Hna. Wanda Gisela Klaric del Espíritu Santo cvi
1. ¿Qué es la cultura?
2. Verbo Encarnado, nacido de mujer
3. Evangelización-Inculturación
4. Modelos de Inculturación
5. Actitudes espirituales
6. Conclusión
7. Bibliografía
El Sensus Fidei (83), obra del
Espíritu, sabe discernir si lo que se dice, obra y vive corresponde (refleja) o
no lo de Jesús. Por eso es tan importante la recepción por parte de toda la
Iglesia. La Jerarquía, además de transmitir la Tradición en su predicación, es
la gran garante de su autenticidad, bajo la asistencia del Espíritu. (Teología
y Vida, Vol. XLIV (2003), 489 – 502)
1. ¿Qué es la cultura?
2. Verbo Encarnado, nacido de mujer
3. Evangelización-Inculturación
4. Modelos de Inculturación
5. Actitudes espirituales
6. Conclusión
7. Bibliografía
Introducción
En esta etapa final del diplomado de espiritualidad de Jeanne Chézard de
Matel, presento este trabajo, que más que una síntesis de lo trabajado hasta
este momento, es un tema que emana de alguna manera de la misma encarnación,
porque ésta no se da si no hay una auténtica inculturación. Y para profundizar
en este tema volvemos la mirada hacia el mismo Verbo Encarnado, como modelo de
inculturación para las Religiosas del Verbo Encarnado.
A lo largo de todos los escritos de nuestra Venerable fundadora Jeanne de
Matel vemos como ella desarrolla una profunda espiritualidad centrada en el
misterio de la encarnación; el Verbo Encarnado es el centro alrededor del que
gira toda su persona, sus obras, su mismo pensar, actuar y sentir. En una
palabra es su TODO, como ella así lo llama en reiteradas ocasiones desde
temprana edad “digo ventajas según el
mundo y pérdida según tu, mi Dios
y mi todo” y anhela que sea también el Todo de cada una de las hijas de su
Orden.
Dios tomo toda la
condición humana en su hijo Jesús, excepto en el pecado: “por eso, como los
suyos-hermanos- tienen todos la misma carne y sangre, también él asumió una
como la de ellos (Hb. 2,12s)”[1],
para manifestar su amor. Esa es la síntesis de su vida, de su razón, de su
encarnación y es la misión que dejó delegada a toda su iglesia, impulsada por
la acción del Espíritu Santo: manifestar su amor, su Buena Nueva por todo el
mundo (Lc. 16, 15). Jeanne Chézard de Matel es instruida por el mismo Verbo
Encarnado en todos sus misterios[2], y
es enviada por él al cumplimiento de ésta misión: “alégrate porque tal ha sido
mi voluntad, dándome gracias porque me plugo, desde la eternidad, escogerte
para producir dentro de la iglesia una orden que es una extensión de mi encarnación. Por segunda vez, soy
traído al mundo por ti: consolad, consolad a mi pueblo” (Is. 40, 1). (OG 01-
capítulo 86).
Que la buena
noticia llegue hasta los confines es el deseo de Dios, y lo llevará a cabo a
través de su Iglesia, y dentro de ella a través de nosotras Religiosas del
Verbo Encarnado, para que este sea conocido y amado en todos los rincones de la
tierra, donde cada pueblo con una cultura determinada se acercará y abrazará
esta Buena Nueva como misterio de fe. Cada pueblo recorrerá este camino de
acercamiento al misterio según sus propias características históricas y
culturales, ya que no hay un único camino para llegar a este encuentro.
En la vivencia de mi vocación como religiosa del Verbo Encarnado, casi
desde el principio, Dios me hizo salir de mi pueblo, de mi patria, “a la tierra
que yo te mostraré”, de alguna manera en la misma línea de Abraham, y de todos
los que después también abandonaron su tierra, lo cual experimento y vivo como
una gracia. Esto hizo que mis horizontes se ampliaran extraordinariamente con
una visión mucho más amplia del mundo y al mismo tiempo he sentido mi pequeñez
en medio de éste.
En consonancia con el carisma de mi Congregación, vivir y anunciar la
Encarnación del Verbo, me ha llevado a pensar en esta encarnación y en la
necesidad de ser agente de evangelización, en la actividad misionera y
evangelizadora de la iglesia, de la que formo parte. Lo cual sin lugar a dudas
me conduce a pensar en el reto y desafío de la inculturación. El mismo Verbo
de Dios en su encarnación, haciendo culminar la historia salvífica, se apropió
la cultura de su época y de su tiempo, expresándose en ella. Es el Inculturado
por excelencia.
Es por tanto que, encuentro íntimamente relacionado estos términos: Encarnación-Inculturación-
Misión- Espíritu Santo y por eso a la hora de desarrollar la temática para el
presente trabajo, elijo el siguiente tema: inculturación desde el misterio de
la Encarnación.
Nuestra venerable madre, no utilizó el término “inculturación”, pero
sabemos que lo vivió porque está íntimamente ligado a la encarnación y toda su
espiritualidad se centra en este misterio. También conocemos su deseo de que el
misterio de la encarnación fuera vivido y anunciado en todos los confines de la
tierra. Y esto es imposible llevarlo a cabo
sin una auténtica inculturación,
actitud primordial para nosotras como religiosas del verbo encarnado presentes
en once países, es decir en once culturas donde el verbo asume en cada una, un
nuevo rostro.
1. ¿Qué
es Cultura?
Son muchas las definiciones que se pueden dar de cultura, considerando que
algunos la toman o analizan de acuerdo a las tradiciones e historia de un
pueblo, que los identifica y define en un grupo más amplio; como también la
ciencia, instituciones, religiones, manera de manifestarse de un pueblo; desde
ópticas históricas, sociológicos, etnológicas, artísticas, etc.
