidad trinitaria y
encarnacionista se nota en constante ascensión (cuando se habla de influencia o
gracia se refiere a que no se puede afirmar bien quién, si la Sierva de Dios en
los directores o viceversa). El hábito de hacer discernimiento de espíritus, la
hizo decidida y segura de la voluntad de Dios y bajo el impulso de la gracia,
emprendió el camino de la perfección cristiana. Como sabemos, en todas las
etapas tuvo que vencer obstáculos y no
siempre fue comprendida.
b)
DIRECCIÓN QUE LOS HIJOS
ESPIRITUALES BUSCABAN EN LA SIERVA DE DIOS.
Estos hijos espirituales buscaban la conversación la ayuda de la madre como
testigo de la experiencia de Dios. El Señor de Rossignol lo constanta en una de
las dos cartas que se conservan de él: “ (…),
par la juste reconnaissance que je doit à tant de belles et saintes choses dont
j´ai profite dans la bonheur de votre consversation”. En las memorias de
Nicolás Chorier, encontramos este testimonio: “Este piadoso y sabio joven tenía
frecuentes entrevistas con Jeanne Chézard-Matel sobre las cosas piadosas y
santas (…).
En las cartas que de ella se conservan,
sus temas son abundantes: la obligación que tenemos de tender a la perfección,
la caridad en su doble dimensión, el amor al sufrimiento para asemejarnos a
Jesús, la profundización de la Sagrada Escritura, la devoción a María
Inmaculada, la contemplación de cada uno de los misterios de Jesús, la práctica
de la oración, etc.
Esta comunicación espiritual la practicó
la Sierva de Dios considerándose obligada a dar testimonio del Amor, no como
maestra o doctora espiritual, porque reconocía que Dios no le había dado esta
vocación, sino más bien para dar a conocer lo que Él hacía en ella y quiere
hacer en los demás. Los casos en que la Sierva de Dios habla con humildad de la
obra de Dios en ella son incontables.
A través de algunas cartas,
mencionadas en la Positio descubrimos las características de su espiritualidad
y de su relación espiritual con sus directores y con sus hijos espirituales.
Podemos apreciar claramente su humildad, prudencia, paciencia, obediencia,
sinceridad, espíritu de fe, confianza, discreción y mortificación de la Sierva
de Dios.
Jeanne de Matel también ejerció
esta dirección espiritual porque estaba dotada de una exquisita sensibilidad
espiritual y humana, supo ponerse en las manos de Dios desde el principio para
llevar a cabo la obra que Él le tenía destinada como fundadora de la Orden del
Verbo Encarnado. Es una mujer que conoce la naturaleza humana y la naturaleza
divina. Por propia experiencia sabe los caminos por los que Dios se mete en
alma. Ella siempre se mantiene alerta en su vida a través de una dirección
espiritual personal que suponemos supo aplicar en la dirección espiritual de
las almas que se confiaron a ella.
4.- DIRECCIÓN ESPIRITUAL Y
RELIGIOSAS DEL VERBO ENCARNADO HOY
4.1.-
NECESIDAD DE UNA DIRECCIÓN ESPIRITUAL
Si la imitación y el seguimiento del Verbo Encarnado
es uno de los puntos centrales de nuestra vida religiosa, nos podemos preguntar, ¿cuáles
serán los medios para lograr esta imitación y seguimiento?
El carisma vertido en las Constituciones, la Regla, el
Directorio y los escritos de Jeanne de Matel ciertamente constituyen un rico
legado, un mapa para quien quiera seguir el camino de la imitación de Cristo
"al estilo" que Dios inspiró a NVM. Pero ¿basta sólo con la voluntad
y el sentimiento para seguir más de cerca a Cristo pobre, casto y obediente?
¿Son suficientes nuestras propias fuerzas para iniciar el camino? Y una vez
iniciado, ¿podemos contentarnos con el recuerdo del primer fervor como motor
inextinguible para seguir adelante?
Sabemos que
contamos con el auxilio y la gracia de Dios, en nuestro seguimiento de su Hijo,
según las palabras de Juan Pablo II. Pero, ¿no es temerario dejarlo todo a la
gracia de Dios? Pregunta que no deja de crear un cierto escozor en nuestra
piel, porque, si bien es cierto que todo depende de la gracia, también es
cierto que la gracia actúa sobre la naturaleza humana y cuánto más disponible,
más apta se encuentre esta naturaleza humana, más eficaz será la labor que la
gracia pueda realizar sobre nosotras.
