miércoles, agosto 19

LA ESPIRITUALIDAD BÍBLICA DE JEANNE CHÉZARD DE MATEL, DESDE SAN JUAN EVANGELISTA



Trabajo que, para obtener el
DIPLOMADO EN ESPIRITUALIDAD MATELIANA

PRESENTA: Hna. María del Carmen Fraga G., cvi.


CONTENIDO:
1. Introducción
2. El Evangelio de Juan
3. Cristología en el Evangelio de Juan
a. El Prólogo
b. La sangre y el agua
4. Jeanne de Matel y su Espiritualidad Bíblica
5. Jeanne de Matel y San Juan Evangelista
6. Espiritualidad de Jeanne de Matel desde el Evangelio de Juan
7. Conclusión
Bibliografía

1. INTRODUCCIÓN

A punto de concluir la experiencia de estos tres Veranos de profundización en la Espiritualidad Mateliana, me encuentro ante la necesidad de elaborar un estudio, partiendo de alguno de los temas tratados durante este Diplomado. He elegido el Evangelio de San Juan por su gran riqueza y por la forma en que aborda el Misterio de la Encarnación del Verbo de Dios; después trataré de plantear la forma en la que Jeanne Chézard de Matel accede en sus obras, tanto a la persona como a los escritos, en especial al Evangelio, del citado autor, a saber, San Juan Evangelista.
Al realizar este estudio, me he encontrado con un manantial, un océano sin fondo en el que se puede uno sumergir y no se llega al fin. En concreto, en cuanto a la Espiritualidad de Jeanne de Matel se ha dicho no sólo que es una joya, sino una mina inagotable en la que, como hija de esta admirable y querida Madre, he podido tener la oportunidad de adentrarme para conocerla más e ir buscando medios para hacer vida hoy una Espiritualidad Mateliana, la que Jeanne legó a toda su Orden; una espiritualidad centrada en la persona de Jesús y en el misterio Trinitario, que se encuentra animada por la presencia variada de los amigos de Dios, santos y santas entre los que destacan ante todo los familiares y amigos de Jesús en su vida terrena, y de entre ellos, no podemos dudar que un lugar privilegiado lo ocupa el Evangelista san Juan, pues la espiritualidad de Jeanne es también fuertemente BÍBLICA.
Volveremos más adelante sobre esto; por lo pronto, recordemos algunas generalidades del Evangelio atribuido al Apóstol JUAN, a quien se identifica con "el discípulo al que Jesús amaba" (13. 23; 19. 26; 20. 2; 21. 7, 20).

2. El Evangelio según San Juan

En el Evangelio de Juan y en la tradición cristiana se encuentran varios indicios que corroboran la atribución de este Evangelio al Apóstol predilecto de Jesús, aunque sabemos que la redacción final del Libro es el resultado de una larga elaboración en la que también intervinieron los discípulos del Apóstol. La obra fue concluida hacia el año 100, y tuvo como destinatarios inmediatos a los fieles de las comunidades cristianas de Asia Menor.
El Evangelio de Juan gira en torno a un tema fundamental: Jesús es el Enviado de Dios, su Palabra por excelencia, que vino a este mundo para hacernos conocer al Padre. Él no habla por Sí mismo, sino que "da testimonio" de la Verdad que escuchó del Padre (3. 11-13, 31-34), y toda su vida es una revelación de la "gloria" que recibió de su mismo Padre antes de la creación del mundo (17. 1-5).
Con más insistencia que los otros Evangelistas, Juan acentúa la oposición entre Jesús -la "Luz", el "Camino", la "Verdad" y la "Vida"– y los que se niegan a creer en Él, designados habitualmente con el nombre genérico de "los judíos". Jesús no vino a "juzgar" al mundo, sino a salvarlo. Pero, por el simple hecho de manifestarse a las personas, Él los pone ante una alternativa: la de permanecer en sus propias "tinieblas" o creer en la "luz". El que no cree en Jesús "ya" está condenado, mientras que el que cree en Él "ya" ha pasado de la muerte a la Vida y tiene Vida eterna.
A diferencia de los Evangelios Sinópticos, que mencionan una sola "subida" de Jesús a Jerusalén, este Evangelio habla de tres Pascuas celebradas en la Ciudad santa. Más aún, casi toda la actividad pública del Señor, se desarrolla dentro del marco litúrgico de alguna festividad judía. En lugar de las parábolas del Reino utilizadas a manera de comparaciones, tan características de los otros Evangelios, Juan se vale de breves y expresivas alegorías, como por ejemplo, la de la vid y los sarmientos y la del buen Pastor. También emplea diversos "símbolos" para referirse a la persona de Jesús y a los bienes que Él brinda a todos: en especial, el "agua" y el "pan" le sirven para hacer una verdadera "catequesis sacramental" sobre el Bautismo y la Eucaristía.
El autor de este Evangelio vuelve constantemente sobre los mismos temas, desarrollándolos y profundizándolos una y otra vez. En cada uno de esos temas está contenido todo el misterio de Cristo. Pero más que los "hechos" de su vida, lo que le interesa y quiere poner de relieve es el "significado" que ellos encierran y que sólo la fe puede descubrir. En este Evangelio, todo es “signo”; algunos elementos, como el agua y la sangre (19,34), también son signos. Desde esa perspectiva, Juan interpreta las obras y amplía los discursos de Jesús, como fruto de una larga y profunda contemplación. Su objetivo fundamental es conducirnos a la Vida eterna, que consiste en conocer al "único Dios verdadero" y a su "Enviado, Jesucristo" (17. 3). Con razón se ha llamado al Evangelio de Juan el "Evangelio espiritual".
Por otro lado, todo el Evangelio está saturado de la presencia del Padre, de tal forma que el sujeto histórico, objeto del relato, se convierte en sujeto-misterio. El Hijo ni hace ni dice nada que no esté configurado por el Padre, dependiendo vitalmente del Padre. En este Evangelio el nombre de Padre (Path.r) aparece más de cien veces
[1], en concreto 137 veces, siendo éste el vocablo más repetido en el Evangelio, solamente seguido por el vocablo “creer” (pisteu,w), citado 98 veces.