Epistemológicamente el término cultura se deriva del Latín “colere” (cultivar),
en su acepción más primitiva (Catón el Viejo, en el siglo II AC) se refería al
cultivo de la tierra (agri-cultura). Después Cicerón lo aplicó al “cultivo del
espíritu” así surgió el significado humanista y clásico de dicha palabra.
Ahondando un poco más para el presente estudio tomaremos el término que el
Documento del Vaticano II nos da acerca de Cultura, como así también el del
Documento de Puebla y la UNESCO.
A saber: “todo aquello con lo cual el
hombre afina o desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y
corporales; procura someter el mundo a su dominio, mediante el conocimiento y
el trabajo; logra hacer más humana, mediante el progreso de las costumbres e
instituciones, la vida social, tanto en lo familiar como en todo el mecanismo civil;
y, finalmente consigue expresar, comunicar y conservar profundas experiencias y
ambiciones espirituales en sus obras a lo largo de los tiempos, que pueden
servir luego al beneficio de los demás, mejor dicho de todo el género humano”
(Concilio Ecuménico VATICANO II, Paulinas. Buenos Aires,
Argentina. 1999)
“Con la palabra Cultura se indica el modo particular como, en un pueblo,
los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios,
de modo que puedan llegar a un nivel verdadero y plenamente humano. Es el
estilo de vida común, que caracteriza a los diversos pueblos; por ellos se
habla de pluralidad de culturas. (Documento de Puebla, Capítulo II, 386)
El Documento final
de Asamblea, UNESCO en el año 1982 nos dice que "En su sentido más amplio,
la cultura puede considerarse como el conjunto de rasgos distintivos,
espirituales y materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan una
sociedad o un grupo social. Incluye no sólo las artes y las letras, sino
también modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, sistemas de
valores, tradiciones y creencias.... Es la cultura lo que proporciona la
capacidad para reflexionar. Es la cultura lo que nos hace específicamente
humanos, seres racionales, dotados de juicio crítico y de un sentido de
compromiso moral. Es por medio de la cultura como discernimos los valores
Y tomamos
decisiones. Es mediante la cultura como los seres humanos se expresan, se hacen
conscientes de sí mismos, reconocen su incompletitud, se cuestionan sus propios
logros, buscan incesantemente nuevos sentidos y crean obras a través de las
cuales transcienden sus propios límites" (Reporte final de la Conferencia
Mundial sobre las Políticas Culturales, México 26 de julio – 6 de agosto de
1982, UNESCO)
Para complementar lo dicho anteriormente sobre la cultura, nos ayuda el
comentario del Papa Benedicto XVI,
cuando afirma que toda cultura, si es realmente para el hombre, ha de estar
abierta a la trascendencia, en último término a Dios.
2. Verbo
Encarnado, nacido de mujer…
Como podemos ver al hablar de cultura nos acercamos al pasado, presente y
futuro de un individuo, inmerso y fruto de un pueblo. De un individuo del cual
podemos ver detrás de él todo un pueblo que lo trae hacia el presente; si se
es, es porque muchos fueron y otros más son en este momento. El individuo no se
puede leer sin el conjunto cultural que trae detrás, sin su badaje humano y
espiritual.
El mismo Jesús de Nazaret nació en un pueblo determinado, formando parte de
ese pueblo y sujeto a ese pueblo, sus padres siguieron las costumbres y
tradiciones que correspondían. Tan humano como divino, se sujetó a las
tradiciones de su pueblo, por eso lo presentaron al templo, tenía un oficio,
sabía las tradiciones hebreas, conociéndolas las podía cuestionar y releer. Era
un auténtico judío.
Gálatas 4,4-5 “Al llegar la plenitud
de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la condición
de hijos”.
En el Evangelio de Juan nos gozamos con la afirmación: “la Palabra se hizo
carne” (Jn. 1,14), Encarnación no es contacto superficial con el tiempo y la
historia, sino auténtico devenir tiempo, historia, cultura.
Ante todo él nació y fue recibido- por aquellos que lo recibieron (Jn 1,
12) en la cultura hebrea, de la cual proviene según la carne. Esto implica, en
concreto la asimilación y el uso de la cultura de su tiempo, a través de la
educación, sobre todo religiosa.
El Verbo Encarnado le dice a Jeanne de Matel “Sabe, hija mía, que en el momento de mi Encarnación opté por el tiempo, habiendo poseído una eternidad
eterna. Quise, desde ese momento, convertirme en temporal y mortal, para
convertir un día a los hombres en seres inmortales, después de la Resurrección
general” (OG 01 Capítulo 80).
Le Encarnación es
un Misterio de Redención que ha de ser anunciado, celebrado, alabado,
compartido y vivido.
La Encarnación es
el saneamiento radical de la naturaleza humana (caída por el pecado) y de su
cultura (la ley) a través de la gracia: “la
ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo” (Jn, 1, 17)
Para concluir este apartado hago uso de las palabras de Angelo Amato,
cuando afirma que la Encarnación del Hijo de Dios implica su unión con
toda la humanidad, y en esto consiste la
universalidad de Cristo. Quien viviendo en una cultura particular la trasciende
y es “el Señor de todos” (Hch. 10, 36). Del mismo modo el Evangelio es
anunciado, recibido, por aquellos que lo escuchan en una cultura particular.
3. Evangelización-Inculturación
El género humano es uno, pero muchas e incontables son las culturas que
enriquecen el mundo, la dignidad humana es una, pero muchas las maneras en que
cada grupo, cada persona buscar alcanzarla. Todos aspiran a la mayor dignidad,
los caminos totalmente diferentes, los medios y maneras de expresarla más aún.