De alguna
manera estas preguntas nos llevan a cuestionarnos sobre los medios necesarios
para vivir cada día en una forma nueva, fresca, fervorosa, nuestra consagración
a Dios como Religiosas del Verbo Encarnado. Es cierto que la Iglesia,
Tradición, el Magisterio y nuestra misma Congregación se prodigan por
brindarnos estos medios: la vida fraterna en comunidad, las prácticas de
piedad, el ejercicio de un apostolado y muchos más.
El Hijo de
Dios con su encarnación... revela a la humanidad no sólo el amor infinito de
Dios, sino también el valor incomparable de cada persona humana.
Surge la
necesidad, por tanto, de recurrir a una guía personal, a una orientación
particular de la vida individual. Lo reclama la dignidad de la persona humana.
No somos hechas en serie. Como mujeres consagradas nos enfrentamos durante toda
nuestra vida a una serie de cambios internos y externos que afectarán de alguna
manera el sí dado a Dios con tanto amor en la primavera de la profesión
religiosa. Estos cambios internos y externos necesitan orientación, guía, luz
en forma personal, y también comunitaria. Y como "nadie es juez de su
propia causa" es necesario recurrir al consejo, a la orientación que otra
persona pueda brindar para ayudarnos a seguir el camino de la perfección
evangélica. Esta ayuda nos viene de alguna manera en la dirección espiritual.
Todas
necesitamos un modelo a imitar, como medio que nos ayude a ser lo que somos,
Religiosas del Verbo Encarnado, para nosotras debería ser importante tratar de
vivir y actuar permanentemente conforme al modelo de Jeanne de Matel, nuestra
fundadora. Si queremos imitar algo de ella quiere decir que la conocemos
suficientemente y que queremos imitar aquello que ella tiene y que a nosotras
sus hijas nos encantaría poseer. La gracia peculiar que identifica a la Madre de
Matel no la podemos imitar sus religiosas, porque es algo intransferible, es
algo personalmente suyo. Nosotras no somos más que sus discípulas, seguidoras
del estilo de vida y de la misión que recibió del Verbo Encarnado.
No
podemos imitarla sin tener en cuenta cómo le fue manifestada la voluntad de
Dios a través de su Palabra, y cómo la escuchó, la interiorizó, la hizo suya,
la vivió e hizo de su vida y de su misión apostólica una realización personal,
peculiar, de esa misma Palabra de Dios.
El modo y la manera concreta como la Madre de Matel
respondió y vivió, conforme a las exigencias de la Palabra de Dios, se pueden
conocer a través de los hechos puntuales de su vida y de la misión que
desempeñó a lo largo de su existencia. Y podemos deducirlos partiendo de las
actitudes fundamentales que ella trazó en sus escritos, que son el mejor
comentario del estilo de vida de cada religiosa del Verbo Encarnado. Porque son
para nosotras una palabra fundante, en cuanto reflejan la manera como ella
respondió en coherencia con el carisma recibido del Espíritu; carisma que
también nosotras hemos recibido personalmente del mismo Espíritu.
En
su respuesta de fe y de perseverancia a la Palabra de Dios tenemos el modelo y
el camino a seguir. Pero acordarnos de N.V.M. y querer imitarla tiene unas
exigencias muy concretas que se pueden sintetizar en esta pregunta. ¿Qué estoy
dispuesta a hacer?...
A lo largo del recorrido de este
trabajo hemos conocido algo fundamental en su vida, que quizá la dotó de mayor
calidad humana y espiritual. Fue la dirección espiritual, tan fundamental a lo
largo de su vida, como medio seguro para ser fiel al Verbo Encarnado, como una
mediación que el mismo Señor puso siempre en su camino y que sin lugar a dudas
le ayudó a ser como Dios la quería.
Es difícil pensar que la madre, no
inculcara de alguna manera a sus hijas esta necesidad de la dirección
espiritual como camino seguro para llegar a Dios, y que sus hijas también
tuvieran este medio como algo importante en su vida consagrada.