3. Cristología en el Evangelio de Juan

A diferencia de lo que sucede en los Sinópticos, en el cuarto Evangelio, desde el primer discurso en Jerusalén, Jesús se presenta como el Hijo del hombre (5,17.20), superior a los ángeles (1,51); ante la Samaritana, declara ser el Mesías esperado (4,26).
Entre los datos que proporciona el análisis literario de Juan, hay uno que sobresale: la centralidad de Jesús. Juan usa el nombre de Jesús de forma parecida a la que encontramos en la carta a los Hebreos, y con una frecuencia mucho mayor que los demás Evangelistas.
Hay, por lo menos, tres aspectos en los que Juan presenta una concentración cristológica mucho más densa que la que ofrecen los Evangelios sinópticos:
a) Ausencia de cualquier otro tipo de tema central en el Evangelio; no se presenta tematización del Reino de Dios en Juan, lo que confiere a este escrito un carácter de concentración cristológica de primer orden. Jesús en Juan se predica a Sí mismo.
b) Si se exceptúa el tímido “yo creo” de la conclusión del capítulo 21, 25. No hay otro “yo” que el de Jesús. Y esto de dos maneras: en la medida en que Jesús utiliza la expresión “Yo soy” para indicar la identidad de su persona con los diversos símbolos o imágenes veterotestamentarias que apuntan a la época mesiánica como época de plenitud, pero, además, utiliza la expresión enigmáticamente sin predicado alguno, y por tanto, con claras connotaciones de estar apropiándose del nombre divino (8,21.24.28, etc)
c) Finalmente hay que recordar que la Cristología de Juan presenta un interés y una profundización notables en la identidad de Jesús. Estamos ante una pregunta que quiere saber, de verdad, de dónde ha salido Jesús. Se trata de una pregunta por la identidad más íntima de Jesús
[2].
Todo el relato de este Evangelio puede leerse con el hilo conductor de la aceptación de Jesús por parte de múltiples interlocutores que acogen su enseñanza, que ven a través de los signos, que le siguen.
La Cristología de Juan tiene un punto de referencia fundamental en Dios (1,18, 16,28). Jesús habla las palabras de Dios y hace las obras que el Padre le muestra. En una palabra, Jesús ES el Revelador. Lo que caracteriza la presentación de Juan es la inusitada identificación entre Jesús y Dios. Jesús es el “Dios Hijo único” (1,18). Por ello, si queremos hacer una presentación mínimamente completa de esta Cristología, hemos de profundizar en la realidad de Jesús y en el misterio de su origen y destino
[3].

a) EL PRÓLOGO
Mientras que el Evangelio de Marcos se inicia con el Bautismo del Señor y los de Mateo y Lucas se remontan a su infancia, Juan va más lejos y comienza hablando de su origen divino. En su Prólogo tan característico, presenta a Jesús como la "Palabra" de Dios personificada, que existía desde siempre junto al Padre y "era Dios" (1. 1-2). Esa Palabra trasciende infinitamente el mundo y la historia, pero a la vez es una Palabra "creadora": "Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra", y en ella está la Vida que ilumina a las personas (1. 3-4).
Y para revelarles el rostro invisible de Dios y hacerles participar de su filiación divina, la Palabra eterna e increada "se hizo carne" y vino a convivir con la humanidad "como Hijo único" del Padre (1. 14). Es el Misterio de la Encarnación: Dios tiene ahora un rostro humano. Al advertirnos que las tinieblas del mundo no recibieron a la Palabra (1. 5, 11), Juan anticipa el tema del eterno conflicto entre la luz y las tinieblas, tan destacado en su Evangelio. Más que una introducción, este admirable Prólogo –como la obertura de una ópera– es un resumen de todos los temas contenidos en el resto del Libro.

b) LA SANGRE Y EL AGUA
En la amplia simbología del Evangelista, toda la economía sacramental de la Iglesia ha brotado de Cristo en el momento de su muerte en la cruz, en el Evangelio de Juan se comprueba la importancia que él concede a la crucifixión de Jesús y la lanzada que recibió; en especial, señala los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía.
A Jesús, nadie puede quitarle la vida, la ha dado por propia iniciativa (10,17s; 19,30). La sangre que sale de su costado figura su muerte, que Él acepta para salvar a todos (cf. 18,11); es la expresión de su gloria, de su amor hasta el extremo (1,14; 13,1), es la expresión del pastor que se entrega por las ovejas (10,11), del amigo que da la vida por sus amigos (15,13); esta prueba suprema de amor, que no se detiene ante la muerte, es la gran manifestación de su gloria.
Del costado de Jesús fluye el amor, que es al mismo tiempo e inseparablemente suyo y del Padre. El agua que brota representa el Espíritu, principio de vida que todos recibirán, cuando manifieste su gloria, según la invitación que hizo Jesús el gran día de la fiesta (7,37-39). Se anunciaba allí el cumplimiento de la profecía de Ezequiel. En aquella escena, Jesús, puesto de pie, postura que anunciaba la de la cruz, invitaba a acercarse a Él el último día para beber el agua que había de brotar de su entraña. Es Jesús en la cruz el nuevo templo de donde brotan los ríos del Espíritu (7,38; cf. Ez 47,1.12 ), el agua, que se convertirá en las personas, en un manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna (4,14). Se cumple así lo anunciado en el Prólogo (1,16): de su plenitud todos nosotros hemos recibido el amor, el agua-Espíritu, que responde a su amor, la sangre-muerte aceptada. La sangre simboliza, pues, su amor demostrado; el agua, su amor comunicado. Aparece aquí ahora la señal permanente, el Hombre levantado en alto, cuyo tipo había sido la serpiente levantada por Moisés en el desierto, para que todo el que le muestre su adhesión tenga vida definitiva (3,14s). De Él salta el agua del Espíritu (3,5), para que el ser humano nazca de nuevo y de arriba (3,3) y comience la vida propia de la creación terminada, siendo «espíritu» (3,6; cf. 7,39), amor y lealtad (1,17).
[4]