Algunos rasgos culturales no tienen un origen determinado, se van dando, se
van desarrollando, no se descubren de dónde vienen, pero están muy penetrados
en el género humano, en cada grupo.
En mi poca experiencia misionera, en tierras de Barpello, Kenya con la
tribu Pokot, descubrí al paso de los años que no “luchábamos” en aquel remoto
lugar con la pobreza material como tal, sino con una cultura que parecía ser
inmutable ante los muchos esfuerzos y años de trabajo. La valoración de algunas
prácticas como la mutilación femenina pueden ser vistas como intolerables para
una persona que se acerca desde fuera, pero ellos tienen su propio modo de ver
las cosas “que tiene de malo?- preguntan. Así debe de ser”. Se debe hacer todo
un proceso de purificación y cambio que descubro mucho más rico y desafiante
que la abolición de la simple pobreza material.
No se trata de aniquilar una cultura, de desterrarla, sino de purificarla a
la luz de la Buena Nueva, es un trabajo totalmente delicado y de mucho
discernimiento a la luz del Espíritu Santo, que lleva primeramente a descubrir
las semillas del Verbo que ya están plantadas en los diferentes lugares y
culturas. Se trata de acercarse a cada cultura con total respeto, sin
violentarla, siempre y cuando esto no atente contra el bien personal o común de
las personas afectadas por la misma.
Como es el caso de la mutilación femenina que afecta la salud, la dignidad e
integridad de la mujer. Por tanto ahí sí se ha de luchar por que esta práctica
desaparezca. Ésta realidad, como dije anteriormente la encontramos entre los
Pokot donde las religiosas del verbo encarnado realizamos nuestra labor
misionera y evangelizadora desde hace 30 años.
La Iglesia como tal, no está sujeta a ninguna cultura, así como bien se
afirma en el Vaticano II, “no se siente ligada exclusivamente o
indisolublemente a ninguna raza o nación, a ningún género particular de
costumbres, a ningún modo de ser, antiguo o moderno. Siempre fiel a su propia
tradición, y consciente al mismo tiempo de su misión universal, puede entrar en
comunión con las diversas culturas y civilizaciones; de ahí el enriquecimiento
que resulta, no sólo para ella sino para cada cultura” (Documento del Vaticano
II, Paulinas. Buenos Aires Argentina, 1999).
La Buena Noticia del Evangelio no tiene su
propia lengua como tal, y ha de alcanzar a todos las gentes, “Vosotros recibiereis una fuerza cuando el
Espíritu Santo venga sobre vosotros y de éste modo seréis mis testigos, en
Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines del mundo” (Hech.
1,8).
Todas las lenguas tienen la capacidad de expresar el mensaje de salvación,
dios expresa su amor en nuestra propia lengua y nosotros somos su instrumento
para seguir traduciendo en cada cultura, las maravillas de Dios.
Dios mismo, al encarnarse, lo hace con un lenguaje humano, con el que
expresa su amor, su alianza, su misterio que nos trasciende pero que nos lo
hace comprensible, “Dios no se revela al hombre en abstracto, sino asumiendo lenguajes,
imágenes, expresiones vinculadas a las diferentes culturas. Es una relación
fecunda, atestiguada ampliamente en la historia de la Iglesia” (Verbum Domini)
No solo podemos entrar en comunión con las diversas culturas, sino que más
bien debemos hacerlo si queremos ser significativas en el mundo, en cada pueblo
donde estamos presentes, para leer así los signos de los tiempos y hablar con
ellos y desde ellos. Evitando, como cuenta el cuento de Carlos Mesters donde
después que un presbítero celebra la misa Dominical en un pueblo apartado de la
ciudad, de esos remotos visitados sólo para las solemnidades o Semana Santa y
al acabar la Misa una señora se acerca y le comenta, padre si usted ya terminó,
entonces nosotros sí vamos a empezar a rezar!…
Comprobamos pues, que la cultura impregna toda la humanidad y a cada
persona en todas sus dimensiones (físicas, psicológicas, religiosas, histórica,
sociológica, etc.), por tanto al hablar de EVANGELIZACIÓN, como se dice en el
documento de Santo Domingo hemos de hablar de inculturación. Toda Evangelización ha de ser, por tanto,
inculturación del Evangelio (Santo Domingo, 13)
Es necesario entrar a analizar el término inculturación para descubrir todo
su valor y riqueza. como vemos esta palabra lleva delante el prefijo “in”, que
hace referencia a “dentro de” aunque puede tener otras acepciones, como “falta
de”, por ejemplo en el caso de infidelidad (falta o ausencia de fidelidad). Por
eso ciertos teólogos cuestionan este término, prefiriendo utilizar el término
“enculturación”.
Haciendo uso del prefijo IN su preposición latina hablamos de encarnar el
Evangelio dentro de una cultura particular, lo cual es muy diferente a acercar
el Evangelio, a presentar el Evangelio; hablar de INCULTURACIÓN es hacer que el
Evangelio penetre como tal a un pueblo determinado, lo afecte en todo su ser.
Es por medio de la inculturación que la Iglesia encarna el Evangelio en las
diversas culturas y al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas
en su misma comunidad; la Iglesia no sólo transmite, enseña, lleva, sino que
asume, aprende, se enriquece, dando como resultado una renovación, renovación
mutua, la Iglesia es así PUENTE, comunión.
Hablamos de una Iglesia abierta al Espíritu, fruto del Espíritu y donde el
Espíritu se manifiesta; la acción del Espíritu es universal, no tiene límite ni
de lugar ni de espacio, en todos los lugares como lo concluye el Vaticano hay
semillas del Verbo, esfuerzos de actividad humana encaminados a la verdad, al
bien, a Dios, semillas que un misionero ha de descubrir y ayudar a crecer más
que desterrar y plantear nuevas quizás, corriendo el riesgo que las nuevas no
tengan significación aún para un pueblo.