Nos podemos preguntar hoy en día,
qué nos ha pasado, cómo es nuestra vida espiritual personal que tiene
forzosamente que reflejarse en la calidad de vida espiritual de toda la
Congregación. ¿Tiene la dirección espiritual de las hermanas una presencia
masiva en la Congregación? Si pudiéramos hacer una estadística, qué tanto por
ciento de hermanas la tienen. Podemos preguntarnos qué incidencia tendría en la
calidad de nuestra vida consagrada personal y congregacionalmente, si todas las
hermanas acudiéramos a esta dirección espiritual.
4.2.- DIRECCIÓN
ESPIRITUAL, UNA POSIBILIDAD PARA LA RELIGIOSA DEL VERBO ENCARNADO. ¿UN NUEVO
CAMINO DE ENCARNACIÓN?
Normalmente cuando hablamos de
dirección espiritual lo relacionamos básicamente con el ejercicio de los
hombres, la mujer en este sentido no ha tenido mucho protagonismo en este
ámbito a lo largo de la historia. Pero a pesar de ello, encontramos ya en la
regla de San Basilio († 379), que reglamentan la vida cenobítica, se puede
apreciar que en el monasterio los monjes más jóvenes se dirigen espiritualmente
con los más ancianos, pero por otra parte San Basilio deja que los monjes
elijan libremente su director espiritual entre aquellos monjes dotados del
requisito esencial, o sea, la diákrisis. También las monjas podían ser «madres
espirituales» (ammas) de otras monjas. Los derechos y deberes de las «madres
espirituales» son descritos en las Regulae Breviores de San Basilio.
Aunque en la Iglesia también han
existido grandes mujeres como Santa Catalina de Siena una cristiana comprometida con su
fe, que ejerció una profunda y amplia dirección espiritual en su tiempo. O
la misma Santa Teresa de Jesús.
Pero actualmente podemos
considerarla como una puerta abierta, como una posibilidad… "La historia de la espiritualidad
cristiana -nos ha recordado oportunamente Gustavo Thils- muestra que esta
función de director espiritual no es atributo exclusivo de los
sacerdotes". Y esta verdad histórica se ha vuelto a poner,
afortunadamente, de actualidad en estudios recientes y, sobre todo, en la
praxis.
Podemos considerar que a nivel de
la Congregación de las Religiosas del Verbo Encarnado puede ser un nuevo camino
de encarnación en un mundo necesitado de Dios y de personas que ayuden en este
camino de configuración con Jesús, Verbo Encarnado. Claro que no formaría
parte, digamos, de un apostolado generalizado, donde haya muchas hermanas
dedicadas a la dirección espiritual, pues se requiere un perfil especial. Pero
si puede haber hermanas que respondan a las características requeridas para
ejercer este “ministerio” y se sientan llamadas a hacerlo. Hoy en día hay
muchos medios para recibir la formación específica, así se debería facilitar el
acceso a esta formación a las hermanas dotadas de la gracia de Dios para llevar
a cabo esta tarea apostólica. Ojalá esta nunca sea una puerta cerrada.
Podemos pensar que de igual manera
que la Madre de Matel tenía hijos espirituales fuera, también ejercía la
dirección espiritual con algunas hermanas, que mejor que ella para iniciar en
este camino del Espíritu que con quien además compartía el mismo carisma. Por
qué no también las hermanas que pudieran ser directoras espirituales lo fueran
de las hermanas que así lo solicitaran, sin lugar a dudas vivir un mismo
contexto ayudaría a comprender y crecer en el mismo camino.
Y es en el carisma, vivir y anunciar la Encarnación
del Verbo, donde la directora espiritual del Verbo Encarnado, encuentra
"las claves de lectura del Evangelio" que Jeanne de Matel, iluminada
por el Espíritu Santo, han ideado para seguir más de cerca la persona del Verbo
Encarnado. Vienen entonces a ser considerados los valores evangélicos desde una
óptica muy particular y singular. Óptica que enriquece y da sentido a la vida
de las personas consagradas.
Desde esta otra perspectiva podemos entender la
dirección espiritual como un diálogo en la fe, entre dos personas, que buscan
conocer la voluntad de Dios en lo concreto de la vida y que comparten el mismo
carisma y la misma vocación.