4. Espiritualidad Bíblica de Jeanne de Matel

Un papel decisivo en el desarrollo de la vida interior de Jeanne de Matel lo ha tenido la Biblia. A ella le fue concedida la gracia de comprender el latín de la lectura bíblica en la liturgia, el primer lunes de Cuaresma de 1615, cuando tenía 19 años: mientras asistía a misa, de repente comprendió la Epístola y desde aquel momento el latín de la liturgia y la Biblia llegó a ser para ella como una segunda lengua. A partir de aquí, Jeanne debió ser una lectora asidua de la Sagrada Escritura. Sus escritos abundan no sólo en citas expresas, sino aún en reminiscencias escriturísticas.
Ciertamente, siguiendo a uno de sus biógrafos, Monseñor Cristiani, podemos decir que Jeanne de Matel parece haber sido suscitada para probar que el culto de las Sagradas Escrituras, que fue en ella tan vivo, tan elevado, tan fuerte, se une, sin ninguna inquietud a un gusto muy marcado por las más altas especulaciones teológicas de una parte, y las más humildes prácticas de la piedad litúrgica, de la otra. En efecto, regularmente es en el oficio litúrgico del día, en la fiesta del santo inscrito en el calendario de la Iglesia, en la celebración del misterio que este calendario indica, en una palabra, en la vida cotidiana de la Iglesia, donde Jeanne toma el tema de su oración. Pero con mucha frecuencia Dios habla a su corazón por un texto bíblico que se refiere al oficio litúrgico del día. En él encuentra con abundancia su alimento. Un texto ilumina su espíritu, como ella dice, a manera de “relámpago”. Es como un resplandor que rasga la nube. Como a ella le gusta decir, la Escritura es “su señal”.
[5]
Por su parte, el Padre Juan Manuel Lozano, en su obra sobre Jeanne de Matel
[6], nos recuerda cómo la Biblia fue alimentando e iluminando a esta Sierva de Dios. Las más de las veces, Jeanne cita las Escrituras aplicándolas libremente a su situación, sin ponerse cuestión alguna de tipo exegético-crítico. Los textos, citados en el latín de la Vulgata, provienen casi de toda la Biblia. Otras veces Jeanne no cita textos, sino figuras del Antiguo Testamento que se convierten así en antitipos de la experiencia cristiana. Todo esto revela una gran familiaridad con la Biblia.
Al utilizar el Nuevo Testamento, Jeanne da importancia primaria a los Evangelios. De hecho, en el cuerpo total de sus escritos se encuentra al menos una referencia a casi cada capítulo de cada Evangelio. Sin embargo los dos Evangelios a los que alude con mayor frecuencia son los de Lucas y Juan; con frecuencia aparece la declaración joánica de la consecuencia de la aceptación de la voluntad de Dios por María: “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14)
[7]. Esto es completamente lógico si recordamos que todo el centro de Jeanne de Matel es el Misterio entrañable de la Encarnación del Verbo.
La experiencia mística de Jeanne es profundamente trinitaria; sus relaciones con las Divinas Personas tienen matices bien precisos, pero normalmente el Verbo Encarnado aparece en el primer plano de la vida interior de Jeanne. Por otro lado, el Padre le ha permitido que lo llame “Papá”. De hecho, algunas de las locuciones que recibe provienen del Padre
[8], y este vocablo aparece insistentemente en sus Escritos, como también aparece en los escritos Joaninos, según expresé más arriba.
Entre las Tres Divinas Personas está el Verbo para aparecer constantemente en el primer plano de la experiencia religiosa de Jeanne. Si recordamos aquí lo que decíamos sobre Juan Evangelista acerca del Padre, podemos ver un fuerte acercamiento de Jeanne al texto y a la teología del Evangelista. Lo contempla en el seno del Padre, pero encarnado y nacido de la Virgen María. En algunas circunstancias habla de la Encarnación, como de la Trinidad, con el lenguaje técnico de la teología
[9]. En otras, acercándose al lenguaje típico de la Escuela Francesa, habla de las operaciones teándricas de Cristo [10]
En sus reflexiones, Jeanne meditó con frecuencia en la última cena, especialmente en la institución de la Eucaristía; por su parte en su Evangelio, Juan no hace la narración de la institución de la Eucaristía en la última cena. Sin embargo, en el capítulo 6 menciona el alimento que dio a cinco mil personas y prosigue con un extenso discurso sobre el Pan de vida. Y justo antes del relato de la pasión y muerte de Jesús, Juan nos ha legado el último discurso de Jesús durante la Cena, en los capítulos 14-17. Hay muchas alusiones a estos trozos Joánicos en los escritos de Jeanne. El amor de Jesús a sus discípulos, expresado en estos capítulos, es un concepto muy querido para ella; medita profundamente en la comprensión de Jesús de las dificultades que esperan a los apóstoles después de que su presencia en la tierra llegue a su fin y en su promesa de pedir al Padre que cuide de ellos, en especial mediante el envío del Espíritu Santo. Alude insistentemente a la oración de Jesús por la unidad entre los discípulos después de su partida: “que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y yo en ti… (Jn. 17, 21-24). Jeanne medita y escribe incesantemente sobre la Pasión, Muerte y Resurrección y las narraciones posteriores a la misma que se encuentran en todos los Evangelios, pero especialmente en el de Juan. Suele mencionar a María y al discípulo amado al pie de la Cruz (Jn 19, 26-27), el grito de Jesús: “Todo está consumado” (Jn. 19,30) y el costado taladrado de Jesús) (Jn. 19, 33-34)
[11], como lo veremos en algunos textos más adelante.
Otro elemento que no debemos olvidar, es la insistencia de Jeanne de Matel sobre el sentido espiritual de la Sagrada Escritura. Esto es un tema actual que nos cuestiona y anima en nuestra vida aquí y ahora, en los inicios del Siglo XXI, y podría ser precisamente esto lo que constituye la clave y actualidad de la mística de Jeanne.
[12]