La Nueva Evangelización propuesta en el Documento de Santo Domingo ha de
ser caracterizada por la inculturación, tiene que inculturarse en el modo de
ser y de vivir de las culturas, teniendo en cuenta las diversidades, afirma
como apremiante la necesidad de hablar según la mentalidad y cultura de los
oyentes, de acuerdo a sus formas de comunicación y a los medios que están en
uso, así la Nueva Evangelización continuará en la línea de la encarnación del
Verbo.
Una actitud o acción de inculturación, es llevada a cabo en la docilidad al
Espíritu Santo, quien posibilita a todos entender en su propia lengua las
maravillas de Dios (Hech. 2,11). Para que se pueda dar una actividad misionera
en la línea de la Inculturación, el misionero o agente de pastoral ha de
reconocer los valores evangélicos que hay en la cultura a la que ha sido
enviado, lo cual supone primeramente un conocer, entrar, compartir, caminar con
la gente donde ha sido enviado. Una actitud de apertura y de docilidad, de
ESCUCHA. Seguramente al entrar en comunión con la cultura que se busca
evangelizar, el misionero irá descubriendo, reconociendo valores que coincidan
con los cristianos.
Volviendo a mi experiencia en Pokot, recuerdo cuando el sacerdote
trabajando allá insistía que los Pokots no están listos para sacramentos como,
por ejemplo, de reconciliación, pero sin embargo en la misma tradición Pokot,
ellos tenían una vez al año, lo que llamaban la reconciliación comunitaria,
donde cada quién era “acusado” de sus faltas y vuelto a reincorporar a la
comunidad. Seguramente el método no coincide con los de la Iglesia, pero sin
embargo la noción de pecado, la necesidad de reconciliación y de “volver a la
casa del Padre” estaban en dicha comunidad; se trata como decía anteriormente
de reconocer valores. Valiéndome de
las palabras de San Ireneo, lo que no es asumido no es redimido. Principio
claro y sencillo de encarnación desde el cual podemos afirmar que la misión de
la Iglesia, en óptica a la inculturación del Evangelio, es la de consolidar y
fortalecer los valores evangélicos ya presentes en una cultura vigente.
Nos podemos preguntar si la misión de la iglesia es solamente la de
descubrir valores en los pueblos. ¿Se trataría entonces de llamar evangélicos
los valores humanos ya presentes en los pueblos? la respuesta es no, porque eso
sería reducir el trabajo misionero, sería negar la presencia del espíritu
siempre vivo en la humanidad. Se trataría más bien ir en la misma línea del
documento de puebla, nº 405:
“La
Iglesia al proponer la Buena Nueva, denuncia, corrige la presencia del pecado
en las culturas, purifica y exorciza los desvalores. Establece por
consiguiente, una crítica de las culturas. Ya que al reverso del anuncio del
Reino de Dios es la crítica de las idolatrías, esto es, de los valores erigidos
en ídolos o de aquellos valores que, sin serlo, una cultura asume como absolutos”.
El Sensus Fidei (83), obra del
Espíritu, sabe discernir si lo que se dice, obra y vive corresponde (refleja) o
no lo de Jesús. Por eso es tan importante la recepción por parte de toda la
Iglesia. La Jerarquía, además de transmitir la Tradición en su predicación, es
la gran garante de su autenticidad, bajo la asistencia del Espíritu. (Teología
y Vida, Vol. XLIV (2003), 489 – 502)
La inculturación tiene también un carácter
Eclesial, es podría decirse un proceso eclesial de encarnación y de
re-expresión vital del Evangelio mediante los valores propios de una cultura en
la purificación y en la remoción de aquellas realidades culturales antievangélicas.
“Es en la realidad concreta de la experiencia
eclesial donde se acoge, se vive, se discierne, se valora, se purifica, se
cumple y realiza la inculturación” (Angelo Amato) Es de muchísima importancia,
más viene es de vital importancia para la vida de la Iglesia, un permanente y
continuo discernimiento entre fe y cultura, lo cual no es siempre fácil. Un
criterio para guiarnos en este discernir a la hora de nuestra labor es que en
la línea de la evangelización inculturada nos mantengamos en comunión eclesial.
La
inculturación “es un camino lento que
acompaña toda vida misionera (...) El proceso de inserción de la Iglesia en las
culturas de los pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera
adaptación externa, ya que la inculturación significa una íntima transformación
de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo
y la radicación del cristianismo en las diversas culturas”. Es pues, un proceso
profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano como la reflexión y la
praxis de la Iglesia. Pero también es un proceso difícil, porque no debe
comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe
cristiana.
La acogida del Evangelio, la valorización de las riquezas de una cultura y,
al mismo tiempo, la purificación o el rechazo de sus antivalores hacen
fermentar y crecer cristianamente una cultura particular. En la encarnación del
Evangelio en una cultura corresponde una conversión de esa cultura al Evangelio
y una profunda purificación.