Ahora bien la dirección espiritual es un arte, no es
un método, y como todo arte no existen "recetas" para llevarlo a
cabo. La directora espiritual no es la artista. Dios es el artista que
esculpirá en el alma de la persona dirigida, la imagen de la mujer consagrada
que desde siempre ha pensado. Labor de la directora espiritual será la de
ayudar a Dios a cincelar esta imagen de mujer consagrada. Dios es el escultor,
el alma dirigida la piedra a esculpir y la directora espiritual el cincel, el
martillo, la herramienta de la que Dios se vale para cumplir con perfección su
obra. Por ello el "arte de la dirección espiritual" es el diálogo que
se establece entre tres personas -la directora espiritual, la dirigida y el
Espíritu Santo- para juntas descubrir, presentar y vivir la voluntad de Dios.
Muchos son los factores que debemos tener en
consideración para ejecutar esta obra de arte: las disposiciones y las virtudes
de la directora espiritual, los medios con los que cuenta para conocer a la
persona dirigida, el arte de la motivación, de la escucha. La propuesta de un
programa de vida, el discernimiento espiritual.
Cuantas tantas religiosas que en sus congregaciones, a
diferentes niveles, desempeñan de manera totalmente independiente papeles
extraordinarios no sólo para ejercer la caridad, sino también para gestionar
patrimonios, organizar escuelas u hospitales. Podemos contemplar la posibilidad
de tener también hermanas para acompañar la vida espiritual de sus hermanas,
gozando del respeto de todas por este admirable trabajo.
Qué importante puede ser la ayuda de alguien para
reconocer y respaldar el plan que el Señor tiene para cada una de nosotras. Y
cuantas veces esta ayuda nos puede venir de una mujer, precisamente por la
sensibilidad y la afectividad que le son propias.
Por eso quizá sea una buena propuesta dar esta
posibilidad a algunas hermanas capacitadas para esto, es decir, atribuir
importancia a la tarea de acompañamiento espiritual podría ser al mismo tiempo
un reconocimiento del papel de la mujer hoy.
5.- CONCLUSIÓN
Después
de este camino recorrido en el que hemos vislumbrado la importancia de la
dirección espiritual en general y en la vida de Jeanne en particular en su
doble vertiente: como dirigida y como directora espiritual, es el momento de
reflexionar este tema de vital importancia para nuestra vida consagrada.
En la práctica personal de esta
dirección espiritual nos jugamos en gran medida parte de nuestra calidad de
vida religiosa, porque la vida espiritual de cada una tiene que reflejarse en
la calidad de vida espiritual de la Congregación en general.
Si
hoy queremos seguir VIVIENDO plenamente nuestro carisma tenemos que acercarnos
a este regalo de la vida en el Espíritu. Una ayuda inmejorable está en
aprovechar este medio que ha existido desde siempre en la vida de la Iglesia y
que como hemos visto formaba para de la vida de Jeanne de Matel.
Si
queremos seguir ANUNCIANDO hoy la Encarnación, un nuevo camino puede ser este,
porque Dios pone en nuestras manos y en nuestro corazón a través de cada una de
nuestras obras apostólicas un gran número de personas que lo necesitan, que buscan
ser guiadas para conocer y ahondar en el este misterio de la Encarnación a
través de un acompañamiento espiritual.
Si
queremos seguir siendo SEMILLERO DE VOCACIONES, un medio necesario será este
acompañamiento y dirección espiritual que ayude a las personas que se
relacionan con nosotras a tener los mismos sentimientos del Hijo, del Verbo
Encarnado y tendremos que poner los medios necesarios humanos y divinos, para formarnos y capacitarnos en este
sentido.
Y
si queremos vivir todo esto, necesitamos una buena dosis de generosidad y
disponibilidad, quizá no lo hacemos porque pensamos que no somos competentes en
este campo, pero la competencia se adquiere con los medios humanos que tenemos
a nuestro alcance y con la gracia de Dios que va esculpiendo en nuestro rostro
y en nuestro ser la imagen del Hijo.
Sin
lugar a dudas, uno de los medios que podemos utilizar es la participación en
los cursos de nuestro Centro de Espiritualidad Mateliana, que tendrá que
prestar este servicio fomentándolo entre los alumnos y especialmente en
nosotras, las religiosas del Verbo Encarnado, como se proponía en la
introducción.
Es
buen momento para retomar este aspecto de la vida de Jeanne de Matel que tanto
bien hizo en ella y que ayudó a dar una respuesta en fidelidad a la voluntad de
Dios y que tanto bien hizo a las personas de su tiempo que tuvieron el
privilegio de acercarse a Dios a través de su dirección espiritual.
No
cerremos la puerta a considerar hoy la dirección espiritual como un nuevo
camino de Encarnación.
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