En cuanto a las cartas que Jeanne escribió, su abundantísima correspondencia es una buena fuente para conocer su uso de la Biblia para ayudar a otros… A través de toda su vida continuó su numerosa correspondencia con obispos, sacerdotes, sus religiosas y laicos, tratando diversos temas; pero, cualquiera que fuera el tema, incorporaba citas o cortas alusiones bíblicas con tanto tino, que complementaban en verdad el texto de las cartas. Sólo su intensa familiaridad con la Sagrada Escritura la capacitó para utilizarla tan frecuente y fácilmente como lo hizo.
[13]

5. Jeanne de Matel y San Juan Evangelista

En este apartado me propongo hacer un acercamiento a la obra de Jeanne de Matel, especialmente en su Autobiografía y Diario Espiritual, para enfatizar la manera como ella percibió al Evangelista Juan y qué llegó a ser para ella en su vida.
En su Diario Espiritual, Jeanne, refiriéndose a este Santo, relata cómo él “contempló la gloria semejante a la del divino Padre, y, como un águila, miró fijamente al sol en su fuente de origen, cerrando dulcemente los ojos del cuerpo en un sueño extático que le abrió los del espíritu para ver la gloria de Aquel que es coligual y consustancial a su principio.
Avistó la generación eterna, contemplando al Hijo único en el seno de su divino Padre, que lo engendra desde la eternidad en el esplendor de los santos. Intuyó cómo el Verbo se había anonadado, haciéndose carne para morar con nosotros, y que el amor de los hombres lo había atraído hasta la tierra.
Recibió el nombre de discípulo amado y el mandato de decirlo y escribirlo él mismo, afirmando que había reposado en el pecho del Verbo Encarnado, su real y divino maestro, que quiso ser su trono adorable a fin de que los ángeles y los hombres supieran que el amor y la majestad estuvieron unidas en san Juan en el seno del Verbo Encarnado, que es la majestad divina y humana”
[14].
Más adelante, Jeanne relata que: “Cuando tenía cerca de 18 años, tuve una gran suspensión de entendimiento, durante la cual se me representaron Jesús, María y san Juan, tres en uno, en una visión clarísima que me causó grande admiración al ver a Juan transformado en el rostro y sustancia de Jesús, que es la carne de María. Me quedé tan atónita, que no encontré palabras para expresar el misterio que el espíritu divino me había enseñado.
A partir de entonces he tenido diversas luces acerca de las excelencias de san Juan, que ya he descrito en otra parte, pero desde el día de su última fiesta, en 1635, se me reveló que Juan era el corazón de la Iglesia, unido al cuello, que es la Sma. Virgen, y mediante ella a Jesús, la cabeza. También conocí que los divinos afectos de Jesús fueron los primeros en nacer en Juan, y encontraron en él su reposo definitivo en el Calvario
[15]”.

Y en el mismo texto, hablándole a Juan, le dice: “Hace que seas proclamado discípulo amado, gracias a la amorosa confianza que ocupa el primer rango en el palacio del amor. Te invita, por un favor singular, al festín divino en el que reparte el cuerpo recibido de su santa madre. Su alma y su divinidad se encuentran en él por concomitancia. Él desea que sólo tú reposes sobre su pecho, en el que eres, por el poder de las palabras sacramentales, transustanciado en Él. Jesús dijo sobre ti lo que pronunció sobre el pan y el vino, abrazándote y apretándote sobre su pecho, que es un sol: Eres mi otro yo, y serás conservado como un memorial de amor permanente y de vida admirable en tanto que el odio y la envidia destruyen este mismo cuerpo que doy para ser entregado en manos de los pecadores. Allí donde yo esté, deseo que tú estés, poseyendo la gloria que tenía yo con mi Padre antes de que el mundo existiera; que seamos consumados en uno, por ser éste el signo de mi amor. Me glorifico en ti para glorificar a mi Padre, cuyo Hijo amadísimo soy, en cuyo seno moro y al que te invito a entrar a fin de que sepas mis secretos y misterios. Te hago sacramento o misterio. No será de maravillar que tu Apocalipsis encierre tantos misterios como palabras. Todo tú eres sacramento. Redacto contigo el contrato de traslado que publicaré y sellaré sobre el Calvario, ratificando lo que dije con mi palabra y con mi muerte, que seguirá a esta alianza irrevocable.
[16]