Como dice San Pablo: “Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de
justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de
elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp. 4,8)
A lo largo de la historia la Iglesia ha ido tomando diferentes caminos de
Evangelización, algunos de los cuales ya se ha pedido perdón, y otros muchos de
los cuales se pueden ver los frutos de tantos santos, testigos y misioneros,
algunos ya en los altares y muchos otros que sus nombres están más aún escritos
en el corazón de Dios. Pero la universalidad de la Buena Nueva y la necesidad
de abrir las puertas de la Iglesia a todas las naciones quedó expresada desde
el mismo Jesús, en las primeras comunidades tan bien reflejado en el Libro de
los Hechos y desde el primer Concilio (Hechos 15, 5-11.28) “la Iglesia abre sus
puertas y se convierte en la casa donde todos puedan entrar y sentirse a gusto,
conservando la propia cultura y las propias tradiciones, siempre que no estén
en contraste con el Evangelio”[3]
El tema de la
inculturación no es nuevo a la Iglesia, ni compete sólo a los continentes de
América Latina y Africa, este tema está en ella desde los inicios de la misma,
aunque no siempre usaba el término como tal, la invitación a la misma estaba
presente y latente desde los comienzos, como lo podemos apreciar en este texto
de un documento de la Congregación para la Propagación de la Fe, del año 1659: “No pongáis ningún empeño ni aduzcáis ningún
argumento para convencer a esos pueblos de que cambien sus ritos, sus formas de vivir y sus costumbres, a no ser que
sean evidentemente contrarias a
la religión y a la moral. ¿Hay algo más absurdo que querer importar Francia,
España, Italia o a cualquier
otro país de Europa a China? No les llevéis nuestros países, sino la fe,
esa fe que no rechaza ni hiere los
ritos ni los usos de ningún pueblo, con tal que no sean detestables, sino que quiere por el contrario que se les
guarde y se les proteja”
Ciertamente antes
de hablar de inculturación como tal, la Iglesia proponía otros modelos como
adaptación de la Buena Nueva, adaptación activa y hasta llegó a hablarse de
indigenización de la fe, del Evangelio, acomodación, aculturación, contextualización, etc. Fueron especialmente
Obispos de territorio Africano se cuestionaban al respecto, afirmando que no
debía de adaptarse la Buena Nueva a la cultura o pueblo africano, sino más bien
“Es necesario estudiar más a fondo los problemas teológicos que se oponen a
la ‘encarnación’ de Cristo en África...” Y es después en la IV
Asamblea Plenaria del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y de
Madagascar (SCEAM) donde el Card. Paul Zoungrana en sus intervenciones habla de
lo que entienden por inculturación;
y de la trascendencia del mensaje evangélico frente a las culturas: no es ese
contenido el que debe adaptarse sino que es la cultura la que debe purificarse
de ciertos modos de actuar y de pensar que son manifiestamente incompatibles
con las enseñanzas de Cristo. Toda inculturación
exige una verdadera encarnación del mensaje de Cristo en un determinado
ambiente socio-cultural.[4]
Como bien se afirma en Santo Domingo, “el proceso de Inculturación abarca
el anuncio, la asimilación y la re expresión de la fe”.
Con la Inculturación de la fe, la Iglesia se enriquece con nuevas
expresiones y valores, manifestando cada vez mejor el misterio de Cristo,
logrando unir más la fe con la vida y contribuyendo así a una catolicidad más
plena. El Documento de la conferencia de Aparecida hace en todo momento
hincapié a la valoración de las culturas indígenas, afroamericanas, como así
también a la cultura emergente tan rápida y fuertemente de este tercer milenio,
cultura de la globalización, de la tecnología, de la informática y cibernética,
invitando a un diálogo intercultural con nuestra fe, donde la universalidad
implique respeto más que división, integración más que división, todo posible
desde Cristo y su Misterio de Salvación universal como personal.
La fe está llamada a inspirar e impregnar toda cultura...Una fe que no se
haga cultura es una fe no acogida plenamente, no vivida fielmente. Pero en la
transmisión de la fe y del Evangelio se ha de considerar siempre como criterio
fundamental de la actividad misionera que no es el Evangelio el que debe cambiar sino que por la
prédica y la actividad misionera y la proclamación del Evangelio, es la cultura
la que se irá purificando, a través de la fuerza transformadora y
regeneradora propia del Evangelio. La fe en Cristo no exige que se abandone
la propia cultura y que se asuma una en particular; pero sí que los valores de
aquella cultura sean compatibles con las exigencias morales del Evangelio. Y
con la esperanza de que algún día, el mismo Evangelio y sus valores sean parte de
la cultura misma de la persona y del pueblo que se ha abierto a la Gracia y
Mensaje Divino, a la filiación con el único y Dios verdadero.
Juan Pablo II, en la Exhortación
Apostólica Familiaris Consortio, manifiesta la inculturación como el
medio por el cual “se camina hacia la reconstitución plena de la
alianza con la Sabiduría de Dios que es Cristo mismo. La Iglesia entera quedará
enriquecida también por aquellas culturas que, aun privadas de tecnología,
abundan en sabiduría humana y están vivificadas por profundos valores morales”
Como podemos ir descubriendo a lo largo del presente trabajo, la
inculturación supone LIBERACIÓN, liberación del ser humano, del pecado, de los
antivalores que puede haber presente en una cultura; ahora bien donde hay una
cultura hay también todo un sistema histórico-social. La liberación de la
cultura trae y supone por tanto también la liberación de un pueblo de aquello
que lo oprime y que no le permite alcanzar su dignidad plena. Una inculturación
que supone y trae consigo la liberación también, si no nos quedaríamos hablando
superficialmente en el folklore solamente de la cultura sin penetrar el pueblo
que la carga, o al pueblo que lo oprime. Volviendo a mi experiencia en Pokot,
por ejemplo la mujer vive allí en una situación de extrema opresión por el hombre,
la inculturación del Evangelio como tal, como Buena Nueva supondrá para la
mujer una liberación personal y social, un abrir a ella espacio de libertad,
interior y en la misma comunidad. Este es un sencillo ejemplo, pero que
seguramente pretende reflejar la liberación de estructuras sociales, políticas,
económicas, etc. Que un pueblo puede estar padeciendo.