En otro texto, Jeanne abre su corazón para decirnos lo que el Verbo Encarnado le comunica: “Añadió que san Juan Evangelista lo conquistó en la Cena, en el Calvario, en Patmos y al final de sus días. El nombre de Juan que llevaba significa gracia, y la Eucaristía buena gracia o acción de gracias, porque en ella reside la bondad esencial, que se retribuye dignamente con lo que concede amorosamente. Dicha bondad se ha complacido, se complace y seguirá complaciéndose en ser la forma de la gracia, así como el alma es la forma del cuerpo, gozando además en ser el espíritu de nuestra alma y la vida de nuestra vida. El Verbo es la vida que anima todo en el cielo y en la tierra, el cual sólo vino a la tierra para dar la vida y no la muerte. [252] No temas, hija, las Tres Divinas Personas no te abandonarán. El que viene a ti por el Espíritu, por el agua y por la sangre, es tu Esposo fiel
[17].
“La luz permanecería en Juan, que es el ave del día, el águila real que no perderá de vista el sol de la claridad divina, que se transmitiría a él durante la alarma general. El sol entrará en la gracia, que será su estación permanente, no sólo durante las cuarenta horas en que la semblanza de la carne del pecado será colocada entre los muertos del tiempo en la oscuridad del sepulcro; sol que ingresará en este signo admirable, que es uno de los doce del zodiaco apostólico.
Es propiedad del águila mirar fijamente al sol. Ella no te eclipsó con su claridad, pudiendo soportar la del Verbo divino en el seno de su Padre, que es la fuente de origen. Asciende, pues, apoyado en tu amado, colmado de delicias. Te humillaste en tu sepulcro, después de arrojar en él tu admirable manto, signo que debe arrebatarnos de admiración, diciendo con asombro: ¿Qué es esto? ¿Dónde está el cuerpo que descendió aquí? Ya no está. Jesús lo levantó, lo cual es signo de que Juan está en el cielo en cuerpo y alma, y que su sepulcro es glorioso; que aquel que gustó la dulzura de la divinidad en la Cena, resucitó sin esperar al último día”
[18].

En las siguientes citas de Jeanne podemos constatar cómo ella veía a Juan Evangelista en el momento de la crucifixión, y lo que pudo significar su presencia con Jesús en ese momento clave de Su entrega hasta el fin. Cabe señalar que en Jeanne son incontables las citas con este tema, sobre todo la presencia de Santa María y Juan en el último momento de Jesús. Baste como muestra estas breves alusiones:
“Por la tarde, al meditar en su oratorio el tema de san Juan, por ser el día de su octava, escuchó: Hija mía, al estar a la mesa en la última cena, me invadió la tristeza y me sentí casi tan abandonado de mi Padre como al estar en la cruz; pero contaba con san Juan, mi amado predilecto, lo cual me consoló y no me quejé del desamparo. Acababa de decir que compartía mis secretos con mis discípulos, pero no como si fueran sirvientes. Sin embargo, sólo a san Juan se los revelé. Reservé los últimos para él, por ser el más querido y el que podía leer mi interior y adormecerse de amor al desfallecer de compasión a causa de mis penas. Ahora te diré un secreto: le di a mi Madre para visitarlo con más frecuencia que a los otros, y para impedir que fuera enviado lejos por san Pedro cuando echaron suertes para destinar a cada uno según la voluntad divina. ¡Ah, cuántas gracias concedo a mis queridos enamorados!
[19]
“San Juan, el discípulo bien amado, conservó la fe viva y animada de la caridad, que es lo que le hizo subir al Calvario, donde recibió de ti la prenda más preciosa que tuvieras entre las puras creaturas. Es tu santa Madre, a quien hiciste la suya. Después de llamarla a ti y elevarla al cielo en cuerpo y alma, tu Providencia permitió que san Juan fuera enviado a Patmos para ser arrebatado y elevar su espíritu a tu lado, diciéndole que Tú eras el principio y el fin de todas las cosas
[20]”.
“Jesús, corona de las vírgenes prudentes, ¿no fue tu sabiduría la que hizo gozar a san Juan de estas divinas delicias? Le comunicaste después las revelaciones tan singulares que hiciste a tu santísima Madre acerca del tálamo nupcial, haciéndolo partícipe de tu pureza y uno [11] contigo, así como Tú eres uno con el Padre. Le concediste la luz que en que moran Tú y tu Padre desde antes de que el mundo fuera creado y tu amorosa llama lo consumó en la unidad, para que donde Tú estás, permanezca él por siempre”
[21].

Y en ese momento supremo de la entrega de Jesús a la humanidad, Jeanne entiende la alusión que San Juan hace sobre “la sangre y el agua” que brotan del costado de Jesús en su momento postrero:
“Desde la hora de sexta hasta la de nona, mientras que dichas tinieblas velaban toda la tierra, se trataron grandes misterios que la Santísima Virgen y san Juan pudieron [545] admirar, ya que el amor les dio ojos que taladraron la oscuridad de aquella noche sombría e inusitada.
Quiero señalar que san Juan no presta atención a las tinieblas en la narración de la crucifixión de su Maestro debido a que permaneció siempre en la luz, distinguiendo el agua y la sangre que brotaron del costado del Salvador abierto por la lanza del soldado. El predilecto contempló las maravillas de los misterios adorables de la redención, que Dios veló con el crespón de sus tinieblas, de las que plugo a su bondad producir admirables luces en mi alma, conversando conmigo varias horas acerca de los secretos de su tálamo nupcial. El divino Salvador me dio a entender que oró a su Padre con lágrimas, gemidos y clamores para obtener el perdón de los pecados del mundo y, como acostumbraba orar durante la noche: y pasó la noche orando con Dios (Lc_6_12), hizo que ésta avanzara a fin de vacar a la oración con Dios… No me admira que la Virgen y san Juan estén allí: ella es tu Madre y él tu secretario predilecto. Comparten tus sufrimientos y participan en tus menosprecios. Mueren porque no mueren
[22]”.
“San Juan contempló el agua, la sangre y en ellos la divinidad, pero se necesitaba también el espíritu para colmar el tesoro. Hemos sido engendrados en las fuentes vivas que saltan hasta su primer manantial y origen; de este modo se realiza la poderosa atracción del alma hacia Dios
[23]”.
“Mi divino amor me dijo que no tenía yo más excusas, pues me había dado seguridades tan fuertes de la verdad de su palabra, que no podía dudar de ella, y que jamás persona alguna observó que no tuviera buen espíritu; que tenía yo el testimonio de su Espíritu de sangre y del agua que san Juan menciona; que su alma, que me instruía, me sería fiel por siempre; que san Juan, con su aguda mirada, había distinguido el agua y la sangre que salían de su costado, para darme a conocer misterios muy sublimes, añadiendo que su testimonio era verdadero, por estar apoyado en esta sangre y agua sagrada y milagrosa. Afirmó que me concedía la misma certeza que a su discípulo predilecto
[24]”.


6.- Espiritualidad de Jeanne de Matel desde el Evangelio de Juan

En este último apartado, sólo mencionaré algunos textos de Jeanne de Matel en los que se puede percibir claramente, como lo indicaba en la Introducción, que toda la Espiritualidad de Jeanne está no sólo impregnada por el Evangelio de Juan, sino que las ideas que expresa Jeanne recuerdan al Evangelista, sobre todo por su Cristocentrismo, por ver Jeanne al Verbo de Dios, como San Juan, desde Su preexistencia y con toda la realidad y crudeza de la Encarnación, de un Dios eterno, infinito que, hecho Hombre a semejanza de nosotros, viene por amor a manifestarnos a Su Padre para que seamos UNO con Él. Sería imposible anotar todos los textos; en sus Escritos, Jeanne sobreabunda en este tema, aquí transcribo sólo una pequeña muestra:
“Mi divino amor me concedió un favor más grande, invitándome a tres festines, no con el propósito de hacerme morir y presentar queja en contra mía, sino para darme su vida, porque él es germen de inmortalidad. El es la vida sustancial como lo son el Padre y el Espíritu Santo, en el primer festín de la Trinidad. Es por mediación del Verbo que las criaturas reciben la vida, como nos dice san Juan.
El segundo festín es el de la divina Encarnación, de la que ha hecho una extensión en el augustísimo sacramento del altar, en el que su carne es verdadera comida y su sangre bebida saludable: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, posee la vida eterna. El que me coma vivir por mí (Jn_6_55s); vida eterna que [810] desea comunicarme en abundancia
[25]”.
“San Juan, el discípulo amado, dice que Dios es luz y que en él no hay tiniebla alguna: Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7).
No podemos ignorar que todos somos pecadores; afirmar que estamos sin pecado sería engañarnos y mentirnos a nosotros mismos. Podemos asegurar que fuimos lavados por la sangre de [1066] Jesucristo, que nos libró de las potencias infernales para ser luz y gracia, dándonos un nuevo nacimiento. Todo el que no obra la justicia no es de Dios (1Jn_3_10), porque somos justificados por Jesucristo, al que el Padre nos envió. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él
[26]”.
“Ahí donde la humanidad del Verbo está viva con la vida más excelente -humanidad que es vivificada y vivificante por la vida del mismo Verbo en el que subsiste- es divinizada por su divinidad, ungida incomparablemente con el óleo de la alegría y engendra sentimientos y deleites proporcionados a la vida de un Dios Encarnado, que es su fuente.
Comprendí que así deben escucharse las palabras de san Juan: Lo que contemplamos y palparon nuestras manos referente al Verbo de la vida. (1Jn_1_1). El Verbo que es la vida se hizo palpable, tratable y manejable mediante la humanidad a [187] la que Él se unió en unidad de persona. Este contacto no es el de una carne muerta o viva con una vida meramente animal, sino con una vida divina. Y así como se dice que tocamos a toda la persona, a pesar de que sólo palpamos su carne y no su alma, y que miramos al sol, aunque con frecuencia sólo vemos el aire iluminado o una nube radiante, así tocamos al Verbo de Dios, que forma un compuesto admirable con esta divina carne, que subsiste divinamente en Él y por Él. La nube no siempre se interpone para ocultarnos al sol e impedirnos la visión y el gozo de su belleza, pero lo hace con frecuencia para atenuar y cubrir el brillo cegador de sus rayos, que la debilidad de nuestros ojos no podría soportar, y para hacer a este sol más visible y más proporcionado a nuestra vista y que así podamos tolerar su claridad. Esta carne ha servido para hacernos tangible al Verbo
[27]”.
“El Verbo Increado y Encarnado es el modelo de la vida oculta en el seno de su Padre, en el seno de su Madre, en Nazaret y viviendo en medio de los hombres en el Santísimo Sacramento. Las almas que lo aman llegan a conocerlo porque las ilumina con su amorosa luz. San Juan escuchó detrás de él la voz de Dios como una multitud de aguas. No deja de ser un gran misterio cómo la [695] amorosa solicitud del Verbo Encarnado se manifestó aquí hacia san Juan y sus predilectos. Tiene tantas cosas que decirles, que se asemeja al tropel de muchas aguas, cuyas olas dominan por su abundancia y por la inclinación que tienen a descender hasta su fin
[28]”.
“Las luces de san Lucas estuvieron en bella armonía con las claridades de san Juan, por haber transformado el Espíritu Santo al buey en querubín. Mi espíritu fue elevado en esta contemplación.
Fue este santo Evangelista quien nos manifestó el misterio de la Encarnación, y el que habló dignamente del sacerdocio de Jesucristo. Su alma fue elevada a la consideración de las perfecciones de los sacerdotes de la ley de gracia, los cuales no se casan. A semejanza del águila, san Juan fija tenazmente su vista en el sol, y al mirarlo fijamente en su fuente exclama: En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Jn_1_1), como si iniciara su Evangelio en el punto en que san Lucas termina el suyo, cuando nos dice que el Verbo Encarnado, después de haber bendecido a sus discípulos, ascendió al cielo hasta el seno paterno, donde san Juan lo contempló desde su eternidad, trayéndolo hasta nosotros de manera admirabilísima, diciendo que habitó con nosotros en la tierra, tomando nuestra carne para hacerse inseparable de nosotros y para darnos a contemplar su gloria, la cual recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan dice en una palabra lo que Lucas dijo en varias para manifestarnos la Encarnación del Verbo. San Lucas y san Juan van unidos y llevan la dirección, mediante la pluma, del carro de la gloria de Dios, que es el Verbo Encarnado. Están uncidos místicamente a dicho carro, lo mismo que san Mateo y san Marcos; y a una, los cuatro marchan y vuelan según la moción y mandatos del Espíritu Santo, que es el Espíritu de vida que mueve dicho carro y a sus conductores. También sus ruedas son movidas o llevadas por la impetuosidad del mismo Espíritu, que alienta siempre con su vida para vivificar a esos animales, haciendo que obren según su voluntad.
Como esta vida está hecha para obrar, y el Verbo Encarnado dijo que era necesario trabajar para nuestra salvación mientras brillara para nosotros la luz del día de su gracia, porque en la noche de la muerte nadie es capaz de merecer, fui exhortada a trabajar en mi salvación con el auxilio de la gracia, en temor y confianza, pidiendo a este santo Evangelista, que llevaba siempre en su cuerpo los dolores de Jesucristo, me obtuviera los frutos de su pasión, y que muriese a mí misma para vivir de la vida de mi divino Salvador
[29]”.