La inculturación del Evangelio penetra por tanto, tanto la cultura como tal
como el sistema en el cual esa cultura está presente. Tomando las palabras de
J. Moltomann, en una entrevista en la revista de Mundo Negro, para expresar más
claramente y en sintético el punto clave de esta reflexión: “Una inculturación
sin perspectiva de liberación corre el peligro de encerrarse en problemas
puramente litúrgicos o del mundo eclesiástico, y no podemos limitarnos a
resolver los problemas que plantea el encuentro del Evangelio con las culturas
africanas, al mismo tiempo que ignoramos el hambre y la opresión de la gente.
Por eso yo insisto en un punto que muchas veces no se toma en cuenta: al mismo
tiempo que existe el desafío de la inculturación, está también el desafío de
los pobres y oprimidos en nuestro país, porque la gente que está marcada por su
cultura lo está también por un contexto sociocultural”[5].
Considero que ésta reflexión tan real y contundente es valedera tanto como para
describir las realidades, no sólo de Africa, sino de América Latina, de cientos
de pueblos indígenas reconocidos sólo por su Dios y de tantos muchos pueblos
silenciados bajo el gigante pie de la globalización, de los del norte, de los
poderosos. ¿Es la inculturación entonces también una llave de liberación para
ellos?, creo que sí lo es, como lo es la Buena Nueva, la Salvación, la Alianza
que el Dios de los vivos vino a ser con su pueblo, es la mano extendida de
Dios, en su Hijo Jesús, con toda la humanidad, pero mano extendida para redimir
y levantar primero a los pobres de Yahve, (ANAWIN)
Podríamos plantearnos a nivel personal, congregacional, pastoral, y hasta
eclesial entonces si la inculturación es por tanto una actitud a tomar, una
opción, un deber, un estilo de evangelización o quizás una necesidad apremiante
de la Iglesia. Como una hermana nos compartía en algún momento “No es exacto
decir que se trata sólo de una metodología; hay que decir que es una toma de
conciencia, es un proceso, un itinerario, una búsqueda con creatividad e
imaginación pastoral, para hacer que la irrupción del evangelio produzca una
acción integradora, liberadora y promotora dentro de las culturas. Todas las
dimensiones de la vida de fe cristiana necesitan ser inculturadas: liturgia y
catequesis, pastoral y derecho, política y comunicación, valores sociales y modelos de santidad, sectores y estilos de
vida, estados sociales y sentido de la historia. Todo debe entrar en la lógica
de la encarnación, en todas partes el Verbo Encarnado y anunciado debe hacerse
carne dentro, con y a favor de cada cultura. Todo ello inspirado en la
experiencia de condescendencia y de inserción del Verbo Encarnado en nuestra humanidad”.
La actitud misionera comienza siempre con un sentimiento de profunda estima
frente a lo que «en el hombre había» (Jn 2, 25), por lo que él mismo, en lo
íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los problemas más profundos e
importantes; se trata de respeto por todo lo que en él ha obrado el Espíritu,
que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Tenemos un gran modelo de Inculturación en
la Iglesia, América Latina especialmente, que es la Virgen de Guadalupe, en
cuya aparición y mensaje se hacen precisamente palpables los principios de la
inculturación[6]
y el fruto se sigue viendo hasta hoy, llenando al pueblo de esperanza y
alegría.
El suceso de Pentecostés debe repetirse continuamente en la vida de la
Iglesia, tomando -en la predicación y en la construcción del Reino de Dios-
elementos cuyo origen está precisamente en las culturas humanas, tal como lo
hizo la Guadalupana en Tepeyac.
4. Modelos
de inculturación
Existen diferentes modelos de inculturación que se siguen aún viendo en la
experiencia misionera de la Iglesia.
En algún momento dado se planteaba que Cristo
estaba CONTRA la cultura, de tal manera no podía haber comunión entre
ambos. Me pregunto si éste no será el que los misioneros de la Iglesia seguían
como modelo al llegar a ciertas culturas derribando todo y alzando cruces, como
señal de que la salvación había llegado a ese lugar. Las conquistas de nuestros
pueblos indígenas y primitivos.
Otro modelo es el denominado “el
Cristo de la cultura” donde la tendencia era armonizar los valores cristianos
y culturales.
El planteamiento “Cristo más allá de
las culturas” planteado por Clemente Alejandrino y Tomás de Aquino, quienes
afirman que hay continuidad y armonía entre la naturaleza y la gracia.
Para Lutero, así como en el primer planteamiento no puede haber
compatibilidad entre cultura y Evangelio pero ante esta incompatibilidad Dios
da la gracia de vivir con fe en la cultura. Podría decirse a PESAR DE…Dios nos
da la gracia, pero no se penetra realmente la cultura con la Buena Nueva del
Evangelio.
San Agustín afirma que es posible a pesar de la discontinuidad entre fe y
cultura la transformación de la cultura por la evangelización.
Finalmente según Justin S. Ukpong, hay otros modelos, a saber:
Encarnacionista: Partiendo del principio de la Encarnación del Verbo, así
también el anuncio cristiano ha de encarnarse en las distintas culturas.
Logos spormatikós: todas las culturas están penetradas por el influjo de la
presencia del Verbo creador, aunque éste sea hasta el momento inconsciente.
Volviendo a mi experiencia entre los Pokots, a quienes se les hace utópico aún
asimilar la Encarnación del Verbo, confiar que aún a pesar de su inconsciencia
el Verbo sí está ahí presente.
Analogía funcional: sería como una especie de cristología inculturada, es
decir traducir los aspectos de Jesús histórico a una cultura determinada.
Resurrección de Jesús: a partir de la evangelización surge una nueva creación
de esa cultura evangelizada.
Neotestamentaria global: ver la inculturación desde la misma acogida por parte de
Jesús de a cultura hebrea, invitando al misionero a la misma acogida.