“Soy yo, el Verbo Increado y Encarnado, quien aparece en ellos como el Alfa y el Omega. Yo los declaro a quien me place; soy un espejo voluntario que hace ver mis bellezas según mi voluntad. Soy este Verbo de vida del que mi favorito habla claramente, diciendo: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio (1Jn_1_1). Querida Hija, este discípulo bien amado escribió las visiones y los favores que le comuniqué. El dijo la verdad impulsado e inspirado por el Espíritu de la verdad, que es el mismo Espíritu que [250] desea que tú escribas las que nuestro amor te ha comunicado y te comunica. Recuerda, hija, que te dije, hace ya más de veinte años, que eres como la pluma de un ágil escribano, y que no fue sin una Providencia singular que, siendo niña, encontraste al abrir el Oficio de las Horas estos versos del (Sal_44_1s): Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey: es mi lengua la pluma de un escriba veloz.
Que escriba yo siempre según tu Espíritu de verdad, y continúes, por bondad, el don que me hiciste del agua y de la sangre que esta águila vio correr distintamente de una misma fuente, lo cual nos muestra tus dos naturalezas, que no tienen sino un mismo cimiento, y que podemos adorar en ti sin mezclar las sustancias, y que la comunicación de idiomas no admite confusión alguna
Hija, proclama con fuerza todo lo que te mandamos decir sobre nosotros; nuestro testimonio es verdadero: Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios (1Jn_5_7s)
[30]”.

“Mi divino amador, mientras se complacía en conversar conmigo acerca de sus divinas liberalidades hacia mí, me prometió darme grandes alas de águila, como las que fueron concedidas a la mujer del Apocalipsis, figura de la Iglesia y de la Santa Virgen, para que volara a los desiertos cuando me cansara la conversación de las criaturas, diciéndome que me daría los ojos de san Juan a fin de que, al elevarme mediante la contemplación, pudiera penetrar los misterios más secretos y elevados, así como el predilecto del Verbo, san Juan, de quien había recibido la misma promesa hace ya muchos años
[31]”.


7. Conclusión

No cabe duda que este tema es apasionante y que, como dije en la Introducción, en esta mina inagotable de la Espiritualidad Mateliana siempre podremos profundizar más. He gozado mucho con esta aproximación a la Espiritualidad de Jeanne; estoy convencida de que un primer reto que se presenta para nosotras al finalizar la experiencia de este Diplomado en Espiritualidad Mateliana, consiste en no apagar la sed que ha provocado este estudio pero que no sólo se quede en un nivel intelectual; nuestro mundo, la Iglesia, cada una de nuestras Comunidades, necesita nuestra presencia que se esfuerza día a día por hacer presente al Verbo nuevamente en el mundo, es decir, por extender su Encarnación, como Él lo pidió a Jeanne de Matel.
Por supuesto que me reconozco débil y frágil, demasiado pequeña para conquistar semejantes alturas, pero quiero terminar con esta reflexión que Jeanne hace con referencia a Juan Evangelista:
“¡Cómo quisiera seguirte, santo patrón mío! No obstante, si esto es una temeridad, mis alas serán de cera y los rayos divinos las derretirán, abismándome en el mar de mi confusión. No, no se trata de una temeridad, porque el águila adulta no reconoce a sus polluelos como legítimos hasta que poseen la fuerza y el valor de contemplar el sol. Hace ya varios años me prometiste; mejor dicho, tu buen Maestro me prometió, concederme tus ojos para verlo, junto con las poderosas alas de su Madre, para poder salir a su encuentro en el desierto eterno que es el seno del Padre, lejos de todas las criaturas. Acepto este favor. Como el amor todo lo da por amor, estoy contenta de ser oprimida en la gloria de tan divina majestad. Al perderme en ella, lo gano todo
[32]”.

Y con la confianza expresada en este último texto del presente trabajo, pido a Jesús para cada una de las Hermanas de la Orden del Verbo Encarnado, y para mí misma, que seamos capaces de creer, comprender, vivir y aceptar la invitación que Él nos hace a cada una, desde las palabras de nuestra muy amada Fundadora, Jeanne Chézard de Matel:
“Jesús, ejemplo de vida afligida en el cuerpo, en el alma y en la reputación.
La sangre que brotó de sus venas y el agua que manó de sus poros y de su costado son capaces de amortiguar las llamas del fuego creado. Esta misma sangre, junto con el agua que san Juan vio distintamente, son la púrpura y la simiente doblemente teñida con la que Él desea revestir a sus reales esposas. Él invita a todos para que vengan a verlas el día de sus bodas y de la alegría de su corazón, ciñendo su diadema; Él desea adornarlas, a semejanza suya, con su púrpura y su escarlata
[33]”.

B I B L I O G R A F Í A

Biblia de Jerusalén
1. Obras Completas de Jeanne Chézard de Matel, en Opus Gloriae, Archives Historiques de l’Ordre du Verbe Incarné et du Trés Saint Sacrement, Lyon, 2007
2. Congregación para las causas de los santos. Sección Histórica, Beatificación y canonización de la sierva de Dios JEANNE CHEZARD DE MATEL, Roma, 1987


1. Blank, Josef, El Evangelio según San Juan, tomo tercero, Capítulos XVIII-XXI, Barcelona, Herder 1980
2. Blank, Josef, El Evangelio según San Juan, tomo segundo, Capítulos XIII-XVII, Barcelona, Herder 1984
3. Boismard, El Prólogo de San Juan, 2ª. Edición, Ediciones Fax, Madrid 1970
4. Cothenet, E; Dussaut, L.; Le Fort, P.; Prigent, P., Escritos de Juan y Carta a los Hebreos, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1985
5. Cristiani, Una gran Mística Lyonesa, Jeanne de Matel
6. Fernández, Víctor Manuel, El Evangelio de Juan. Una lectura pastoral, Ediciones Dabar, México, D.F., 1998
7. Grández, Rufino María, El misterio de la Encarnación: Consideraciones desde el Evangelio de san Juan, apuntes inéditos para el Diplomado en Espiritualidad Mateliana, Primer Curso, Verano 2007, México, D.F.
8. Jaubert, Annie, El Evangelio según San Juan, decimoquinta edición, Editorial Verbo Divino, Estella, 2001
9. Lona, Horacio, El Evangelio de Juan, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 2000
10. Lozano, Jeanne Chézard de Matel y las Religiosas del Verbo Encarnado, 2ª. edición, Abril 1986
11. McDonagh, Kathleen, iwbs, La herencia que atesoramos, siempre antigua y siempre nueva, La Espiritualidad de las Religiosas del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento, Corpus Christi, 2007
12. Oriol Tuñí, Josep; Alegre, Xavier, Escritos Joánicos y cartas católicas, sexta edición, Editorial Verbo Divino, Estella, 2003


1.
http://padre-nuestro.net/camilovalverde/2009/06/le-traspaso-el-costado-y-salio-sangre-y-agua/
[1] Cfr, Grández, Rufino María, “El misterio de la Encarnación: Consideraciones desde el Evangelio de san Juan” apuntes inéditos para el Diplomado en Espiritualidad Mateliana, Verano 2007, pág. 7
[2] Cfr. Oriol Tuñi-Alegre, Escritos Joánicos y cartas católicas, págs. 83-105
[3] Cfr. Oriol Tuñi-Alegre, op. cit.
[4] Cfr. Valverde Mudarra, Camilo, en “padre-nuestro.net”
[5] Cfr. Cristiani, Una gran Mística Lyonesa, Jeanne de Matel, págs. 53-54
[6] Cfr. Lozano, Jeanne Chézard de Matel y las Religiosas del Verbo Encarnado, 2ª. edición, Abril 1986, págs. 72-73
[7] Cfr. McDonagh, La herencia que atesoramos, siempre antigua y siempre nueva, pág 83
[8] Cfr. Relatio et vota, pág 41
[9] Cfr. OG-02 Capítulo 145,1032
[10] Cfr. OG-05 Capítulo 85, 602
[11] Cfr. McDonnagh, op.cit. 84-86
[12] Cfr. Relatio et vota, pág 31
[13] Cfr. McDonnag, op.cit. págs. 92-94
[14] OG-04 Capítulo 146
[15] OG-04 Capítulo 96
[16] OG-04,[1181]
[17] OG-05 Capítulo 96
[18] OG-04 Capítulo 201, [1186]
[19] OG-03 Carta 8. Enero de 1621
[20] OG-01,25,72
[21] OG-04 Capítulo 2
[22] OG-04 Capítulo 91
[23] OG-04 Capítulo 21
[24] OG-04 Capítulo 37 -[291]
[25] OG-04 Capítulo 140
[26] OG-04 Capítulo 190
[27] OG-04 Capítulo 19
[28] OG-04 Capítulo 118
[29] OG-04 Capítulo 130
[30] OG-01 Capítulo 56 [249]
[31] OG-04 Capítulo 17
[32] OG-04 Capítulo 201, 1190
[33] OG-04 Capítulo 18

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