Estos son algunos modelos que la Iglesia en su deseo de hacer presente el
Evangelio en el mundo ha ido adoptando, algunos más factibles para nosotros hoy
en día, otros rechazados totalmente
quizás, pero todos desde la intención de la fidelidad y respuesta al primer
envío del Señor, ¡VAYAN POR TODO EL MUNDO!
Siento desde lo personal que desde la Encarnación, misterio de amor tan
perfecto, Jesús nos ofrece un lugar en su Reino, en su Mesa, y a su mesa, ese
lugar es ofrecido por la Iglesia a todos
los pueblos, porque ese es el proyecto de Dios, que permanezcamos con El y lo
conozcamos y todos sus hijos en el mundo, seamos uno en Cristo Jesús. La fe no
es el producto de una cultura, la fe es escándalo y locura (1 Cor. 1, 22-23) y
está destinada a impregnar todas las culturas humanas, para salvarlas y
elevarlas según el ideal del Evangelio.
Se
trata exactamente de un proceso, de un
itinerario, de una búsqueda pastoral creativa e imaginativa, para hacer que la
irrupción del evangelio produzca una acción integradora, liberadora y promotora
desde dentro de las culturas.
5.
Actitudes espirituales
La inculturación solo se lleva a
cabo bajo el impulso de una verdadera y genuina fidelidad al evangelio y con un
seguimiento valiente y liberador de nuestro Maestro y Salvador, inspirado por
el Espíritu Santo.
Importa a este respecto cultivar
ciertas actitudes espirituales adecuadas.
1)
Se trata de un deber permanente de la comunidad de los
discípulos del Señor, y no de una moda pasajera.
2)
Lo que se incultura no es el cristianismo en su
configuración histórica, fruto de los siglos pasados, sino el mensaje mismo del
evangelio. Todo lo que hay de verdadero y de santo en las culturas ha de ser
reconocido, acogido, purificado y perfeccionado, para que se convierta en lugar
e instrumento de la santidad y de la vida nueva en Cristo.
3)
No es exacto decir que se trata sólo de una metodología;
hay que decir que es una toma de conciencia, es un proceso, un itinerario, una
búsqueda con creatividad e imaginación pastoral, para hacer que la irrupción
del evangelio produzca una acción integradora, liberadora y promotora dentro de
las culturas. Todas las dimensiones de la vida de fe cristiana necesitan ser
inculturadas: liturgia y catequesis, pastoral y derecho, política y
comunicación, valores sociales y modelos
de santidad, sectores y estilos de vida, estados sociales y sentido de la
historia. Todo debe entrar en la lógica de la encarnación, en todas partes el
Verbo encarnado y anunciado debe hacerse carne dentro, con y a favor de cada
cultura. Todo ello inspirado en la experiencia de condescendencia y de
inserción del Verbo Encarnado en nuestra humanidad.
4)
La vida consagrada debe tomar parte activa en este
proceso, allí donde esté. Se trata de vivir el paso de muerte/resurrección del
propio carisma, el cual se despoja de algunas “encarnaciones” demasiado ligadas
a una determinada cultura local o fase histórica, para revestirse de otras más
auténticas, más significativas para la fecundidad del evangelio vivido con
radicalidad. Hay que poner en contacto la incandescencia del carisma originante
con los nuevos retos y los nuevos contextos. Para vivir fieles al carisma, es
menester vivir una fidelidad creativa, continuamente renovada, a instancias de
los nuevos desafíos que se plantean.
5)
Requiere de una actitud de constante discernimiento en
el Espíritu, que de lugar, desde el respeto, al diálogo enriquecido por la
diversidad.
6)
Necesita de una actitud de humildad por parte del
misionero y la de la Iglesia, sabiéndose no poseedora de la salvación, sino con
la certeza de la universalidad del mensaje de Cristo, de la valoración de las
semillas del Verbo en todos los lugares y del deseo de crecer y alcanzarla en
COMUNIDAD.
Conclusión
Para concluir este trabajo acerca de la Inculturación desde el Espíritu de
la Encarnación citaré a nuestra Venerable Madre Fundadora en sus Escritos: “Me
explicaste, en favor de esos nacimientos de gracias en el tiempo, tu generación
natural y eterna, diciéndome: "En este establecimiento yo, que soy el
Verbo Encarnado, haré una extensión de mi Encarnación. Habitaré con ustedes y verán mi gloria igual a la del
Padre que me engendró entre divinos resplandores antes del día de la creación.
Me verán lleno de gracia y de verdad, para cumplir en ti y en mi Orden todas
las promesas que te he hecho, que te hago y que te haré”[7]
Así es como hijas de Jeanne de Matel, estamos llamadas a Encarnar
nuevamente en el aquí y en el ahora de Dios en el mundo, un Dios plenamente
divino como humano. En esos 11 países donde las Religiosas del Verbo Encarnado
estamos presentes, tantas culturas y realidades diversas es nuestra misión
hacer saber y sentir a cada persona que la Buena Nueva del Evangelio es una
realidad en ellos y para ellos.
La actitud de inculturación, es una condicionante a la hora de realizar
nuestra labor, dado que se trata de traer nuevamente a Jesús Verbo Encarnado a
través de nuestra Orden, hablando la misma lengua que las personas con las
cuales convivimos. El carácter internacional y multicultural de nuestra
Congregación nos hace ver esta inculturación del Evangelio como una necesidad
en nuestra misión.
Así como Jesús eligió Roanne,
Francia para su segundo nacimiento en la Fundación de la Orden de Religiosas
del Verbo Encarnado (Un día de san Ignacio, en 1621, me dijiste que de Roanne,
que es un lugar pequeño, nacería nuevamente el Señor que rige el cielo, la
tierra y principalmente el pueblo de Israel, OG 01 Cap. 39) y a Jeanne de Matel
como su madre es que hoy nos elige a cada una de nosotras y a cada uno de los
pueblos para hacerse nuevamente presente, dando el grito de la vida, del Amor
de Dios manifestado plenamente en su ENCARNACIÓN.
Una evangelización inculturada no trae solamente la Buena Nueva abstracta
tantas veces proclamada y tantas pocas no-encarnada, sino que como afirma Santo Domingo una meta de
evangelización inculturada será siempre la salvación y liberación integral de
un determinado pueblo o grupo humano, que fortalezca su identidad y confiíe en
su futuro específico, contraponiéndose a los poderes de la muerte, adoptando la
perspectiva de Jesucristo encarnado, que salvó al hombre desde la debilidad, la
pobreza y la cruz redentora. La Iglesia defiende los auténticos valores
culturales de todos los pueblos, especialmente de los oprimidos, indefensos y
marginados, ante la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifiestas
en la sociedad moderna.
Se trata desde esta perspectiva de pensar la pastoral no como la programación
práctica de las tradicionales actividades litúrgicas, catequéticas sino
contemplando a Jesucristo se trata de la inserción del amor de Dios en la
historia del hombre, de tal modo que lleguen a ser inseparables en ella el
aspecto cristológico y antropológico, el contenido salvífico y su forma
cultural. La Palabra de Dios ha de fecundar la tierra y que los frutos sean
abundantes!.
Para que la Palabra fecunde se ha de plantar la semilla, ahí en esa tierra
donde el Señor me envía, a pesar de la aridez de la tierra y la falta de
lluvia. Como una hermana, Religiosa del Verbo Encarnado dice “se trata de arrojar la semilla y no trasplantar árboles, como
poner un puñado de levadura en la masa, como hacer que todo prenda con una
chispa".
Se trata de captar la presencia de
Dios en la conciencia, en la historia, en los proyectos de los pueblos; de
reconocer que los pueblos en su visión de la vida, el respeto profundo a la
naturaleza, la sacralidad, la sencillez, revelan el rostro de Dios y conducen
hacia él. Basándose en ellos es como hay que trabajar por una evangelización
inculturada.
La
inculturación es fruto del impulso del Espíritu de Cristo; él es quien mantiene
viva su presencia, quien lleva a proclamar con autenticidad humana y eficacia
cultural que él es el Señor; él es quien
da el verdadero impulso misionero para una nueva evangelización en la comunidad
cristiana; él es quien inspira los lenguajes que son escuchados y acogidos por
todos y traspasan el corazón.
La
inculturación tiene como modelo la encarnación redentora, el Espíritu trabaja
para que el evangelio se encarne en las culturas y en la vida de los pueblos,
para que les dé vida y libertad, por medio de la participación en la nueva vida
del Resucitado.
El fruto de la inculturación es el
don del encuentro, del misterio del diálogo y de la acogida entre nosotros y
Dios a través de su Hijo encarnado.
Finalmente afirmar que en el proceso de inculturación se da un proceso de
Kénosis, donde el mensaje cristiano “muere” en toda cultura para “resucitar”
más allá de la impermeabilidad cultural hacia la Palabra. Igual que el Verbo
Encarnado, la Buena Nueva debe insertarse en la trama humana y asumir el riesgo
de la historia, su ambientación cultural.
BIBLIOGRAFÍA
Biblia de
Jerusalén.
Concilio
Ecuménico Vaticano II. 1965
III
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Puebla. 1979
IV Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo. 1992
V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y el Caribe. Aparecida. 2007
Benedicto XVI.
Verbum Domini. CEM. 2010
Carlos Palmés
S.J. SER O NO SER: La vida religiosa del S. XXI. Paulinas. 2008
Congregación
para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólicas.
CAMINAR DESDE CRISTO. San Pablo. 2002
Jon Sobrino,
Julio Lois, Juan Sánchez Rivera. LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN EN AMERICA
LATINA, AFRICA Y ASIA. PPC. 1998
Juan Pablo II.
Carta Encíclica REDEMTORIS MISSIO. Editorial Claretiana. 1991
Leonardo Boff.
ENCARNACIÓN: La humanidad y jovialidad de nuestro Dios. Sal Terrae. 1985
Opus Glorie
[1] OG
1 Capítulo 14
[2] Te
devuelvo las gracias que tu bondad se digna concederme. Sé bien que se trata de
tu amor, al que mueves a regalarme favores inefables. Oh Padre, Fuente santa de
la Trinidad, recibe lo que te devuelve mi debilidad fortalecida con tu poder.
Verbo eterno, recibe todo lo que te presenta mi ignorancia, a la que instruyes rectamente. Espíritu Santo,
amor subsistente, producto del Padre y del Hijo, recibe todo lo que te ofrece
mi frialdad, a la que abrazas con una divina presencia. (OG 05, capítulo 58)
[3][3] Redemtoris Missio, carta
Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II, sobre la validez del mandato
misionero.
[4] El uso del término inculturación en los documentos de la Iglesia. Tomado
de Acosta Nasar y Ricardo José
[5] La teología de la liberación en
América Latina, Africa y Asia. Jon Sobrino, Julio Lois, Juan Sánchez. PPC.
Madrid. 1998
[6] “Los
principios que regulan sobre todo esta inculturación cristiana son los
siguientes cuatro: 1) cristológico: el misterio de la Encarnación del Verbo; 2)
litúrgico: el diálogo del hombre con Dios que se manifiesta en modo comunitario
con símbolos y signos específicos; 3) antropológico: el reconocimiento, la
eventual purificación y elevación de los valores de una particular condición
del pueblo; 4) socio político: la atención a las diversas culturas”
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